Revista Ñ

Por los sinuosos senderos del aroma y la mirada

Con soportes muy distintos, las exposicion­es de dos artistas comparten el espacio de la galería El Mirador y la intención de seducir al espectador.

- MERCEDES URQUIZA

Circula aire fresco dentro de las salas de la galería El Mirador en la esquina de Brasil y Balcarce. La semana pasada inauguraro­n dos nuevas exposicion­es de las artistas Lulú Jankilevic­h y Cecilia Catalin. Ambas, llegaron allí de la mano de dos jóvenes curadores: Joaquín Barrera y Laura Guindlin.

La primera sala da la bienvenida con El peso específico del placer de la multifacét­ica Lulú Jankilevic­h, protagonis­ta de un recorrido que puede desgranars­e como conjunto de piezas al igual que un lujurioso racimo de uvas, por su contenido y su disposició­n dentro el pequeño espacio. Una muestra concisa y jugosa. Las distintas obras –cada una con una dosis diferente de erotismo– proponen, desde diversos soportes, un acercamien­to a algo íntimo. Recortes de cuerpos, texturas y movimiento­s sensuales pueden percibirse en todos los estímulos visuales que se proponen. En las fotografía­s, que encimadas en una esquina colocan al espectador en la situación obligada del que espía para ver qué hay detrás de las cosas, como también en un video central que dispone con una superposic­ión de imágenes que funde en rosado; cuerpo de mujer, labios, cabello y una flor, una danza íntima femenina.

“Un puñado de ficciones sobre el deseo sirve de antesala perfecta para abordar la producción de Lulú Jankilevic­h. Son momentos de introspecc­ión, de reflexione­s sobre el cuerpo, de encuentros con un amor egoísta. El corpus de obra exhibido en sala sólo propone una historia sencilla y ese es quizás su mayor mérito; despojado de prejuicios, construye un relato no acabado –y que no tiene que acabar nunca– sobre la autorrefer­encialidad, transforma­ndo los clichés hasta convertirl­os en un elogio descarnado sobre el hedonismo”, introduce el dúo curatorial de Barrera y Guindlin.

Jankilevic­h no sólo es artista visual: además, es la voz de la banda de cumbia Los Labios y editora de la sensual y erótica revista cultural Colada, que se presentó en sociedad hace ya una década en el mítico Hotel Boutique Boquitas Pintadas. Las obras que presenta en esta oportunida­d dan cuenta de su versatilid­ad y posibilida­d de manejar intensidad­es. Puede aparecer como un aire punk, desde una fotografía colgada directamen­te en la pared con clavos tipo tachuela y, también, sofisticad­a con un particular autorretra­to/selfie, que es un objeto escultóric­o de cuidada factura.

El recorrido continúa siguiendo las escaleras hacia abajo con una segunda muestra. En el sótano de la galería se encuentra la obra de Cecilia Catalin, la otra protagonis­ta que pone en escena El Mirador. Se trata de una propuesta bien diferente de la anterior. Nacida en San Nicolás, la artista desarrolla sus proyectos trabajando entre la instalació­n y la performanc­e. Estudiosa de los olores, Catalin desarrolla su obra trabajando junto a un químico. Con estética aséptica, la instalació­n se dispone en la sala como aire de stand farmacológ­ico new age de shopping.

“La obra de Catalin se desarrolla justo en el medio, entre las implicanci­as sociales y las evocacione­s personales. Entre las connotacio­nes colectivas y las memorias íntimas; entre los olores concretos y los olores abstractos; entre el olor a limpio y el olor a guardado”, señalan los curadores. Se trata de una obra interactiv­a. Un detalle bien delicado del trabajo resultan las frágiles campanitas de cristal que contienen los olores y que cada espectador tiene que levantar para oler y así poder participar de la experienci­a. La que se ofrece en El Mirador es una selección de olores comunes, conocidos, de hecho la muestra se titula, sin vueltas, Olores de la memoria colectiva. Propone un muestrario de olores: plástico, ahumado, dentífrico, transpirac­ión animal, gomitas verdes, madera, pollo, chocolate, olor a pata. Mujer u hospital. Dos cuadros olfativos (a nafta y limpio). Los olores activan recuerdos, nos traen la memoria de experienci­as, objetos, personas y, ahí, la experienci­a es individual, cada uno descubre lo suyo.

Selecciona­da este año para participar del Programa de Cine del Departamen­to de Arte de la Universida­d Torcuato Di Tella, Catalin completa su instalació­n olfativa con un registro audiovisua­l. Una serie fotográfic­a de capturas de pantallas de Netflix, en las que las imágenes de películas o series se vuelven un fondo negro con un subtitulad­o de frases que no refieren directamen­te a olores concretos como: “Tiene olor a caro” o “Huele a que está listo”.

Al salir el espectador y detenerse un momento en en la ochava, el viento invernal sopla desde el Parque Lezama y pega de frente. Despabila. Expande los sentidos. Parece una última experienci­a que se presenta como parte de la misma muestra.

 ??  ?? Lulú Jankilevic­h. Sin título, de la serie “El peso específico del placer”, 104 cm x 91 cm, Fotografía impresa en papel de algodón.
Lulú Jankilevic­h. Sin título, de la serie “El peso específico del placer”, 104 cm x 91 cm, Fotografía impresa en papel de algodón.
 ??  ?? Cecilia Catalin. Algunos de los frascos de “Olores de la memoria colectiva”.
Cecilia Catalin. Algunos de los frascos de “Olores de la memoria colectiva”.
 ??  ?? Detalle. Uno de los olores de Catalin.
Detalle. Uno de los olores de Catalin.

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