Revista Ñ

La belleza de lo que no se necesita

Diego Manso es uno de los dramaturgo­s de referencia de su generación. Ahora se reestrena su “Kinderbuch”, que también dirige.

- SUSANA VILLALBA

Diego Manso es un dramaturgo que fue adquiriend­o cada vez mayor notoriedad con sus obras y decididame­nte un éxito con la última: Todas las cosas del mundo, Premio Ace 2016. Fue editor de las páginas de escenarios de la Revista Ñ. Acaba de estrenar Kinderbuch, en El extranjero, en la que Belén Blanco encarna una versión más desesperad­a, actual y argentina de Hedda Gabler.

–A diferencia de tus obras anteriores, aquí el punto de vista es el de la hija de un genocida.

–Pero la dictadura no es el eje. Belén Blanco me convocó porque quería trabajar con Hedda Gabler, pero no encontré en esa obra algo que tuviera que ver con mis búsquedas. Le propuse tomar sólo algunos motivos, mantuve que ella es hija de un general y de ahí a que sea un genocida fue sumar dos más dos. Mantuve también las figuras de una amiga, un examante y un marido. Y las pistolas. Mi imagen inicial era la de una mujer con dos cartuchera­s, como Joan Crawford en Jonnhy Guitar. Siempre recurro en principio a ese cine, que me gusta mucho, a esas actrices y directores.

–¿Cuál es el eje entonces?

–Lo que nos pasa hoy, los que hoy encar- nan algo como la dictadura pero disfrazand­o el discurso. El personaje dice “nuestros putos paladines castrenses han sido raleados, llegó la hora de la restauraci­ón civil”. De eso se trata hoy, de una restauraci­ón civil de aquello. Y entonces se produce algo que creo que es el eje: lo obsceno está en escena y todo lo demás queda afuera.

–También es actual la insurrecci­ón en la obra.

–Y sucede fuera de escena, eso es lo que queda interdicto y en cambio lo no interdicto es lo que debería serlo: el mundo de ella protegida en un lugar rodeado de amenities del que no puede salir porque es la esposa de un funcionari­o. Me vertebró el texto la imagen de una persona moviéndose como león enjaulado en una situación política de confrontac­ión. Y la idea de los momentos previos a pegarse un tiro. Trabajé con Belén un poema de Szymborska, “La habitación de un suicida”, sobre ver un cuarto tal como lo dejó una persona que se suicidó; nadie puede decir que aquí no había vida, dice el poema, lo único que había era vida y sin embargo se mató. Otra idea que me daba vueltas al escribir era la relación que tiene Hedda Gabler con la belleza. Me resulta similar a la de muchas chicas que quieren hacer algo con el arte pero no están dispuestas al esfuerzo de sensibilid­ad, creen en el sufrimient­o pero no quieren atravesar el dolor, el sufrimient­o se puede evitar pero el dolor no. Cuando el personaje de Kinderbuch habla de su ex amante, el único al que amó y que es parte de esa insurrecci­ón de afuera, como Hedda –aunque distinto– le regala una pistola del padre y le dice: “hacé alguna forma de belleza porque todo lo que yo toco lo convierto en banal”.

–¿Hay algo de víctima en ella? –No sé, no manejo las voces de los personajes; lo digo en serio, no como pose. Creo que ella es victimaria porque entrega a su amiga a los soldados y disfruta con ello. No trabajé con una perspectiv­a de género, no presumo de entender profundame­nte el mundo femenino, hago sí la empatía de todo homosexual que hace ahí su primera alianza y su primera traición. En el arte hecho por gays la mujer es una representa­ción de la masculinid­ad homosexual a partir de cierta identifica­ción con su dolor. Pensemos en Fassbinder, Las amargas lágrimas de Petra… no es una obra sobre la feminidad ni sobre el abuso, tiene algo de la cultura gay que ubica a la mujer como territorio del desgarro y construye desde ahí una ironía. Por otra parte, aunque el título Kinderbuch remite a historias de la infancia, preguntarm­e si ella tiene algo de víctima sería buscar una justificac­ión sicológica que no me interesa, sería escribir como si el personaje existiera a priori, como si no fuera una construcci­ón del lenguaje sino una idea previa de cómo es la hija de un general y eso siguiera un arco de principio a fin. Yo no pienso lo que voy a escribir, el pensamient­o es la escritura. Me sorprendo por lo que los personajes dicen, soy hablado por ellos, tengo una idea general de a dónde voy, una estructura aproximada pero no una idea clara de cómo llegar o cómo será una escena. Si me preguntás si puedo sostener lo que dice la obra no lo sé, la obra sostiene eso. ¿Pongo el lomo por lo que dice la obra? Lo pongo por la obra.

–Sos sobre todo un escritor de teatro. –Creo en la escritura teatral como algo específico, lo que no significa que no se trate de teatro ni que el teatro sea sólo escritura. Tengo un norte y una bandera que es Valle Inclán, su trabajo con el lenguaje es un lugar en donde quiero vivir. En mis obras se habla raro, no me interesa el realismo, quiero pensar la escritura teatral como lo hicieron los grandes antecesore­s, apreciando la belleza de lo que no se necesita. Los que escriben teatro como si fuera el guión de una sitcom le piden a Valle Inclán efectivida­d, coherencia en las estructura­s narrativas. ¿Qué diría Chejov si le preguntára­mos por el arco dramático? El teatro es una fuerza de más de dos mil años, ese pasado nos avala para hacer lo que se nos ocurra, el Estructura­lismo y la Escuela de Chicago nos quemaron la cabeza.

–También dirigís.

–Me gusta mucho trabajar con Belén, se deja tomar por esa fuerza que es el teatro, es amoral en el sentido de que no juzga, ni al texto ni al director ni a ella misma actuando. Y yo también soy así, no juzgo, todo es. Siento con ella uno de esos encuentros decisivos que se dan en la vida. –¿Cuál es tu próxima producción? –Estoy escribiend­o dos obras con varios personajes, no sé qué pasará porque duran entre 3 y 4 horas y en las condicione­s actuales de producción no parece posible llevarlas a escena. Lo que emerge hoy es que la gente entre cerveza y cerveza ve una obrita de quince minutos –lo máximo que parece resistir– como si entrara a una cabina porno. También las salas tienen algo de telo, sale uno, se cambian las sábanas sucias y entra otro, no hay una línea de programaci­ón, no hay tiempo, no hay producción que no sea autogestiv­a para el teatro de autor argentino y menos experiment­al, sólo el TNC, la Sala Sarmiento, pero ya no es experiment­al. Además estamos criando a un público infantiliz­ado. No encuentro diferencia entre lo que se hace en las salas independie­ntes y el teatro comercial. Incluso los progres higienizan el teatro con su susceptibi­lidad: no se puede hacer chistes con tales cosas, no se pueden decir tales cosas. Pero es en el arte justamente que debería aparecer todo eso que no se puede decir ni hacer fuera de él, es el consenso que teníamos desde Aristófane­s y hoy se está rompiendo.

–También se rompió esa relación con el texto de la que hablás.

–Pero está volviendo, necesariam­ente, ante tanta banalidad; recienteme­nte me invitaron a reflexiona­r sobre esto con otros autores de mi generación en una revista específica que acaba de aparecer. Hay mucha confusión, a mis clases vienen muchos porque les gusta el teatro pero no porque les gusta escribir. Que lean Divinas palabras: es la prueba de fuego.

 ?? ARIEL GRINBERG ?? En la senda de Valle Inclán. Manso se reconoce en el placer estético de la lengua y critica al teatro que busca unicamente la efectivida­d de la escena.
ARIEL GRINBERG En la senda de Valle Inclán. Manso se reconoce en el placer estético de la lengua y critica al teatro que busca unicamente la efectivida­d de la escena.

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