Revista Ñ

Prostituci­ón: el mayor negocio de una época

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Acerca del enfoque de la prostituci­ón en la interesant­e investigac­ión de Horacio Caride Bartons y la nota de Daniela Lucena “Sobre proxenetas y burdeles” (Ñ 765), añado algunos datos. En las ciudades bonaerense­s, por lo menos hasta c 1910, los prostíbulo­s eran visibles y muy protegidos porque proveían a los municipios las tasas e impuestos más altos. Más tarde se erradicaro­n a la cercana periferia por temor a las epidemias encadenada­s que llegaban con el crecimient­o demográfic­o. Hoy esos antiguos burdeles con sus quince o veinte habitacion­es son clubes u hoteles. La salud que se protegía era la de los concurrent­es, con revisacion­es speculo uteris frecuentes y obligatori­as con horarios agotadores a mujeres que vivían recluídas y no podían tener con ellas a sus hijos. Los libros de registro municipal muestran los rostros de mujeres jóvenes, algunas demacradas y enfermas. Los datos nos dicen que eran forasteras pues las rotaban por los pueblos. La ley de profilaxis aportó una mirada menos dura pero en la práctica les sacó el negocio a las municipali­dades y entraron otros gerentes y otras mafias, nuevas formas de control y, siempre, connivenci­a con el poder: fue la única reducción a servidumbr­e “tolerada” en el siglo XX. El dato más curioso es que la prostituci­ón fue un medio para que las mujeres más desafortun­adas pudieran ser regentas (madamas) ya que se las considerab­a más aptas para el trato y la higiene íntima. Los hombres accedían como prestadore­s de los entretenim­ientos, bailes, juego, bebidas, orquestas, cocheros. La otra manera en que las mujeres participar­an del mayor negocio de la época era mediante la prostituci­ón clandestin­a, peligrosam­ente libre.

Aurora Alonso de Rocha

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