Por más corredores humanitarios, por Manuel Castells
Derechos humanos. Cuando la xenofobia impide una respuesta solidaria ante los refugiados “socava el sueño europeo”. En este planeta, “nos salvamos juntos o nos vamos todos al carajo”, afirma el autor.
La tragedia de los refugiados de Oriente Medio y África constituye una grave crisis humanitaria y geopolítica que amenaza incluso la continuidad de la Unión Europea. Porque el proyecto europeo no era sólo la construcción de un mercado, aunque algunos países lo redujeran a eso, sino la proyección en Europa y en el planeta de valores humanos que contribuyan a un mundo basado en la paz y la solidaridad de la especie. La xenofobia, el racismo y el egoísmo presentes en las reacciones de muchos gobiernos y muchos ciudadanos socavan, en la práctica, el sueño europeo.
La Europa que muchos defienden ahora es una sociedad avejentada y asustada situada en un entorno de pobreza de mil millones de africanos percibidos como los nuevos bárbaros. Y contra los cuales se elevan fortificaciones físicas, legales y militares para sellar nuestras fronteras y, en particular, las orillas del Mediterráneo. Vano intento a medio plazo. Claro que el flujo de inmigrantes podría reducirse sustancialmente con una política de desarrollo compartido, a la que Europa debe contribuir por interés propio. Pero otra cuestión distinta son los refugiados, huyendo de guerras de exterminio tan- to en Oriente Medio como en África, en parte provocadas por la torpeza y ambición de Estados Unidos y Rusia, pero también de Europa (recuérdese Blair, Aznar, Sarkozy y demás autoproclamados defensores de la civilización).
El gesto de Pedro Sánchez de acoger al Aquarius a la deriva (la marca de un político que no renuncia a principios humanos, en la línea de Merkel) ha suscitado una nueva dinámica en la que por fin se habla y se negocia entre gobiernos. Porque sólo de la cooperación paneuropea puede surgir una política integral y diferenciadora entre inmigración y asilo. Política que debe incluir el desarrollo compartido Norte-Sur en lo referente a la inmigración y la lucha policial contra las mafias criminales que trafican con seres humanos.
Mientras se parlamenta en los salones del poder, miles de seres humanos ven sus vidas destrozadas sin horizonte de salvación. Si a usted no le importa esto, es que ha dejado de ser humano, y tal vez un día le llegue el turno de que cierren la puerta a sus seres queridos. En este planeta, tal y como está, o nos salvamos juntos o nos vamos todos al carajo. Pero pueden vislumbrarse rayos de esperanza. Si en lugar de mirar a los gobiernos, paralizados por sus querellas, miramos a la gente. A miles de ciudadanos, tal vez usted mismo, que sienten la generosidad de acudir en ayuda de nuestros congéneres. Y que están dispuestos a proporcionar alojamiento, trabajo, educación, a quienes lo necesitan urgentemente. Esa es la estrategia subyacente a una de las iniciativas más ejemplares y eficaces que se están dando en Europa: los corredores humanitarios propuestos y organizados por la Comunidad de San Egidio con apoyo directo de Francisco. Un proyecto que trata de abordar el problema clave: la integración en las sociedades donde recalen los refugiados. Para evitar campamentos provisionales o guetos de asistidos, fuente de discriminación y xenofobia. El Papa ha insistido en la necesidad de organizar la acogida desde la sociedad, ya sean familias, parroquias o asociaciones cívicas, que permitan resolver de inmediato dónde pueden vivir, trabajar, aprender el idioma y enviar a los niños a la escuela. Para ello, identifican a refugiados en los campamentos adonde llegaron y organizan su traslado legal a países europeos. Como hizo el propio Papa, en colaboración con la Comunidad de San Egidio, transportando en su avión al Vaticano 22 refugiados de la isla de Lesbos.
Estos son los corredores humanitarios: los que van desde la geografía de la desesperación hasta los países con los que la Comunidad de San Egidio ha establecido acuerdos. Hasta ahora son sólo unos pocos miles los que han transitado por estos corredores. Pero aun así son más que los refugiados acogidos por catorce países europeos juntos. Y si otras organizaciones, incluyendo municipios, tomaran iniciativas similares, podría canalizarse la energía positiva que existe entre nosotros en contraste con los instintos destructivos de la insolidaridad que nos amenaza.