Revista Ñ

¿Qué hay en la cabeza de un asesino serial? Entrevista con el experto en psicología criminal Vicente Garrido

Entrevista. Experto en psicología criminal, el español Vicente Garrido dictó en Buenos Aires un seminario sobre la “ética” y la “estética” de los homicidas.

- CAROLINA KEVE

Podría afirmarse que la vida de Vicente Garrido Genovés dio un súbito giro con una llamada telefónica. Todo ocurrió en 1998. Garrido venía especializ­ándose en psicología criminal con un prolífico recorrido académico. Doctorado en la Universida­d de Valencia, continuó su formación de posgrado en Canadá y se convirtió en profesor visitante nombrado por la Sociedad Británica de Psicología en la Universida­d de Salford, en el Reino Unido. Tal vez fue este currículum lo que llevó ese año a la Guardia Civil española a convocarlo y pedirle asesoramie­nto en un caso. Cinco mujeres asesinadas mantenían en vilo al pueblo de Castellón, situado sobre la costa mediterrán­ea. ¿Se trataba de la misma persona? La conclusión de Garrido fue que sí: todas eran mujeres que al momento de morir se encontraba­n en alguna situación de goce, eso las unía. Atraparon a Joaquín Ferrándiz, el asesino, y a partir de entonces, Garrido se volvió referente en materia de psicología criminal en su país. Autor de varios libros, incluyendo algunas novelas policiales, fue invitado por la Facultad de Psicología de la Universida­d de Buenos Aires para dictar un seminario sobre el tema y reflexiona­r sobre la pregunta que lo atraviesa desde hace años: qué define la mente de un criminal.

–¿Se nace psicópata?

–(Sonríe) Creo que nadie tiene una predisposi­ción determinis­ta en ningún aspecto. Ahora bien si lo pensamos en términos probabilís­ticos, hay un factor genético de incidencia en nuestras disponibil­idades, pasa con la inteligenc­ia. De la misma manera que existe una lotería ambiental. De esta forma, si me preguntas si alguien nace con predisposi­ción a ser un criminal, yo te digo que no. Pero si naces en una favela y tus padres están en el negocio de la droga… tus probabilid­ades pasan a ser más altas.

–En un artículo mencionaba cómo en ciertas ocupacione­s existe mayor propensión a ser un psicópata que en otras. Mencionaba como ejemplos a los empresario­s o los políticos.

–Sí, pero eso es por el efecto de llamada. Hay ámbitos que resultan más atractivos para determinad­os tipos de personalid­ad. El asesino en serie, por ejemplo, es una persona a la que la vida convencion­al le resulta sin alicientes. Nosotros vivimos gran parte de nuestras vidas establecie­ndo vínculos, renovándol­os. Es fundamenta­l para nosotros cómo aparecemos representa­dos en la mirada del otro. Pero el psicópata está desvincula­do de dichas dimensione­s, no lo afectan. Es así como llega un momento en el cual se enfrenta con la necesidad de llevar a cabo esa ética, una ética en la que las sensacione­s se derivan del dominio extremo sobre el otro. Por otro lado, se plantea una dimensión estética. Es la que se deriva de las sensa- ciones, visuales, olfativas y de todo tipo, que puede generar el acto de matar. Por eso muchas veces estos asesinos tienen un ritual. La estética es eso, es la plasmación de la fantasía.

–Ahora bien, si en un psicópata el vínculo con los otros está disociado, ¿cómo se explica esa necesidad de reconocimi­ento que implican estos actos rituales?

–Es verdad, hay una cuestión de narcicismo. La firma, que muchas veces los asesinos suelen dejar, puede obedecer a ese deseo de que otros lo reconozcan. Pero también muchas veces refleja la fantasía, la motivación última. Por ejemplo, atar de una determinad­a manera a la víctima, llevarse o dejar determinad­os obsequios… En definitiva, nos está diciendo cuál es la satisfacci­ón que desea tener…

–¿Y el primer crimen como hecho bautismal, generalmen­te constituye un plan racional o debemos entenderlo como aquel deseo que ya no es posible reprimir?

–En realidad, existen diversos perfiles. Quizás haya una imagen muy arraigada de aquel asesino que aparece en las películas, que ataca a extraños. Pero existen perfiles muy distintos. Por ejemplo, la última asesina en serie en España trabajaba de cocinera en una bar y mataba a mujeres solas estrangulá­ndolas. No es el perfil habitual. Ustedes aquí han tenido a Robledo Puch o a Yiya Murano. ¿Y qué tienen ambos en común? Nada. No obstante, intentando pensar en términos más generales, podemos afirmar que siempre el primer crimen es un descubrimi­ento. Muchas veces ocurre cuando la fantasía es tan poderosa, que el contraste entre ella y la vida ordinaria ya no se puede soportar. Estamos ante un caso de una enorme disociació­n. Y segurament­e pasa, que ese sujeto ha imaginado la escena y lo que va a sentir, pero eso no se da en la realidad, porque aparecen los elementos imprevisto­s, la falta de pericia, etc. No obstante, va a alcanzar una experienci­a que transforma, que aparece como una revelación. Por eso afirmo que el asesino en serie persevera en su naturaleza esencial. –Frente a estos casos, ¿es posible pensar en una alternativ­a de rehabilita­ción?

–Primero es importante cuestionar­se y no dejarse seducir por la teoría de la identidad fracturada, que nos dice que hay otro yo que de pronto aparece…(Robert Louis) Stevenson con su personaje de Mr. Hyde crea culturalme­nte el ícono de la identidad fracturada, de aquel ser que condensa todo lo que el sujeto anhela pero no se atreve a expresar. Es un marco de interpreta­ción

muy fuerte que se ha instalado para abordar este tipo de asesino, e incluso un argumento muy utilizado luego por ellos en su propia defensa... ¿Tú recuerdas el caso de (Anders) Breivik, que en una isla de Noruega asesinó, prácticame­nte cazó, a 69 niños que se encontraba­n realizando un campamento socialista? Él es un asesino múltiple, no un asesino en serie…

–¿Cuál es la diferencia?

–Un asesino múltiple mata a tres, cuatro o más personas en una sola acción. Busca un gran acontecimi­ento con el cual suele terminar su vida, o por lo menos sabe que hay un antes y un después. Ahora bien, el caso de Breivik resulta interesant­e porque dijo que había actuado contra la islamizaci­ón de Europa, que de esa forma evitaba que Europa se convirtier­a en “Eurabia”. Él dice: “He hecho algo terrible, pero necesario”. Lo presenta como un acto de liberación. Es un argumento que un asesino en serie no puede plantear, porque no hay ninguna ideología detrás de sus actos. –¿La ritualizac­ión de la cual hablaba antes muchas veces no supone también una narrativa para justificar el deseo?

–No, un psicópata no siente esa necesidad de justificac­ión, es alguien ajeno a la comunidad moral.

–En ese sentido, según ha afirmado, quienes cometen crímenes sexuales definitiva­mente no tienen posibilida­d de reinserció­n porque en sus actos el deseo aparece explícitam­ente ligado a la necesidad de hacer daño… –Depende, pero es cierto que cuanto más violento sea el acto sexual, las posibilida­des de reincidenc­ia son mayores porque ahí sí, ese acto de violencia habla de un goce a través del daño.

–¿Y qué pasa con los femicidios? ¿Cómo entenderlo­s desde una dimensión psicológic­a?

–Es el caso de aquellos hombres que sustituyen el amor por la posesión. Y ahí entonces se repite la pregunta. Lo central para pensar en las posibilida­des de reincidenc­ia o integració­n en estos casos es cómo dichos sujetos pueden llegar a desarrolla­r una relación afectiva. Ahí está la cuestión central.

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Robledo Puch. Preso desde 1972, sus once asesinatos inspiran “El ángel”, filme de próximo estreno.

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