La potencia utópica de una artista trans. Crítica de un ensayo sobre la obra de la performer trans Effy
Transiciones e identidad. Un libro recopila documentos personales de la perfomer trans Effy, quien se suicidó en 2014, y relatos de conocidos que evocan y piensan su vida y obra.
Comencé un tratamiento hormonal el mismo día que inicié mis estudios en el Instituto Universitario Nacional de Artes. He puesto preservativos en esculturas públicas. He enterrado mi identidad cual semilla a la espera de un crecimiento”.
Con esta frase de la artista Effy Beth comienza el libro Que el mundo tiemble (EDULP, 2016), compilado por el periodista Matías Máximo, que acaba de anunciar una segunda edición para 2018.
Effy nació en Israel en 1988 y fue anotada como varón. Vivió hasta los 25 años en Buenos Aires, donde encontró en el arte el modo de vida que le permitió deconstruirse y volverse inclasificable: transexual, bisexual, casta, judía, atea, extranjera, porteña, artista, mujer “potencial amenaza a tus prejuicios”, tal como decía la remera que usó en la Marcha del Orgullo LGTTBI de 2010.
El vínculo entre Máximo y Effy comenzó mucho antes del proyecto del libro. Se conocieron cuando Effy llevaba adelante un juicio al Estado para obtener un DNI con su nombre, en los momentos previos a la promulgación de la Ley de Identidad de Género. Y tal vez sea el documento el hilo conductor que permita acercarnos a los materiales reunidos en el libro y conocer las múltiples experiencias que la artista impulsó hasta el momento de su suicidio en 2014, que conmovió profundamente a sus afectos e interpeló sensiblemente al activismo artístico y político. El documento como necesario soporte legal de una identidad que, aunque cristalizada según los binarismos que ordenan el mundo, nunca se fijó en una categoría cerrada.
Pero, también, el documento como una de las posibles maneras en que el archivo se materializa en el encuentro con trazos, planes, descripciones, expectativas y testimonios de lo que fue imaginado como posible hoja de ruta.
Tras la muerte de Effy, con la ayuda de la madre de la artista y la colaboración de varios de los participantes de sus intervenciones, Máximo decidió compilar sus dibujos y los registros escritos y visuales de las disruptivas performances de la artista. Por ejemplo, la alfombra humana que organizó en la universidad o la cama que compartió primero con una chica y luego con un chico para problematizar la invisibilización del lesbianismo trans y los prejuicios respecto la sexualidad del varón.
También aquella en la que extrajo de su cuerpo la misma cantidad de sangre que pierde al año una mujer que menstrua, y la repartió en 13 dosis y realizó con cada una de ellas distintas acciones relacionadas con su construcción de identidad de género. A esos documentos se suman los escritos de Máximo, su madre Dori Faigenbaum y otras personas significativas en la vida de Effy: Susy Shock, María Julia Prut, Pao Lin Raffetta, Magui Funes, Ana López, Itatí Rolleri, Martín Villagarcía, Amy Pellegrini, Lisa Kerner, Mor Asir Navón y Lucas Fauno Gutiérrez son algunos de los amigos-artistas-activistas que con sus relatos nos acercan al inquietante mundo íntimo de la artista.
Un rasgo interesante de los documentos hallados es la prolijidad con que Effy archivó en su computadora distintas carpetas que guardaban hasta diez versiones de un mismo trabajo. ¿Cómo potenciar la productividad de un archivo para que logre escapar de su tendencia a localizar, contextualizar e historizar las prácticas de artistas que justamente intentaron trascender los límites de su tiempo? Con este libro, Máximo nos propone reactivar la potencia utópica de los materiales archivados a través de una invitación que es también un desafío: experimentar las obras de Effy a partir de múltiples abordajes; dar lugar a tantas lecturas como personas que lean y dudar -ante todo dudarde las interpretaciones cerradas sobre su obra y su intensa historia de vida.