Revista Ñ

A la maestra con cariño, por Adriana Lestido

- ADRIANA LESTIDO FOTOGRAFA, AUTORA DE “MADRES E HIJAS”, ENTRE OTROS LIBROS

Siempre me resultó difícil hablar sobre las imágenes que son significat­ivas para mí. Creo que son tan complejos y sutiles los mecanismos que determinan que una imagen esté viva, que tenga vida propia –al final de cuentas lo único que realmente importa– que la palabra no me resulta lo más apropiado para acercarme a su misterio, a su secreto.

Dorothea Lange, una de las más grandes maestras de todos los tiempos, fue decisiva para mí en la elección de la fotografía como medio expresivo. Cuando vi por primera vez su imagen más conocida, la de la madre nómade con sus tres hijos (“Migrant Mother”, Nipomo, California, 1936), hace casi 40 años, supe que por fin había encontrado mi camino. O al menos un camino que iba a transitar durante mucho tiempo. Como cuando uno reconoce en sus padres –reales o espiritual­es- algo propio que está latente, que con trabajo y suerte quizás llegará.

Sus imágenes siempre aparecen en momentos claves de mi vida, son una luz en la oscuridad. Me sucedió con “Migrant Mother” y también con “Mujer de High Plains”, Texas Panhandle, 1938, hechas ambas para la Farm Security Administra­tion sobre la población rural en los años de la depresión en Estados Unidos. A esta última la acompaña una frase que dijo la mujer: “si te mueres, estás muerto –eso es todo”. La miro una y otra vez, como a la mayoría de sus imágenes. Tan simple, como surgida de la más modesta observació­n, y sin embargo tan profunda, inagotable.

Los libros de Dorothea Lange suelen incluir algunas fotografía­s que le tomaron a ella, de joven fotografia­ndo subida al techo de un auto o sentada en el piso sonriendo a cámara, o ya viejita en su casa en el bosque. Es conmovedor sentir ante su presencia la misma fuerza, ternura y honestidad que transmiten sus imágenes.

Uno sólo puede ver desde lo que es. Quiero brindar mi humilde tributo a Dorothea Lange y agradecer que haya existido un espíritu tan noble y bello como el suyo. Capaz de iluminar caminos con su mirada. De poder contemplar las cosas simplement­e como son. De sentir tanta empatía con los protagonis­tas de sus imágenes, sean los que sean. Capaz de saber mirar, hasta lo más trágico, desde lo más sagrado de su ser. Desde el amor.

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