Búsquedas de la abstracción. Sobre una muestra de pintura y escultura vanguardista en Henrique Faría
En Henrique Faria, artistas vanguardistas tras el origen en la tierra y en el cielo
La obra de Alejandro Puente y la de Noemí Gerstein tienen en común la modernidad de sus planteos, la vocación por la construcción del espacio y el protagonismo de la materia. Juntas pero no revueltas, las piezas de ambos ahora se exhiben en el nuevo y amplio espacio de galería Henrique Faria Buenos Aires, a pasos del local anterior. Especializada en arte conceptual y contemporáneo, la galería inauguró en marzo pasado con Leandro Katz. Su propuesta recupera para nuevos públicos la obra de artistas pioneros (Carlos Guinzburg, Mirtha Dermisache) y de artistas vinculados al Pop de los 60 (García Uriburu, Delia Cancela); también exhibe obra en pleno desarrollo de argentinos como Marcela Astorga, Alicia Herrero y otros.
Las 12 obras de Alejandro Puente (La Plata, 1933- Buenos Aires, 2013), con acento constructivista de inspiración americanista, se despliegan en la sala principal. Sintetizan su interés en un sistema sensible que tiene a la forma y al color como preocupación medular –que lo acompañó a lo largo de su fecunda tra- yectoria– y que puede asociarse a los tejidos prehispánicos. Precisamente, desde el título del texto del catálogo, Unku: Una nueva visión de lo prehispánico, Cristóbal Jácome-Moreno (The University of Texas at Austin) subraya el vínculo con la túnica andina (unku), aquí recreada en la tela “Uncu”, 1973. Jácome-Moreno recuerda que cuando el artista se topó en los tempranos años sesenta con una colección de arte indígena peruano tuvo – en sus propias palabras– una “experiencia estética profundamente estimulante”. “Puente convirtió ese primer impacto emocional en una reflexión plástica de los materiales y formas constructivas del arte prehispánico localizado en ciudades antiguas del hemisferio americano”.
Jácome-Moreno explica la inclinación de Puente por el origen de las culturas ancestrales americanas con una mirada que, entre otras cosas, remite al descubrimiento de enorme cantidad de material arqueológico en México. Más aquí, Mariana Marchesi –hoy directora artística del Museo Nacional de Bellas Artes– señalaba en 2015, a propósito de la exposición antológica que organizó en Espacio OSDE, que “movido por la necesidad de encontrar las raíces de un arte regional en la cultura, Puente se sitúa en la senda abierta por Joaquín Torres García quien, en la década de 1930, sentó la propuesta de un arte americano fundado en el encuentro de los principios constructivos de las vanguardias europeas y los de la estética precolombina”. Acierta la curadora: en los años sesenta Uruguay estaba cerca y México quedaba muy lejos de Buenos Aires, más lejos que Nueva York, donde Puente recaló a finales de la década con una beca Guggenheim.
Precisos trazos y potentes colores para estas composiciones con aristas geométricas que en ocasiones se presentan como esquemas primarios, estructuras arquitectónicas (quizá altares ceremoniales, templos, cámaras mortuorias) que convocan a una contemplación emotiva antes que intelectual. “Uculla”, 2000, es un buen ejemplo del logro de Puente que, como dice Jácome-Moreno, entre otros latinoamericanos, “se asumieron como autores de una noción expansiva de la historia: los espacios y objetos del pasado no son parte de un momento estático. Todo lo opuesto: son un instrumento con la capacidad de enriquecer y problematizar nuestra percepción del presente”.
Noemí Gerstein (Buenos Aires, 19081996) es dueña de una extensa trayectoria, que tiene en primer plano a la escultura: incursionó también en la litografía y el diseño de joyas. Entre 1950 y 1951 estudió en París en la Academie de La Grande Chaumière junto al maestro ruso-francés Ossip Zadkine, que la condujo a trabajar la abstracción en el espacio. Luego multiplicó su presencia en escenarios nacionales e internacionales. La pieza de acero y bronce “Monumento al prisionero político desconocido” (1953) fue premiada en un concurso internacional en Londres. Fue la primera mujer nombrada en la Academia Nacional de Bellas Artes, representó dos veces a la Argentina en la Bienal de Venecia.
Entre las 10 obras escultóricas de Gerstein, en sala E, hay una sola que, desde su título, continúa aludiendo a las guerras (¿aludía a la Segunda Guerra Mundial, – terminó en 1945 pero sus secuelas se sintieron por lo menos hasta mediados de los 50– o a la de Corea, que enfrentó a las grandes potencias y cesó en 1953?). De más de metro y medio, “Imagen bélica”, 1954, señala el uso de materiales industriales, como varillas y tubos de hierro, subraya su camino a la abstracción y la construcción vertical. La verticalidad aparece nuevamente en “La estrella / Mago Merlín”, 1960, quizá como alusión a la magia, plegaria laica o “catedral gótica”, como sugirió un diario italiano. Tal como apunta el crítico Claudio Iglesias, “a través de las varillas de hierro [o de bronce], (…) Gerstein pudo conciliar la modernidad de sus técnicas con el sentido de la ficción. Así su trabajo toma distancia del programa visual de la abstracción pura y dura y se insinúa en un dominio más lírico y evocativo cuanto más ostensible es la crudeza del material”.
En “Bronce y plata para Mandrágora”, 1963, se percibe una sugerencia figurativa al igual que en su serie de Soles y lunas.
La obra de Gerstein representa la persistencia, la seriedad y el talento de la artista para trasmutar inmensas masas de hierro y otros materiales en esculturas que aparecen como si fueran leves y a punto de moverse. No eran livianas; cuando se separó dijo, jocosamente, a una colega que “era difícil ser escultora sin marido”.