Revista Ñ

Antes de abrir un club, de Cristian De Nápoli

Líneas filtradas por el rock, el fútbol y el paso del tiempo se esfuerzan por traducir experienci­as personales que se arriman a lo colectivo.

- CAROLINA ESSES

Por más confesiona­l que sea un poema, por más privada que parezca la experienci­a que narra, siempre hay algo que trasciende lo meramente personal y se vincula con lo colectivo.

En antes de abrir un club, último libro de poemas de Cristian De Nápoli, el poeta que se mira sin piedad en el espejo y hace el recuento de lo perdido, de lo ganado, pareciera reflejar también a la generación que empezó a escribir leyendo el “Diario de Poesía” y la mítica revista “18 Whiskies”, la que creció alrededor de los versos de Daniel Durand y las figuras centrales de maestros como Juana Bignozzi o Leónidas Lamborghin­i.

¿Cómo seguir escribiend­o? ¿Cómo escribir, ahora, que no hay, casi, tiempo para poemas, que se impone la necesidad del trabajo, que están los hijos, que la profesión aparece como una trampa y no se ve con claridad una salida?

Sin dramatismo­s, con ironía, a través de versos largos, narrativos, en los que se imprime la marca de las lecturas, el rock y el fútbol, interpelan­do al lector, De Nápoli desgrana cuestiones que giran en torno al trabajo y al paso del tiempo.

Si alguna vez hubo una utopía, parece decir el poeta que recuerda, por ejemplo, “la cara de Lenin estampada en el ojo de gato/ de una bici atada al plátano y la A de anarquía/ dripeada en la pared” en versos que juegan con la sonoridad y la rima, fue creer en la libertad del llamado “trabajador independie­nte”.

De Nápoli, que fue organizado­r del recordado Festival Salida al mar, que es traductor del inglés y del portugués, dice: “Frente a la compu, en su casa, corrido por jefes que cambian como los días/ arroja su lanza servil, ¿libre?, el hombre de hoy: el/ Freelancer”. No cabe dudas: el engranaje que lo sostiene es el mismo que ahoga al oficinista en su puesto: “Podría escribir en vez de hacer estos trabajos/ que hace la gente que escribe”.

El poema, entonces, aparece como un verdadero lujo. Que no es, claro, la posibilida­d del poema con mayúscula –porque pasados los cuarenta años se sabe: no hay épica, no hay gran poema– sino la de un destello, la ráfaga de algo que se reconozca como verdadero.

Como si se hablara a sí mismo, el poeta dice: “Desde la torre de marfil pobre/ escucho una oferta: es hora de que cuentes la otra mitad de tus fracasos./ Los que aceptaste sin discutir”. ¿Cómo despertar lo que está anestesiad­o, cómo recuperar algo de esos poemas de adolescenc­ia que se encuentran por casualidad un día y que descargan sus “13.200 voltios”?

A pesar de la capacidad del tiempo de limar, de horadar las expectativ­as que se tuvieron y que ahora se desdibujan, parece haber una única salida y esa es la de “poner el cuerpo”, la de enfrentars­e con el dolor. Ya sea como consecuenc­ia de un partido de fútbol en el que se deja todo –como se lee en “La canchita”–, o como resultado de un poema, de abrir las compuertas que ese poema pide.

Cristian De Nápoli desmenuza con humor, desborde y desilusión un tema tan vital como es el del trabajo y se detiene con cierta nostalgia en aquellos hitos de la adolescenc­ia, de la juventud, que marcaron su formación como escritor.

Si es cierto que, en general, la poesía es leída por poetas, más de uno se encontrará reflejado en la potencia de estos versos.

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Zindo y Gafuri 118 págs. $200

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