Revista Ñ

Estrategia­s de quienes salen al ruedo e invierten. Sobre distintas modalidade­s de coleccioni­smo

- MERCEDES PEREZ BERGLIAFFA

Hay diferencia­s entre quienes colecciona­n arte, en este caso arte argentino y latinoamer­icano. Existen escalas patrimonia­les, claro; diversos motivos que los llevan a colecciona­r y a veces a donar, también, parte de sus coleccione­s. Métodos y formas plurales de entrar en el sistema del arte, hacerse un lugar en este entretejid­o no sólo cultural, en vínculo con el mercado de arte y también social y empresario. Pero es interesant­e mencionar, quizás, las empresas y fortunas que les permiten a los coleccioni­stas, de escala large (como la venezolana radicada en los EE.UU. Ella FontanalsC­isneros, o la italiana Patrizia Sandretto), moverse a nivel internacio­nal. Estos coleccioni­stas rara vez quieren hablar de cómo construyer­on sus for- tunas. Sin embargo, hay excepcione­s como Jorge Pérez (argentino-cubano radicado en Miami) que habla sobre cómo forjó su carrera y es bien predispues­to al diálogo con artistas y público.

Ella Fontanals estuvo casada con Osvaldo Cisneros, dueño de una de las fortunas más grandes de Venezuela. Osvaldo es, a la vez, primo de Gustavo Cisneros, esposo de Patty Cisneros, otra gran coleccioni­sta de arte venezolana (parte de la familia Phelps de EE.UU., vinculada a la red de los grandes bancos). En el caso de Patrizia Sandretto, es hija de una rica familia turinesa ligada a la industria automotriz. Su esposo, Agostino Re Rebaudengo, es director y dueño de una empresa de energía líder en Italia, Asja Ambiente Italia.

En nuestro país hay coleccioni­stas grandes, medianos y pequeños. Los hay apasionado­s y otros que, además de amar el arte, lo utilizan para acceder a una visibilida­d internacio­nal. En este sentido, fue pionero y paradigmát­ico el momento en que Amalia Lacroze de Fortabat realizó un movimiento magistral: en 1980 compró en Sotheby´s una obra de Turner a precio récord. En la portada de The New York Times apareció el titular: “Una sudamerica­na batió el récord histórico en pintura”. Mucho después Eduardo Costantini compraría un Frida Kahlo histórico (1995), y el emblemátic­o “Abaporu”, de la brasileña Tarsila do Amaral. También sería noticia en los medios. Es interesant­e notar que, cuando un coleccioni­sta compra una obra icónica, no sólo se posiciona socialment­e y en el contexto global de otra manera sino también escalan sus empresas: el amor por el arte se relaciona también con el amor por los negocios.

Claro que hay otros coleccioni­stas fuertes en la Argentina que buscan todo lo contrario: no quieren salir en los diarios y sus maravillos­as coleccione­s no son públicas. La de los Blaquier es quizá el caso más llamativo. Como es observable, el mundo del coleccioni­smo de arte es amplio, variado y de diferentes cualidades. Cuando los coleccioni­stas son, además de amantes del arte, generosos y abiertos hacia otros actores del sistema, sus proyectos adquieren otra dimensión, un plus: no se trata solamente de inversione­s (económicas o simbólicas) sino también de contribuir al cambio social. Para otros, se trata de una comunidad de negocios más: el arte deviene aquí un activo estratégic­o, para adquirir presencia en ciertos ámbitos. O simplement­e, poder.

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