Y si diez años después te vuelvo a encontrar. Sobre el reestreno de “Teatro para pájaros”, de Daniel Veronese
Dirigida por Daniel Veronese, hace una década “Teatro para pájaros” dejó una marca. Ahora vuelve con el elenco original.
No hay, que yo sepa, una vida más apasionada y más solitaria que la de esa mujer. Prefirió soñar el amor y acaso imaginarlo y temerlo”, dijo Borges sobre Emily Dickinson. Ahora, hay en Buenos Aires una obra de teatro que también habla sobre vidas pasionales, amores no correspondidos, personas solitarias y hasta incluye permanentes citas a la gran poeta estadounidense que, como convocada por una médium, aparece en la voz de uno de los personajes. Se trata de Teatro para pájaros, un espectáculo icónico en la historia de la escena independiente de Buenos Aires, estrenada hace diez años, con texto y dirección de Daniel Veronese. Con el mismo elenco y una puesta similar, esta historia volvió a los escenarios para dar cuenta de su vitalidad única: una fusión dinámica entre humor, absurdo y desesperación, en un texto de cajas chinas, que la vuelven inmune al paso del tiempo.
Para poner en contexto la vuelta de esta mítica obra hay que recordar sus comienzos diez años atrás, cuando su director Daniel Veronese representaba, junto a otro grupo de poderosos directores como Rafael Spregelburd, Javier Daulte, Alejandro Tantanian y Emilio García Wehbi, entre otros, una gran renovación del teatro independiente argentino. Ahora, con recorridos diferentes, cada uno de estos referentes son artistas legitimados,
estéticas propias y estudiadas. Pero en aquel momento (y varios años antes también) representaban el caldo de cultivo de una nueva impronta teatral que crecía con fuerza en los circuitos alternativos. Lo mismo sucede con el elenco del espectáculo: Malena Figo, Diego Gentile, Marina Bellati, Lautaro Delgado Tymruk, Laura López Moyano y Leonardo Saggese son todos actores y actrices profesionales que transitan la escena comercial, oficial e independiente, el cine y la televisión con
mucha fluidez, pero diez años atrás también eran jóvenes intérpretes con muchos espacios aún por conquistar.
De ahí nace Teatro para pájaros y su resultado es una obra que da cuenta de toda esa efervescencia colectiva. El argumento plantea una noche en la que tres parejas se reúnen en un departamento, mientras afuera hay un pequeño escándalo público ante la abrupta muerte de un portero. No son cualquier tipo de pareja: son todos actores y actrices, una incipiencon te dramaturga y un productor. Se conocen desde hace tiempo y esa noche se empieza a instalar la desesperación de los artistas: la necesidad de ser reconocidos, la preocupación por el talento, la hipocresía de los vínculos y las pretensiones del circuito alternativo, como por ejemplo cuando se preguntan: “¿Por qué se lo hacen complicado al público?”.
Desde Madrid, donde actualmente está montando otro espectáculo, Daniel Veronese sostiene que el problema del deseo y la crisis de estos personajes sigue viva y que por eso fueron unánimes las ganas de reponer la obra: “Son personas que viven en una situación de encierro y están enfrentados ante la desnudez, la falta de oportunidades y a sus propios miedos. Me pregunto qué pasaría si reponemos esta obra cada diez años. En 2008, durante los ensayos, nos reíamos muchísimo. Yo, particularmente, necesitaba reírme un poco de los sucesos del teatro independiente, no con la intención de rebajarlo, todo lo contrario, sino para poder decir cosas tristes y también patéticas de ese espacio nuestro, tan importante. A veces siento que debo reírme de algo para poder hablar en serio, para que no aparezca la seriedad en primer plano”, dice.
En su estructura, Teatro para pájaros es un caso de ficción dentro de la ficción y en cada momento la obra remite a sí misma. Las escenas suceden en distintos planos narrativos, hay varias historias que conviven al mismo tiempo y genera que los personajes (que en la ficción son actores) se vuelvan intérpretes de sus propias vidas. Las situaciones se transitan de manera caótica, los diálogos se superponen y esa vorágine forma parte del ritmo de la obra, que gana en intensidad y humor, sin soltarle la mano al espectador, que queda capturado por todo lo que pasa en un espacio en el que apenas hay una mesa con dos sillas, una cama de una plaza y un equipo de música en el cual se escucha a Leonard Cohen.
“La obra es una montaña rusa, es un desorden mental y emocional, que quizás correspondía a etapas de hace más de diez años, a las que podría volver sin problema si las circunstancias cambian, no es un tema generacional para mí. Es esa esfera mítica en la que solemos funcionar, flotando y que por momentos se resquebraja, pierde altura y hacemos todo lo posible para emparcharla y que vuelva a mantenernos en el aire. Es una mezcla de sensaciones e ideas sobre esta profesión tan particular que nos lleva a vivir así por momentos, a sabiendas de que la cosa puede cambiar y que se legitimará otra situación distinta. Pero lo importante es no olvidar que ahí, en ese desconcierto, en esas ganas de levantar vuelo nace todo lo que nos pertenece como creadores”, piensa su autor y director.
Por eso, la obra pasa del delirio cómico a momentos de mayor desesperación, en los que, al final, vemos el dolor de personajes que buscan como pueden el amor, elevarse, ser mejores. “Cuando examino a la gente que tan bajo yace para llegar tan alto”, dice Emily Dickinson y esa misma frase la declama Gloria, una de las protagonistas de esta historia, que pasa del desconsuelo a una necesidad de volver a sentir algo real. Se lo dice a esos pájaros y a ella misma, mientras se desvanece para llegar a un final poético y enrarecido, con el cual se instala una gran sensación que deja esta obra y es que no hay que perder la fe. Ni ahora ni dentro de diez años.