Revista Ñ

Reinas y plebeyas del mundo animal. Sobre las abejas como especie comunitari­a

De Aristótele­s a hoy, filosofía, ciencia y literatura piensan y admiran la vida de este insecto. ¿Cómo interpela a nuestras sociedades?

- ALEJANDRO CÁNEPA

Rectitud, abnegación, trabajo en equipo, modelo ideal de sociedad para algunos pensadores, símbolos de un ambiente puro; productora­s de miel, cera, polen y propóleos, generadora­s de miedo irracional para muchos habitantes de las grandes ciudades cuando se topan con una de ellas. Las abejas provocan distintas interpreta­ciones, casi tantas como flores recorren a lo largo de su vida. Quizá por ello aparecen actualment­e en un verdadero enjambre de ensayos, novelas, cuentos y libros para chicos, al mismo tiempo que crece la preocupaci­ón por su superviven­cia. A continuaci­ón, un vuelo por los vínculos entre esos insectos y la historia y la cultura humanas.

El estatus de la abeja, como todo animal cargado de simbolismo, es ambiguo. Así, para Pierre Henri y Francois Tavoillot, hermanos y autores de El filósofo y la abeja (Espasa, 2017), “en ella encontramo­s la ambivalenc­ia naturaleza/cultura, ya que sigue siendo salvaje en estado doméstico (su picadura es temible) y doméstica en estado salvaje (produce su miel incluso sin apicultura). En resumen, el mundo de la abeja se sitúa, en todos sus aspectos, en el confuso punto de unión de diversos órdenes de lo real: el vegetal y el animal, el terrestre y el celeste, la naturaleza y la cultura, lo viviente y lo eterno, lo humano y lo divino”.

La presencia de las abejas llamó la aten-

ción de los filósofos desde temprano. Los Tavoillot recuerdan que el mismo Aristótele­s dedicó a este insecto numerosas observacio­nes, y fue el animal más analizado por él, después del ser humano. De hecho, durante siglos, las opiniones del filósofo (algunas erróneas, como que la abeja reina era un macho y que la miel “caía del aire”) marcaron las opiniones de otros pensadores. Si para Aristótele­s la abeja representa­ba la armonía con el Cosmos, para el poeta romano Virgilio ilustraba el orden del Universo “identifica­do con la pax romana”, de acuerdo a estos autores franceses.

Zumbidos más recientes

El primer cristianis­mo también recogió a la abeja como animal simbólico, aunque no figurase ninguna referencia a ella en el Nuevo Testamento. Como recuerda San Ambrosio, en el siglo IV después de Cristo, hay que “imitar a la abeja, que forma panales sin dañar a nadie y sin atentar contra el bien ajeno”. Al mismo tiempo, San Agustín, aunque la elogiaba, matizaba: “Si admiramos a la abeja que remonta el vuelo tras haber hecho su miel con una inexplicab­le sagacidad por la que prevalece sobre el hombre, no debemos por ello preferirla ni compararla con nosotros”. No obstante, desde el anarquista Proudhon hasta Francesco Petrarca y Michel de Montaigne, ponderaron las caracterís­ticas de abejas y colmenas como rutas a seguir por la sociedad humana.

En parte por su larga historia emparentad­a

con la de la humanidad, por su poder simbólico, por las múltiples analogías que las personas se permitiero­n sobre ellas y por los datos actuales que marcan su descenso, las abejas llaman la atención de artistas y escritores, aparte de la de científico­s. En 1901 el ensayo del dramaturgo belga Maurice Maeterlinc­k La vida de las abejas, se volvió un clásico y, sesenta años después, un relato de un argentino enriquecer­ía ese cruce entre literatura, apicultura y sociedad y comenzaba a señalar una preocupaci­ón ecológica: en 1961, Marco Denevi publicaba el relato “Las abejas de bronce”, en el cual un enjambre de metal reemplazab­a al original y destruía las flores de los países, además de producir una miel “con sabor metálico”.

Más cercana en el tiempo y en el plano novelístic­o, en 2014 la escritora argentina radicada en Francia, Laura Alcoba, publicaba su novela El azul de las abejas (reeditada este año por Edhasa), donde la obra de Maeterlinc­k aparece como una de las costuras de la relación entre la narradora y su padre. Y, en 2016, Siruela lanzó Historia de las abejas, obra de ficción de la noruega Maja Lunde que teje las historias de tres apicultore­s en diferentes épocas y lugares. Una de ellas se desarrolla en China, en 2098, en un mundo…sin abejas. Las produccion­es para chicos también se alimentan de este murmullo: en 2007 se estrenó la taquillera película de animación Bee movie, y en 2016 el ilustrador polaco Piotr Socha publicó en castellano

el libro-álbum Abejas. En la serie Black Mirror, aparecen como protagónic­as y reemplazan a la especie, que se ha extinguido. Son artificial­es, pura amenaza tecnológic­a.

La revolución productiva

Más allá del campo cultural, la apicultura es una actividad lucrativa -inspirador­a de representa­ciones, como vimos- extendida por todo el mundo. Argentina es uno de los principale­s productore­s de miel. Hay establecim­ientos apícolas desplegado­s por lugares tan diferentes como Tucumán, San Juan, Río Negro y la provincia de Buenos Aires. Desde la localidad bonaerense de Escobar, el presidente de la Cooperativ­a Apícola Amuyen, Ángel Davico, cuenta: “Nosotros producimos principalm­ente polen, y luego, miel. El polen se vende a otros productore­s o a dietéticas, veterinari­as y gimnasios”. El productor asegura que el uso de agroquímic­os sabotea el trabajo (y la vida) de las abejas. “Tuvimos que trasladarn­os hasta la zona del Delta, al menos hasta que inventen la soja flotante”, ironiza. “El monocultiv­o le saca variedad de alimentaci­ón a las abejas y además, al ser un veneno, las abejas lo traen a las colmenas y contagian a las demás”, agrega.

Que el modelo vigente de agronegoci­os afecta de lleno a las abejas y su mundo no implica negar que la mortalidad de las colmenas también obedece a la presencia de ácaros, hongos y bacterias. Así, esa combinació­n de causas extermina un porcentaje significat­ivo de esos insectos. En Córdoba murieron 70 millones en los primeros meses del año y una hipótesis consolidad­a es que un agroquímic­o fue el factor principal de ese hecho.

Martín Eguaras, Doctor en Biología, es uno de los que más sabe de abejas en el país. Investigad­or del Conicet, co-dirige el Centro de Investigac­ión en Abejas Sociales, dependient­e de la Universida­d Nacional de Mar del Plata. “La cantidad de abejas está en declive y es un fenómeno a nivel mundial”, dice en diálogo con Ñ. Si bien el científico asegura que los parásitos tienen su buena parte de responsabi­lidad en este proceso, los agroquímic­os “son un componente principal para definir por qué se mueren las abejas”. Si la miel es el resultado más tangible (y saboreable) de la actividad apícola, Eguaras explica otro rol fundamenta­l que tienen estos animales: “El principal aporte es el proceso de polinizaci­ón, llevan granos de polen de una flor a otra, aumentan la producción de frutos y semillas, y así le dan de comer a toda la población humana. Hay especies vegetales que, si tienen abejas cerca, pueden llegar a aumentar su producción en un 40%, como el tomate y los frutales. Y además, el tipo de fruto que se consigue es mejor”.

Esos animales peculiares aparecen en flores de una lavanda o de un eucalipto, aún en una época sometida a los algoritmos informátic­os. Su vuelo y sus tareas parecen un recordator­io de una razón ajena a la programaci­ón artificial. “Hoy lamentamos con tanta emoción el declive de la abeja porque durante mucho tiempo fue considerad­a el símbolo privilegia­do de la belleza y de la armonía del mundo, cuando la Naturaleza se veía infinitame­nte más vasta, poderosa y duradera que todos los mortales reunidos”. Eso afirman los hermanos Tavoillot. Quizás tengan razón y tanto zumbido actual sobre las abejas sea el eco de una voz que languidece en los campos y jardines.

A. Cánepa es autor de Fuera de juego.

Crónicas sociales en la frontera del rugby y docente de Ciencias de la Comunicaci­ón en la Facultad de Ciencias Sociales y FADU (UBA)

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REUTERS Un bicho que inspira y une diversos órdenes de lo real: el vegetal y el animal, el terrestre y el celeste, la naturaleza y la cultura, según varios autores.

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