Revista Ñ

Atwood y su teatro poblado de fantasmas,

La reconocida escritora canadiense, autora de “El cuento de la criada”, reescribe y actualiza “La tempestad” de Shakespear­e.

- por Patricia Suárez

Margaret Atwood sucumbió a la tentación de utilizar una obra de Shakespear­e como escenario para su último libro, La semilla de la bruja. El libro forma parte de un proyecto de la Hogarth Press, la editorial fundada en 1917 por Leonard y Virginia Woolf, que se propuso a modo de homenaje al bardo inglés, en 2014, lanzar una colección de clásicos shakesperi­anos vueltos a contar por un puñado de escritores de habla inglesa. Jeannette Winterson inauguró la colección en español con El hueco del tiempo, inspirada por Cuento de invierno. Entre los autores publicados y ya traducidos al español están otras grandes plumas femeninas, como Anne Tyler, que hizo su versión de La fierecilla domada bajo el título Corazón de vinagre.

Atwood tiene al lector acostumbra­do a universos inesperado­s, donde puede irrumpir lo imaginario; El cuento de la criada es una distopía en la que el futuro se rige por un cruel código religioso, de tipo cuáquero. Esta vez su fantasía se ocupa de La tempestad de Shakespear­e y la trama de una venganza. Para quien desee leer la novela de Atwood pero desconoce la obra de Shakespear­e, el ejemplar cuenta con un resumen de la obra en el posfacio, escrito por ella misma.

Trece años atrás, Félix Phillips, director de teatro de una pequeña ciudad de Ontario, Canadá, de un día al otro es despedido de su trabajo. Sus puestas, creativas hasta lo bizarro, se pasaron de la raya con La tempestad. Tuvo la mala idea de caracteriz­ar a Calibán como un disca-

pacitado severo y el público tomó esto por una burla discrimina­toria hacia los discapacit­ados en general. Los mecenas de la institució­n amenazaron con retirar sus subvencion­es a menos que despidiera­n de su cargo a Félix; cosa que los directivos hicieron apenas comunicado­s. Félix se retira a un lugar escondido en el campo, cerca del Lago Hurón, donde vive una transforma­ción. Todavía atribulado por la muerte de su esposa y su hijita, Miranda, a quienes perdiera diez años atrás, comienza a ver crecer al fantasma de la niña. Al principio es una ilusión, un “cómo sería si ella viviera” y cuando la fantasía amenaza con hacerse realidad, Félix toma el toro por las astas y decide buscar trabajo. Después de todo, aunque está jubilado tiene sesenta y pocos años y un trabajo lo devolvería a la realidad: en el Correccion­al Fletcher dará clases de literatura shakespear­iana a los convictos durante varios años, hasta llegar a la que será su apoteosis y su venganza: La tempestad, con la cual demostrará lo injusto que fue su despido del trabajo anterior como Director del Festival de Teatro de Makeshiweg. La venganza: un tema por completo shakespear­iano.

La novela narra del 13 al 31 de marzo de 2013, fechas cargadas de treces del derecho y del revés, número proverbial de mala suerte. Durante ese período se harán los ensayos y el estreno, todo en tercera persona y en tiempo presente – quizá porque la magia sucede siempre en el presente– y Félix deberá liberar, igual que el Próspero de Shakespear­e a quien él interpreta­rá en escena– el espíritu de su hija Miranda.

Un plus que tiene La semilla de la bruja y lo hace un imperdible para los estudiosos

y amantes del teatro, es la mirada que la autora sobre el quehacer teatral y su lectura de Shakespear­e. Por ejemplo, cuando pone en boca de los convictos su modo de entender esa literatura: “Todos tenían su propia opinión sobre cómo los personajes habrían podido gestionar mejor sus problemas. Qué estupidez dejar que Marco Antonio hablara en el funeral de César, le dieron una oportunida­d y ya ves, Ricardo fue demasiado lejos, no debería haber asesinado a todo el mundo, de ese modo nadie le ayudó cuando llegó el momento de la batalla. Si quieres ser el jefe, necesitas aliados: ¡no hace falta ser ningún genio para saberlo! En cuanto a Macbeth, no debería haberse fiado de esas brujas, porque acabó creyéndose invencible. La regla número uno es conocer tus puntos débiles, porque si algo puede ir mal, irá mal. Todos lo sabemos, ¿no?”. O cuando Félix llega a la conclusión de que un teatro puede tenerse en casi cualquier ámbito que no sea necesariam­ente una sala convencion­al: cualquier sitio que se use para hacer teatro, es un teatro por definición.

Cuando las autoridade­s del Correccion­al objetan a Félix el dramaturgo elegido para sus clases por su elevado nivel literario, tan contrastan­te con el semianalfa­betismo de los reclusos, él responde: “¿Cree que los actores de Shakespear­e leían mucho? Eran peones, como… ¡como albañiles! No leían la obra entera, sólo memorizaba­n sus versos y las entradas. E improvisab­an mucho. El texto no era una vaca sagrada”.

También Atwood se permite una buena dosis de didáctica teatral: cómo trabajar con personas (Félix los llama actores, se niega a llamarlos presos) a las que debe introducir en un universo dramatúrgi­co complejo, es decir otra época, otro lenguaje, una escritura versificad­a, un modo de amar y vivir muy distinto del actual y de alguien que puede elegir tan poco, como un presidiari­o. Los recursos que utiliza Félix para hacerlo, pueden ser de mucha ayuda para quien quiera incursiona­r en esa literatura en el mundo real. Por ejemplo, concurso de palabrotas, insultos entre los participan­tes que sólo pueden ser sacados de los textos de Shakespear­e. En suma, una colección de grandes novelistas que abordan obras de aquel que lo dijo todo sobre la condición humana, y con quien, al decir de Atwood “nunca hay una sola respuesta, sino muchas”.

 ?? RODRIGO RUIZ CIANCIA ?? En papel y en pantalla. Su libro “El cuento de la criada” se convirtió en una exitosísim­a serie.
RODRIGO RUIZ CIANCIA En papel y en pantalla. Su libro “El cuento de la criada” se convirtió en una exitosísim­a serie.
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LA SEMILLA DE LA BRUJA Margaret Atwood Trad. Miguel Temprano Lumen336 págs.$399

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