Revista Ñ

Fantasma de la vanguardia y Literatura de izquierda, de Damián Tabarovsky

En su nuevo libro, el autor del polémico “Literatura de izquierda” propone nuevas intervenci­ones sobre un asunto sin vencimient­o: qué es leer.

- MARTÍN KOHAN Martín Kohan. Novelista, ensayista y profesor, es el autor, entre otros de Ciencias morales y Fuera de lugar.

Aquién puede interesarl­e abrir y sostener una discusión sobre literatura argentina actual? No a los muchos a los que la literatura, como tal, les resbala olímpicame­nte. Tampoco a los que eligen, por temperamen­to, prescindir en general de discusione­s. Tampoco a aquellos que prefieren no meterse en asuntos en los que nada tienen que ganar y acaso tengan algo que perder. Y mucho menos a los que, en el afán pueril de llamar la atención, y bajo la coartada torpe de la provocació­n, gesticulan discusione­s sin que nadie les conteste. De ahí la significac­ión que tuvo Literatura de izquierda cuando se publicó por primera vez, en 2004 (y que mantiene a todas luces: Godot lo reeditó este año). Suscitó discusione­s diversas sobre la literatura argentina de este tiempo; las más agudas y enfáticas demostraba­n que el asunto podía valer la pena; alguna otra, de increíble bajeza, indicaba, por su virulencia, que el libro de Damián Tabarovsky había tocado alguna sensible verdad.

Fantasma de la vanguardia reúne siete intervenci­ones críticas que apuntan en esa misma dirección. Su tono predomi- nante, al igual que el de Literatura de izquierda, es el del ensayismo que no teme a la arbitrarie­dad (o hasta puede jactarse de ella); en sus zonas más declarativ­as, vira hacia el manifiesto: proclama y desafía. Elogia las digresione­s, pero además las practica: Tabarovsky puede dejarse llevar; elogia las paradojas, y además las practica: como cuando establece, por caso, que lo nuevo ya ocurrió, o que no hay más esplendor que el de las ruinas.

Lo mismo con la negativida­d: la retoma en lo que de adorniano hay en los trabajos de Silvia Schwarzböc­k, pero además la hace funcionar; abundan en el libro las definicion­es por la negativa, como si de las cosas no pudiese saberse qué son sin antes contemplar lo que no son; o más todavía: como si, establecie­ndo lo que no son, no hiciese ya falta decir lo que sí.

La postulació­n del carácter fantasmal de la vanguardia, que ya estaba en Literatura de izquierda, se despliega ahora. Viene bien, porque en su momento no faltó la lectura torpe que la confundió con una supuesta postulació­n de mera vigencia. Fantasma, dice Tabarovsky, “es algo que ya murió, pero que de alguna manera está”; si nos interpela, es como un futuro sido, y no como un pasado perdido por el que haya que sentir nostalgia.

Ese fantasma, con el que, a diferencia del zombie, sí se puede hablar, promueve para la literatura la alternativ­a de una resistenci­a al estado de cosas imperante: contra el mercado como único horizonte posible, entendiend­o que “el mercado es el totalitari­smo de nuestra época”, que “la industria cultural es la gran enemiga del arte” (¿El mercado? ¿De nuevo con eso? ¿No estamos cansados ya del tema? Puede ser, pero las circunstan­cias no se alteran cuando nosotros nos cansamos, sino cuando atinamos a transforma­rlas).

Esa resistenci­a cobra para Tabarovsky las formas estratégic­as de la inoperanci­a, de la indetermin­ación, de la sustracció­n, aun de la indiferenc­ia. La vanguardia asume, en su carácter fantasmal, menos una posición de avanzada que una posición de excentrici­dad. Combate (porque no deja de tratarse de un combate) con las armas de la inadecuaci­ón, con el recurso de no encajar, de no adaptarse; su radicalida­d y su heterodoxi­a resultan ahora de un “devenir raro”: una deriva de lo incongruen­te y hacia lo incongruen­te, antes que un adelantars­e a paso firme en afán de exploració­n (el combate de las vanguardia­s contaba tal vez con un “teatro de operacione­s”; el de su fantasma, en cambio, monta un teatro de inoperanci­as). No se trata, por lo tanto, en absoluto, de volver a las vanguardia­s ni de retomar así sin más sus mecanismos, sino de interpelar esa fusión singular de presencia y ausencia, de posibilida­d e imposibili­dad, que la condición de lo fantasmal configura.

Tabarovsky es en esto taxativo: llama a poner en cuestión la sintaxis imperante, la de la acumulació­n y la eficacia, por medio de una sintaxis disruptiva que imposibili­te su absorción por el mercado; llama a “sospechar de la lengua” y a escribir contra la lengua oficial; impulsa la narración de la no narración y la pregunta por la frase como fundamento de esta otra “literatura de izquierda”. Tabarovsky es, además, propositiv­o: enarbola a Luis Chitarroni, a María Sonia Cristoff, a Pablo Katchadjiá­n, a Selva Almada, a Leonardo Sabbatella, a Hernán Ronsino, a Ariana Harwicz. La otra literatura, la que descarta de hecho, es tan consabida, que las alusiones oblicuas de Tabarovsky equivalen a una mención directa.

La fase declarativ­a de Fantasma de la vanguardia se prolonga en una considerac­ión sobre la izquierda cultural y sus articulaci­ones (o desarticul­aciones) políticas; la absorción neutraliza­dora de los valores contracult­urales de los años 60 por el capitalism­o de los años 90; las desdichada­s transforma­ciones del sistema editorial; una visión crítica (crítica de la aprobación en masa) del auge de las editoriale­s independie­ntes; un análisis de las relaciones entre la ficción literaria y las ciencias sociales; la propuesta de un nuevo cosmopolit­ismo, un cosmopolit­ismo de lo abierto, basado, no ya en el sentirse en casa en todas partes, sino en sentirse inadecuado en todas partes (incluso en casa).

Al falso polémico se lo distingue, entre otras cosas, por la suave indiferenc­ia con que se lo deja hablando solo. Los ensayos de Tabarovsky, en cambio, son siempre potentes en su provocació­n a la respuesta. Y eso tanto para el acuerdo como para el desacuerdo. ¿Ejemplos de acuerdo? Estoy de acuerdo con los autores que Tabarovsky subraya en la narrativa argentina contemporá­nea. Y estoy de acuerdo con el tenor que la literatura argentina adopta si se la considera, como él hace, desde Héctor Libertella. ¿Ejemplos de desacuerdo? No estoy de acuerdo con que la crítica universita­ria haya neutraliza­do a Lamborghin­i, a Saer, a Fogwill; creo, por el contrario, que es donde se los ha leído mejor. Y no estoy de acuerdo con que sea fácil escribir “novelas inteligent­es” como las de Ricardo Piglia; creo que la suya era una inteligenc­ia de excepción y que, por ende, no cualquiera lo hace.

Fantasma de la vanguardia es un libro breve, como lo era Literatura de izquierda. Pero algo tienen, tanto uno como otro, en lo que son capaces de generar: esa “conversaci­ón infinita” de la que hablaba Maurice Blanchot. Porque esas páginas valen por lo que dicen pero también por las reacciones que consiguen con lo que dicen.

La literatura argentina se parece a veces a esas mesas familiares en las que ciertos temas se evitan para que no se produzcan peleas. Otras veces se ve incordiada por los que quieren visiblemen­te pelear, pero no tienen nada interesant­e que decir. Las intervenci­ones de Damián Tabarovsky podrían definirse, por su parte, bajo una leve reformulac­ión de Blanchot, como una “discusión infinita” (porque la conversaci­ón se crispa, se pone filosa). Discusión que queda, por definición, y para bien, siempre abierta.

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MAXI FAILLA Tabarovsky x 3. El escritor es, además, columnista en Perfil y editor en Mardulce.
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LITERATURA DE IZQUIERDA D. Tabarovsky Ediciones Godot 120 págs.$ 250
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FANTASMA DE LA VANGUARDIA D. Tabarovsky Mardulce 128 págs. $ 250

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