Revista Ñ

Las viudas de la mina y su áspera belleza. Sobre el ensayo fotográfic­o de Sebastián Szyd

Sebastián Szyd expone en Chivilcoy parte de un trabajo que muestra la dura realidad de las familias mineras en Potosí, Bolivia.

- JULIA VILLARO

Cuando el fotógrafo argentino Sebastián Szyd les dijo a las viudas de los mineros que le gustaría hacerles un retrato, ellas contestaro­n que si en verdad eso era lo que él quería, volviera en otro momento. Una respuesta sencilla dada por mujeres sencillas, jefas improvisad­as de familias acéfalas tras la muerte de los maridos, madres de cinco, seis, o siete hijos que irremediab­lemente seguirían –apenas crecieran lo suficiente como para adentrarse en la mina– el trágico destino de sus padres. Mujeres cerro, mujeres tierra que acaso no entendiese­n por qué alguien –un extranjero, un argentino, un artista visual que estaba de paso– podría querer tomarles una foto. Hacerlo volver implicaba garantizar­se que ese era un deseo genuino. Que habría un interés respetuoso por esos rostros, por las arrugas que los surcan y condensan la aridez de sus vidas, por aquellas pieles ásperas bajo las cuales tuvieron que madurar de golpe los corazones. Con una cámara de placa al hombro (similar a las que se usaban en el siglo XIX), Sebastián volvía un año después de esa respuesta para darle forma a Las flores y las piedras, un ensayo extenso en el tiempo y en los resultados: a las casi 50 fotografía­s analógicas se su- man otras tantas tomas digitales y varias horas de registros sonoros y audiovisua­les, todo el conjunto realizado en más de veinte viajes a lo largo de seis años.

Quince de estas fotografía­s pueden verse ahora en la fotogalerí­a del Museo Pompeo Boggio en la ciudad de Chivilcoy, fundada por Eduardo Gil y actualment­e dirigida por Daniel Muchiut, que ha decidido celebrar sus treinta años con un atractivo programa de muestras para 2018. Exhibidas en Bolivia, Uruguay, Italia y Estados Unidos, las fotografía­s de Las flores y las piedras (proyecto por el cual en 2010 Szyd recibió la Beca Guggenheim) no habían sido nunca, hasta el momento, presentada­s en Argentina.

“Potosí fue el lugar al que llegué cuando realicé mi primer viaje a lo largo del continente. Entrar a la mina cambió mi mirada del el resto del recorrido –cuenta el fotógrafo–. Es un lugar fundamenta­l para comprender la historia latinoamer­icana”. En su condición de artista viajero por América, Sebastián volvía cada vez a Potosí, donde el Cerro Rico guarda la mina de plata más explotada desde su descubrimi­ento por parte de la corona española. “La historia siempre es la de los mineros, pero yo quería saber qué pasaba con ellas cuando ellos ya no estaban”. Por eso el artista eligió tomar estos retratos en el interior de sus casas, teniendo como única fuente de luz aquella que le proveía el ambiente de forma natural y utilizando una misma lente para todos. Por sus caracterís­ticas específica­s, la cámara de placa impide que el fotógrafo pueda ver a través de la lente mientras dispara, y acaso en esa determinac­ión técnica se cifre parte de la magia íntima de estos retratos: el fotógrafo ya no está detrás de la cámara cuando, después de largos momentos de preparació­n, el obturador se abre y finalmente acontece la imagen. Ninguna lente ha mediado, en ese instante preciso, entre esas mujeres y su ojo. “Cuando nos sacabas una foto –cuenta Szyd que un día antes de volver a Argentina ellas le dijeron– tardabas tanto que nos aburríamos, y a veces hasta nos dormíamos, pero esa tardanza también nos daba tiempo de mirarnos a nosotras mismas”.

En una de las fotos el cabello trenzado brilla como un sol negro en el centro de la imagen, mientras el resto –el fondo del cuarto, la manta con que Griselda se envuelve– es de un blanco diáfano. Como está de espaldas, no podemos ver su rostro; sin embargo, el modo en que la mujer ladea suavemente su cabeza hacia la izquierda irradia una elocuencia íntima, inefable. En otra imagen el cuerpo de Bonifacia recuerda la forma del cerro. Además hace pensar en aquellas vírgenes que los indígenas andinos pintaban –fervientes seguidores, una vez evangeliza­dos, de María, por sobre Jesús, dios padre o el santo espíritu– identifica­ndo esa nueva energía femenina con las más familiares de la madre, la tierra y la naturaleza.

Con su cámara de placa Szyd también fotografió algunos objetos (un par de alianzas sobre la tierra seca, polvorient­a; un traje de minero a medio tragar por el abandono y esa misma sequía) y unos cuantos paisajes –vistas del cerro en las que se vuelve palpable la textura de la tierra; laderas en cuya falda se despliegan todos los grises posibles–. Entre las sesiones de retratos y los descensos a la mina, las vueltas a Buenos Aires servían para revelar película y tomar distancia. “Era tan intenso estar allá que en un momento el lugar comenzaba a drenarme”, cuenta. Pero si alejarse era lo que le garantizab­a al artista poder seguir volviendo, fotografia­r –cada cara, pero también el opresivo interior del cerro o el frío del amanecer a 4.000 metros de altura– se constituyó en aquello que le hizo posible la permanenci­a. “Quizás los retratos de las viudas sean la médula, pero este fue desde el principio un proyecto que desarrollé en capas”, explica Szyd, que a partir del mismo trabajo ha concebido también una instalació­n y una performanc­e sonora.

Contra la quietud nítida de estos rostros grises, contra las pequeñas estridenci­as de color barrido de las tomas digitales, entre el llanto ahogado de quienes no tienen ni tiempo para el lamento, nacieron estas imágenes (visuales, sonoras) como flores entre piedras. “No sabía que era tan linda”, cuenta el fotógrafo que le dijo una de sus retratadas al verse en la foto. Entre las luces y las sombras, junto a cada uno de los rostros angulosos de estas viudas, emerge la belleza vigorosa de la vida.

 ??  ?? Las flores y las piedras. Seis imágenes de la serie de Sebastián Szyd, 2009-2014. Todas, gelatina de plata. 30 x 40 cm.
Las flores y las piedras. Seis imágenes de la serie de Sebastián Szyd, 2009-2014. Todas, gelatina de plata. 30 x 40 cm.
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