Flora y fauna
Empiezo por una digresión. Reírse en público, entre desconocidos, es una experiencia al mismo tiempo de gran pudor y de enorme entrega. Si llorar entre desconocidos es casi imposible para la mayoría de nosotros, reírse en el medio de un grupo anónimo podría ser el modo en el que el llanto encuentra su modo de expresarse públicamente sin morir de vergüenza. Sucede en el cine y también en el teatro. Pero a diferencia del llanto, que tiende a producir incomodidad en los que no lo están haciendo (vemos a alguien llorar y nunca sabremos muy bien cómo reaccionar, qué decir), la risa contagia. En el teatro ese contagio es paulatino pero creciente: primero una risotada suelta, un primer relámpago de sonido que corta el aire tan denso de todo principio de obra e invita a los demás a subirse a su electricidad; luego, ya es una fila
completa, que arrastra como una ola a las otras y de pronto ya las risas no son expresiones individuales de la dicha sino que todo el auditorio parece haberse convertido en una sola persona. Cuando eso sucede, las cosas están bien.
“Te vas a reír sin parar”, me habían advertido cuando me recomendaron que fuera a ver Petróleo, la nueva obra de las geniales chicas del grupo Piel de Lava. Mordí el anzuelo
inmediatamente: prefiero siempre un teatro con risas. Además, para los que habíamos visto algunos trabajos del grupo, Petróleo era algo así como la obra más esperada del año. Esta temporada, las Piel de Lava (Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes) trabajaron en el programa de Artistas en Residencia del Teatro Sarmiento. Es un programa que se hace cada dos años y en el que un
artista o un grupo de artistas presentan una retrospectiva de su obra, ofrecen un seminario y presentan un trabajo nuevo. Así, pudimos ver o volver a ver Colores verdaderos (2003), Neblina (2005), Tren (2010) y Museo (2014). Es como leer la obra completa de un escritor en orden de aparición: asistimos a la lenta edificación de un estilo, el modo en que se van consolidando las obsesiones y los temas recurrentes; podemos ver, con mayor nitidez, las taras y los aciertos. Y si bien el teatro – como cualquier manifestación artística– no tiene necesariamente un camino evolutivo, es notable de qué modo las Piel de Lava han ido mejorando obra a obra. Museo era hasta ahora lo mejor que habían hecho y Petróleo redobla la apuesta y es, para muchos de los que ya la vieron, su trabajo cumbre.
Petróleo sucede durante una larga noche, en un yacimiento petrolero de la Patagonia. Cuatro hombres que trabajan tratando de sacarle alguna gota a un pozo vacío conversan, se pelean, se torean, se vuelven a amigar. Es eso: cuatro hombres juntos durante varias horas. Cuando las luces se encienden (lo que antiguamente era el telón que se corre), vemos a las cuatro chicas vestidas de
hombre y la primera carcajada suelta marca el pulso de la función. Ya hay algo atendible en esa primera imagen, algo que juega con los estereotipos de lo que es (o cree ser) el hombre, que se va a profundizar escena a escena hasta explotar en un cierre donde los cuatro hombres (mujeres) terminan travestidos (o donde la mujer termina disfrazada de mujer, en un loop para el recuerdo). La actuación saliente es la de Pilar Gamboa, pero la narrativa de Piel de Lava es una auténtica apuesta grupal: los personajes van creciendo y todas recorren un arco biológico completo. Arrancan de a poco, van encontrando su lugar en el escenario y cada una tiene su propia escena en la que hace combustión.
Al lado mio, dos hombres se reían. A mi derecha un pibe de unos treinta años y a mi izquierda un hombre alrededor de sus sesenta. Se reían de lo mismo, nos reíamos de lo mismo. Petróleo es una obra que dice mucho sin hacer enfasis en que está diciendo mucho y que hace reír especialmente a los hombres, que nos vemos en un espejo terrible. Es una obra de madurez, con un gran equilibrio entre texto, actuación y escenografía. Sería absurdo no verla.