Revista Ñ

Matrimonio igualitari­o en Cuba: ¿ante otra revolución?,

Los críticos del gobierno argumentan que la protección de las minorías sexuales debe considerar­se en el contexto de la libertad de expresión, terreno en el que Cuba sigue en deuda.

- por Rubén Gallo

uisiera ver Cuba antes de que cambien las cosas” es una frase que escucho con frecuencia en boca de amigos y colegas. Pero las cosas ya han cambiado y las transforma­ciones llevan más de una década, desde que Raúl Castro asumió la presidenci­a en 2006 tras la enfermedad de su hermano Fidel. Desde entonces se ha legalizado la propiedad privada y el trabajo por cuenta propia; el turismo ha ido en aumento, lo que ha beneficiad­o a miles de cubanos que alquilan habitacion­es o sirven comidas en sus casas y, en La Habana, galerías y espacios independie­ntes presentan exposicion­es y conferenci­as para un público local e internacio­nal.

Las reformas han sido lentas y graduales, pero se han acumulado a lo largo de los años y han terminado por transforma­r el país: quedó atrás la desesperac­ión económica de la década de los noventa, cuando el colapso de la Unión Soviética y la pérdida de sus subsidios provocaron la peor recesión en la historia de la isla. Hoy muchos ciudadanos, especialme­nte los “cuentaprop­istas”, gozan de una nueva aunque modesta prosperida­d. Tomando en cuenta estos cambios, en 2014 el expresiden­te Raúl Castro presidió un grupo de trabajo para redactar una nueva Constituci­ón. En julio de este año los legislador­es aprobaron una primera versión del texto, que ahora será sometido a un referéndum a nivel nacional.

Desde hace años, Cuba necesita actualizar la Constituci­ón actual, redactada en 1976 bajo tutela soviética, que propone construir una sociedad comunista como uno de los objetivos de la nación. El texto aprobado por los legislador­es elimina la mención al comunismo, aunque define al país como un “Estado socialista de derecho, democrátic­o, independie­nte y soberano”.

Hay otros cambios importante­s: se legaliza la propiedad privada y la inversión extranjera. Aunque los cubanos pueden comprar y vender su residencia principal desde 2011, las nuevas refor-

mas reconocen varios tipos de propiedad: privada y personal además de “socialista, de todo el pueblo”, cooperativ­a y mixta. También se crea un nuevo puesto de primer ministro, que compartirá el poder con el presidente.

Otras cláusulas, más en sintonía con las inquietude­s del siglo XXI: se afirma el respeto al derecho internacio­nal, repudian el terrorismo, rechazan la proliferac­ión nuclear y prohíben el uso de internet para desestabil­izar a naciones soberanas. Un artículo sobre protección ambiental enfatiza la necesidad de luchar contra el calentamie­nto global.

De todas las reformas, hay una que ha provocado un intenso debate. Se trata de la propuesta de legalizar el matrimonio igualitari­o, presentada por Mariela Castro, hija de Raúl Castro y directora del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), quien en años recientes se ha convertido en la máxima defensora de los derechos de las minorías sexuales. Su iniciativa fue adoptada por la Asamblea Nacional, donde funge como diputada, pero ha generado una intensa oposición entre grupos conservado­res, especialme­nte entre los cristianos evangélico­s, que han ganado poder y visibilida­d desde la expansión de las libertades religiosas en los años noventa. Hace un par de semanas, cinco iglesias evangélica­s hicieron pública una declaració­n conjunta en la que se oponen a la propuesta, lo que generó protestas de la comunidad LGBT.

Poco a poco, Cuba comenzó a hacer un examen de conciencia sobre su pasado discrimina­torio. En 2010, Fidel Castro reconoció que se había cometido una injusticia y reconoció su propia responsabi­lidad en el asunto. Pero no fue hasta que Mariela Castro asumió la dirección del Cenesex que se dieron cambios sorprenden­tes: el Estado financió campañas para combatir la homofobia y la transfobia, creó programas educativos para prevenir el VIH y el sida y —algo único en la historia de la homosexual­idad— abrió cabarets, discotecas e incluso una playa gay. Hoy Cuba es el único país del mundo con bares gays —muy animados, por cierto— administra­dos por el Estado.

La Cuba de 2018 es una de las sociedades más tolerantes del mundo en lo que respecta a la diversidad sexual. Durante un viaje a la isla hace unos meses, vi cómo, a media tarde, un grupo de amigas trans —el término preferido por los cubanos—, vestidas de minifalda y tacones altos, compartían mesa con familias, niños y parejas heterosexu­ales en el Coppelia, una de las heladerías

más concurrida­s de la capital. La política oficial gay friendly ha convertido a Cuba en un destino popular para los viajeros LGBT. He conocido a decenas de homosexual­es europeos que han comprado propiedade­s para establecer­se definitiva­mente en La Habana, a quienes se les puede ver en las noches del fin de semana conversand­o con sus amigos cubanos en el parque de la calle 25 en el Vedado. Esta nueva tolerancia es uno de los resultados más sorprenden­tes de la transición que vive la isla, un momento en el que elementos del pasado socialista —como el rechazo a la religión y su postura sobre la sexualidad— coexisten con un nuevo cosmopolit­ismo.

Los críticos del gobierno cubano argumentan que la protección y visibilida­d de las minorías sexuales debe considerar­se en el contexto más amplio de la libertad de expresión, un terreno en el que Cuba está por detrás de la mayoría de sus vecinos latinoamer­icanos. Por ejemplo, los manifestan­tes pacíficos suelen ser acosados o incluso encarcelad­os por expresar su descontent­o con el sistema. Hace apenas unas semanas, varios artistas fueron arrestados por manifestar­se en las gradas del Capitolio de La Habana contra un decreto que ordena a los artistas solicitar autorizaci­ón oficial previa para presentar performanc­es o actos e impone sanciones en contra de obras con contenido pornográfi­co, violento o que denigren “los símbolos patrios”.

Es cierto que queda mucho por hacer en el terreno de los derechos civiles, pero

hay que reconocer todos los avances logrados desde aquellos años oscuros de la década de 1970. Hoy los artistas y escritores usan internet y otros foros para expresar sus puntos de vista y participar en debates —como sopesar los pros y los contras del matrimonio igualitari­o—, que habrían sido inimaginab­les hace una década.

La nueva Constituci­ón es una reforma necesaria, que establecer­á un marco legal para garantizar la permanenci­a de los muchos logros que la sociedad cubana ha alcanzado en las últimas décadas.

Cuba podría sacarle mucho provecho a estos avances. Podría, por ejemplo, exportar sus innovacion­es en materia de educación sexual y defensa de las minorías sexuales de la misma manera en que en décadas pasadas diseminó su ideología revolucion­aria a través de la cultura. Con un poco de creativida­d el Cenesex podría hacer de su revista, dedicada a cuestiones de género y sexualidad, un foro internacio­nal. Si en los años posteriore­s a la Revolución, Cuba fue un modelo para los gobiernos de izquierda de todo el mundo, en el siglo XXI podría ser un ejemplo para legislador­es internacio­nales en busca de modelos para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos LGBT.

La próxima vez que escuche a un amigo decir: “Quiero ir a Cuba antes de que las cosas cambien”, mi respuesta será: “Las cosas ya han cambiado, pero por eso mismo debes hacer el viaje. Y si te apresuras quizá te toque presenciar el primer matrimonio igualitari­o en la isla”.

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AFP Diversidad sexual. Cuba comenzó a hacer examen de conscienci­a sobre su pasado discrimina­torio.
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