Revista Ñ

LINA MERUANE, LA ESTIRPE DE LAS AUTORAS SIN HIJOS

La renuncia a la maternidad y la revolución de la mujer, analizadas por la novelista y ensayista chilena, premio Sor Juana 2016.

- POR PATRICIA SUÁREZ

La escritora chilena Lina Meruane (1970) es un pez en el agua en géneros tan diversos como la novela, el cuento, el ensayo y la dramaturgi­a. Por suerte, la mayoría de sus libros se consiguen con facilidad, ya sea porque fue editada en Argentina (Las infantas, Eterna Cadencia, 2010) o porque se puede acceder a ellos a través del magnífico portal de la Biblioteca Pública Digital de Chile. Allí puede leerse, por ejemplo, Volverse Palestina, un ensayo sobre los orígenes de la autora y su relación con el país. Chile contiene a la mayor comunidad palestina en el exilio, y Meruane narra sus vivencias entre el sur americano y Nueva York y cómo es eso de tener una patria que uno –ella– no conoce. La pregunta que yace en el subtexto es más o menos la siguiente: ¿es la patria de nuestros ancestros inmigrante­s, la nuestra?, ¿sigue siéndolo?

Esta vez, el ensayo que conovocó la atención de Lina Meruane fue Contra los hijos. Ella aclara al poco de empezar la lectura, que es una escritora sin hijos, que eligió no tener hijos y que no considera que tener hijos haga más o menos mujer a una mujer, ni sea la realizació­n de una feminidad que sólo se completa con el hijo. Esta aserción que hoy parece obvia, en realidad es obvia para las mujeres que vienen cuestionán­dose su rol desde hace por los menos cincuenta años. Pero no es absoluto la ideología que tiene la sociedad o el Estado, respecto del deber ser de una mujer.

El abandono del rol de madre existe; el rechazo a los hijos que alcanza cifras asombrosas debería hacernos pensar en el enorme peso que carga la mujer que no quiere gestar. Meruane escribe: “Cien millones de niños dejados solos en el mundo, año tras año, tendrían que decirnos algo sobre la frecuencia del abandono materno. Pero no por numeroso está bien visto que una mujer tome esa decisión”. Sigue habiendo en este planteo un punto en común con el texto de Carol Hanisch, Lo personal es político: cuando un grupo de mujeres se reúne para hacer terapia, lo que se descubre es que los “problemas personales” de las mujeres son problemas políticos. Tener una trifulca con el marido porque la esposa gana más es un problema político. Deprimirse porque a una mujer no le baja la leche para amamantar es político. Por eso, al decir de Hanisch, es una acción política la que cambiará la condición de las mujeres. O, para decirlo con palabras de Mary Beard, una erudita de la historia, y por ende, del rol de la mujer a través de la historia: “No es fácil hacer encajar a las mujeres en una estructura que, de entrada, está codificada como masculina: lo que hay que hacer es cambiar la estructura”.

Meruane analiza el caso de escritoras sin hijos, como Virginia Woolf, las Ocampo, y la larga lista de letradas que no los tuvieron. Escribir es y sobre todo fue, un oficio de crítica y que precisa de un gran tiempo en soledad: desde Sor Juana Inés, Jane Austen, las Brönte, Emily Dickinson, Loui- sa May Alcott, Edith Wharton, Katherine Mansfield, Dorothy Parker, Patricia Highsmith, hasta otras que sí fueron madres pero pagaron altos costos por ello, como Anne Sexton y Sylvia Plath.

Cualquier mujer que haya criado niños sabe que no hace falta tener un trastorno mental como el adjudicado a Plath, para meter la cabeza en el horno. Si tu marido te abandona por otra mujer, te deja con dos niños menores de tres años en el campo, aislada por la nevada y sin ayuda doméstica, cuando tu deseo era solamente escribir poemas, esa persona puede meter la cabeza en el horno. Eludir el destino de la maternidad explica el sufrimient­o trágico de muchísimas mujeres a lo largo de la historia, desde las que mueren en los abortos clandestin­os, hasta las que sufren abortos espontáneo­s, como Marilyn Monroe.

En Contra los hijos hay además un rico análisis del personaje de la obra emblemátic­a de Ibsen, Casa de muñecas. Nora es la mujer que un día se da cuenta de que el marido la tiene confinada en la casa al modo de una muñequita y se revela contra su suerte. Meruane cuenta que Ibsen nunca se propuso hacer un drama feminista, sino lo que siempre fue su objetivo: desnudar la verdad de una sociedad hipócrita. La escritora austriaca Elfriede Jelinek retoma el personaje de Nora para escribir una secuela, Lo que pasó cuando Nora dejó a su marido, y Meruane marca que en realidad, al hacerlo desde una perspectiv­a de clase, cuando Nora se marcha de casa para trabajar en una fábrica, no consigue solidarida­d alguna del resto de sus compañeras obreras, sino el desprecio. ¿Qué más hubieran querido las operarias que un marido burgués, una casa para ellas solas y estar todo el día con los hijos en lugar de pasársela en un trabajo prácticame­nte esclavo? Nora se queda sola; Nora es una lumpen.

El imperio de los hijos, la tiranía de Su Majestad el bebé, la crianza cada vez más cargada de obligacion­es, desde la posición en el parto hasta la fiestita del jardín donde los papás, y sobre todo las mamás, por supuesto, deben participar para darles contención a los hijos, como si no estuvieran las docentes pagas para lograrlo. La escuela dejó de ser el lugar donde se formaba a nuestros hijos para aliviar a los padres en sus deberes de adultos trabajador­es. Todo el sistema de crianza de los hijos resulta diseñado para ejercer una nueva esclavitud sobre las mujeres. La esclavitud o el dolor de la culpa de salirse de su presunto rol único.

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Valentía. Meruane interpela a la sociedad, al preguntar por qué hay tantos niños abandonado­s.

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