Una excursión al Antiguo Hotel Oriental
A diferencia de las figuras del jet set o de la realeza –y probablemente en sintonía con el aura de superioridad intelectual que en casi todas partes promueven los ambientes literarios–, históricamente los escritores se han inclinado con más naturalidad a ejercer los modos de la discreción –salvando los casos en que transitan por los márgenes de la corrección política o directamente se apartan– que a dejar al descubierto la compulsión de exhibirse disfrutando de las mieles de la fama o el glamour. Pero el Antiguo Hotel Oriental de Bangkok es la excepción: aquí los autores de más alto rango se han dejado seducir y se han mostrado posando para las cámaras con sonrisas níveas, tomando un té en un salón de ensueño, recostados en los jardines que bañan las aguas del río Chao Phraya o degustando una opípara cena. En este, el hotel más antiguo de Tailandia (fue fundado en 1876), las fotografías de autores célebres de los últimos tres siglos comparten sin prejuicio espacio con las imágenes de celebridades más habituadas a los rituales de la exposición. Si los autores padecieron su vida o su oficio, aquí no se nota, aunque estos pasillos guarden secretos rigurosos, bajo el sonido de los violines de la tarde.
Si no fuera porque los registros lo acreditan, costaría creer que las suites del edificio hospedaron a una fauna variopinta que incluye al Zar Nicholas II de Rusia, Neil Armstrong, el ex presidente estadounidense Richard Nixon, la actriz Elizabeth Taylor, la princesa Diana, el actor Johnny Depp y el jugador David Beckham. Aunque son los escritores quienes han dejado una huella más perdurable. Las cerca de cien fotografías que tapizan paredes del Ala de los Autores –un salón blanco de estilo clásico del siglo XIX en el que suena una música suave de marcados tonos orientales, y donde unas señoritas formalmente ataviadas sirven el té a los huéspedes– recuerdan las visitas de ilustres, como Joseph Conrad antes de convertirse en el célebre autor que conocería el mundo, Graham Green, Tennesse Williams, Norman Mailer, John Le Carré o Mario Vargas Llosa.
En 1888, Conrad –que llegó con su nombre original polaco, Theodor Korzeniowski– supo que el hotel era demasiado costoso para su magro bolsillo de marino mercante, aunque no se privó de disfrutar de unas cervezas y unas partidas de billar en el bar, antes de tomar el mando del Otago, un barco que aparecería en uno de sus relatos, “La línea de sombra”. Somerset Maugham, por su parte, hizo un racconto irónico de su estancia en 1923 –“calor insoportable y mosquitos hambrientos”– en The Gentlemen in the Parlor; mientras que John Le Carré escribió The Honorable Schoolboy en alguna de las suites del edificio, que tienen vista al río o a los jardines, con estilos diferenciados que combinan la sofisticación con algunos detalles modernos. Las mismas por las que pasaron Elizabeth Taylor – acompañada siempre por amantes diferentes, entre ellos, en 1985, el famoso Malcolm Forbes, de la revista Forbes, o Harrison Ford–, miembros de la realeza –entre ellos, la mismísima Grace Kelly, de Mónaco, o el rey Juan Carlos de España– y ex mandatarios de América y Europa: Noël Coward, James Michener, Somerset Maugham y Joseph Conrad tienen, desde 2015, sus propios salones dedicados.
Como el código de vestimenta es formal para todos los clientes, incluidos los niños –las mujeres debemos llevar ropa y zapatos elegantes y los hombres vestir camisa, pantalones largos y zapatos cerrados–, andamos todos de punta en blanco, incluso con 35 grados de calor, paseándonos entre muebles de madera tallados o asomando por ventanas interiores con orquídeas trepadoras para sacar una selfie irrepetible: sabemos que serán apenas un par de horas de inmersión en esta atmósfera irreal, antes de volver al mundo. En el interior, los ambientes perfumados por cantidad de frutas tropicales y flores frescas dispuestas en fuentes y bandejas, evocan un paraíso diseñado a la medida de los soñadores más ambiciosos –¿qué son, si no, los buenos escritores?– y sirven finalmente de oasis también para sus fieles lectores.