Huellas de la vida imperial
La singularidad de la ciudad de Amarna como sitio arqueológico se debe a que en ella es posible estudiar todos los detalles acerca de cómo era una ciudad del antiguo Egipto. No se trata de un templo, ni de una tumba, ni de un sitio de adoración. Amarna contiene todo eso a la vez. Fue la capital del Reino Nuevo Egipcio y albergó durante más de 17 años una población de cerca de 30 mil habitantes. Pero nada se construyó sobre ella una vez que los últimos pobladores la abandonaron hace más de 3000 años.
El esplendor de Amarna coincide con el reinado del “revolucionario” y “herético” Akenatón -padre de Tutankamón- e hijo de Amenhotep III, uno de los mayores constructores de monumentos, templos y palacios en la historia egipcia. Ambos pertenecen a la dinastía XVIII, proveniente de Tebas, que sumió el poder tras derrotar a los hicsos, un pueblo del mediterráneo oriental que había invadido el norte de Egipto a mediados del siglo XVII a.C. Su hijo, Tutankamón, el faraón más joven del Antiguo Egipto, restauró el orden religioso politeísta. Incluso, como el resto de los faraones que lo sucedieron, intentó borrar de la historia a Akenatón destruyendo sus imágenes y estatuas.
Los trabajos de excavación en los últimos tiempos, de acuerdo a una tendencia que va ganando adeptos entre los arqueólogos, se han volcado al estudio integral de la civilización egipcia, centrando la atención no sólo en las elites sino en el modo de vida de la gente común: sus artefactos cotidianos, los animales que criaban y los cultos que rendían. Es notable, según las excavaciones del Proyecto Amarna, el grado de conservación en que se encuentran los restos orgánicos en las zonas secas del desierto.
En http://www.amarnaproject.com se accede a más información sobre el estado de las excavaciones. Allí se especifican las distintas áreas de trabajo, su importancia y a la construcción del nuevo Museo en Amarna que se situará a las puertas de la ciudad.