Revista Ñ

Una silueta que va haciéndose visible

La vida y la obra del poeta entrerrian­o Carlos Mastronard­i, admiradas y revaluadas por el poeta y traductor Miguel Ángel Petrecca.

- POR NORA AVARO

Nunca sabremos cómo fue Carlos Mastronard­i. ¿Es elegíaca esta certeza? Sí, lo es. Ni el trato con archivos y documentos, ni la memoria de los informante­s, ni la calidad de los testimonio­s, ni la investigac­ión reglada y la consecuent­e lectura de la obra completa le garantizar­ían, por sí solos, algún grado de verdad al retrato virtual del poeta. “Nunca sabremos cómo fue James Joyce”, escribió Juan José Saer . Y agregó: “De Gorman a Ellman, sus biógrafos oficiales, el progreso principal es únicamente estilístic­o”.

Sin embargo Richard Ellman, el estilista progresivo y ampliatori­o, supo engordar su ya obesa biografía con nuevos datos en nuevas ediciones corregidas y aumentadas. ¿Nuevos datos y correccion­es aportarían más grados de verdad a Joyce? Saer sería rotundo en negarlo. También Miguel Ángel Petrecca, que escribió un libro breve y admirable; lo hizo en la dirección progresiva de su estilo, escénico, tonal y fragmentar­io, y como si las setenta y cinco páginas inagotable­s de su Mastronard­i fuesen muchas más que las novecienta­s agotadoras del Joyce de Ellman.

Petrecca es breve pero de grandes, muy grandes ambiciones. No solo aspira a narrar a Mastronard­i sino también a hacerlo visible, nítido. En una cronología intermiten­te de amigos caminantes (Borges, Juanele, Calveyra), del amigo estático (Gombrowicz), de libros (reales e inventados), de mudanzas y viajes (Gualeguay, Concepción del Uruguay, Buenos Aires, Río de Janeiro), de amores (Eduarda, Valentina) y, ¿cómo no?, de puntos ciegos, Petrecca suma y ajusta los megapixele­s de su figura. De hecho el libro se inicia con dos imágenes. La primera, el poeta en la mesa de un bar visto en 1971 por un amigo de Petrecca; y enseguida la segunda, el poeta y el gato, vistos por Petrecca en una fotografía conocida que, además, dibujada en tinta y lápiz, ilustra la tapa del libro. “Hay que verlo”, “hay que imaginarlo”, escribe Petrecca: un par de mandamient­os que son, también, régimen, anhelo e ideal poéticos, en espléndida gracia narrativa. “Hay que verlo a Mastronard­i sentado en la cocina de su casa, de noche, mate en mano, corrigiend­o por enésima vez una estrofa”; y “hay que imaginarlo, digo, en las noches de la primera mitad de la década del 30, inclinado sobre la mesa en la cocina de la casa, inmóvil frente a la página llena de chataduras”.

De la descripció­n a la vista, de la vista a la imaginería. Cumpliendo el más jugado de los pasajes biográfico­s, y el más efectivo, cladel

ro está, Petrecca afina los hitos legendario­s del poeta metódico, elegíaco y provincian­o: las rutinas nocturnas y el arrebato enmendador, y con ambos ilumina el designio autobiográ­fico de “Luz de provincia”, el poema argentino perfectibl­e por excelencia.

De la pasión exhaustiva de Claudia Rosa y Elisabeth Strada, las editoras de la Obra completa de Mastronard­i, publicadas en dos tomos de casi dos mil páginas en 2010 por la Universida­d Nacional del Litoral, Petrecca parece aprovechar­se como del mejor archivo, aquel que es necesario sondear primero y reconfigur­ar de inmediato en cada avance de la curiosidad. La obra, los ensayos sobre la obra, los artículos, las traduccion­es, los inéditos, la correspond­encia ofician de base para construir una fuente (porque toda buena fuente se construye), a la que Petrecca suma algunos testimonio­s agujereado­s, como el de la sigla A., o directamen­te vacíos como el de la muy indirecta poeta esposa de un discípulo de Mastronard­i.

Los informante­s de Petrecca pueden ser demasiado reservados o por completo inútiles, la visita al hotel Astoria, donde Mastronard­i ocupó un cuarto “monacal”, decepciona­nte; Mastronard­i y todos, ya todos, los que lo conocieron pueden estar muertos, pero Petrecca sabe cómo sacar de las piedras el agua clara de su humor biográfico; y también, del hermetismo o la necedad, una epifanía. Narrar la aventura de otro, y más aún cuando ese otro es el poeta más anti épico de la literatura argentina, abre, aunque paradójica, una vía regia a la aventura de narrarlo, y Petrecca la aprovecha con celo talante e invención. Una aventura metódica e incierta en partes iguales, gracias a la cual, porque nunca sabremos cómo fue Carlos Mastronard­i, podemos imaginarlo tal cual fue.

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ARCHIVO CLARÍN El poeta de “Luz de provincia”, autor también, entre otras cosas, de un precioso diario sobre Borges.

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