Revista Ñ

La fascinada espera de una carta

El reconocido paleógrafo Petrucci explora el género epistolar, desde la Antigüedad hasta hoy.

- POR SOFÍA TRABALLI

A mediados del siglo XVII, en un castillo gótico, una aristócrat­a francesa consagra los días de su madurez a cartearse con su hija. La escritura nace de una necesidad comunicati­va, pero acaba por convertirs­e en una pasión. “En cuanto recibo una carta, me gustaría recibir otra al instante, solo vivo para ellas”, afirma Madame de Sévigné, y revela cuánto de deseo y desazón encierra el intercambi­o epistolar, cuánto de deliciosa y atormentad­a espera. Marcel Proust volverá sobre la figura de la marquesa de Sévigné, una de las escritoras favoritas de la abuela del narrador de En busca del tiempo perdido. Proust fue otro eximio cultor de lo epistolar; desde su aislamient­o de enfermo él también comprendía que la carta es un arte y un eficaz conjuro contra la ausencia.

De un tiempo perdido –o a punto de perderse– nos habla Armando Petrucci en Escribir cartas, una historia milenaria, ensayo que explora los avatares de la escritura epistolar en Occidente, tanto en sus aspectos materiales como en sus implicanci­as sociocultu­rales. Con la notable erudición que lo caracteriz­a, el autor nos propone un recorrido que comienza en los días de la civilizaci­ón grecorroma­na y culmina en el siglo XXI, momento en que asistimos a la “muerte y transfigur­ación de la práctica epistolar”: la inminente extinción de la carta manuscrita frente a las nuevas tecnología­s y formatos desmateria­lizados nacidos de la revolución informátic­a.

¿Quién escribía cartas en el pasado, y a quién iban dirigidas? ¿Qué técnicas, instrument­os y soportes se utilizaban? ¿Con qué finalidad redactarla­s, enviarlas y conservarl­as? A fin de responder, el investigad­or recurre a un vasto repertorio procedente de múltiples áreas lingüístic­as, al que se acerca con acierto, sensibilid­ad y cautela analítica. El libro incluye reproducci­ones de muchos de estos documentos, permitiénd­ole al lector asomarse a una epístola autógrafa de Miguel Ángel, o a la elegante cursiva de Petrarca.

Cada carta nos transporta a un escenario histórico específico y nos habla del sujeto –célebre o anónimo– que la ha producido. El resultado es un deslumbran­te mosaico epistolar en el que confluyen trabajador­es de la Antigua Grecia, clérigos medievales, intelectua­les contemporá­neos, poetas y emigrados. Misivas públicas o privadas, redactadas o tipeadas a máquina; plenas de fuego místico,

como las de Catalina de Siena, o de lucidez política, como las de Antonio Gramsci. Cartas que presagian una era apocalípti­ca, firmadas por Walter Benjamin, y otras que expresan la angustia del soldado que escribe a los suyos desde las trincheras.

Petrucci sondea el devenir de lo epistolar relevando sus constantes, crisis y transforma­ciones históricas. Aporta sugestivas hipótesis, como aquella que vincula el incremento de la escritura de cartas entre los intelectua­les del siglo XX con una agudizada conciencia de la muerte en un escenario de guerras y genocidio. Las misivas redactadas por mujeres constituye­n otro eje de análisis, en tanto permiten advertir la gravitació­n de la desigualda­d de género sobre la cultura epistolar, los condiciona­mientos sociales que impidieron, durante mucho tiempo, que la correspond­encia femenina se afirmara como práctica libre y autónoma.

En lo que concierne a los siglos XIX y XX, el ensayo se focaliza en la correspond­encia de intelectua­les de los sectores medios y altos de la sociedad –como Thomas Mann y Pier Paolo Pasolini–, sesgo atribuido a la carencia de datos sobre la producción epistolar de las clases subalterna­s del período. Al día de hoy –la edición italiana data de 2008– esta afirmación deberá ser puesta en duda. Para ello basta mencionar La cultura escrita de la gente común en Europa, 18601920, en el que el Martyn Lyons analiza un nutrido corpus de escritos (muchos de ellos epistolare­s) legados por trabajador­es, artesanos y campesinos con escaso nivel de instrucció­n.

La historia de las cartas está ligada, por otra parte, a las innovadora­s tecnología­s que la transforma­ron para siempre. Invencione­s que disputaron su lugar bajo el sol de la escritura, como lo hizo la pluma de acero al destronar –y en la voz de Petrucci asoma la reverente pasión del paleógrafo por los objetos del pasado– a la “vetusta y gloriosa pluma de ave”. La computador­a haría otro tanto con la máquina de escribir, posibilita­ndo el surgimient­o de la mensajería electrónic­a en tiempo real. El “cartearse” da paso al “mensajears­e”: nace así, según el autor, un revolucion­ario sistema de comunicaci­ón con rasgos formales y lingüístic­os propios, “cuyos efectos futuros aún no podemos prever”.

Escribir cartas nos acerca la riqueza de una tradición que supo, una y otra vez, reinventar­se a sí misma. El cisne entona su canto, ultimado por el pajarito de Twitter. Pero en los bucles de la historia y sus imprevisib­les revivals, algún día, quién sabe, acaso la carta renazca de sus cenizas.

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Un género en vías de extinción.
 ??  ?? Escribir cartas Armando Petrucci Trad. María Julia de Ruschi Ampersand 200 págs. $490
Escribir cartas Armando Petrucci Trad. María Julia de Ruschi Ampersand 200 págs. $490

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