Pastiche y parodia para una nación
Una antología le inventa a la literatura argentina, entre otras cosas, una Antigüedad y una Edad Media que no tuvo.
“Veía a mi servidumbre caminar con destreza, refrenar sus líquidos, comer con altura, danzar con gracia, mientras que yo, soberano del gran imperio, apenas era capaz de sostener la cuchara”, reflexiona el Rey Claudio I, nacido recién a los 20 años de edad a causa del parto aplazado por su madre y una de las tantas máscaras del protagonista de Una antología de la literatura argentina. La simultánea grandeza y humillación que Claudio siente ante sus súbditos bien podría ser una alegoría de la literatura (¿y de la cultura?) argentina: a la vez superior y subalterna en el concierto de las naciones.
Con esta antología apócrifa, Jimena Schere se instala en una serie compleja y poco frecuentada en el panorama actual, la tradición de la parodia (y la parodia de la tradición) que supo cultivar Leónidas Lamborghini, ese tío con pocos sobrinos. La Antología de Schere se presenta como un artefacto verbal extraño, humorístico y oscuro, que hipertrofia la historia de la literatura argentina has- ta absorber por completo el canon occidental. Es una literatura argentina absoluta y milenaria que cuenta con su propia Antigüedad, abundante en soliloquios y elegía se ns cripta continua (“ALMUERZO MÍO ALA SOMBRA: MORDISCO, MASTICACIÓN, IN GESTA; MORDISCO MASTICACIÓN IN GESTA. VASO DE VINO LLENO, VASOVACÍO”); relatos de caballería de la Edad Media por la pampa; un Siglo de Oro de sonetos y sacras parábolas; novelas familiares de la Colonia; parodias del sainete y la gauchesca, y un rico período de literatura ccontemporánea que alberga, entre otros pastiches, un manual de usos cotidianos. Con estos géneros como puntapié inicial, Schere escribe y reescribe la historia del tardonacido Claudio, sus deseos y fobias, y los reiterados y fallidos intentos de armarse una ciudadanía a destiempo.
La idea fija de un sujeto retenido en su nacimiento (y que sufre constantes trabazones, como la marcha popular que lo deja durante días encastrado a otros cuerpos manifestantes) le permite a la Antología dar un paso superador a su propia premisa; no se limita a la acumulación de estilos reconocibles, sino que genera un diálogo en el interior del libro. Así, las reescrituras tienen un eje doble: hacia arriba, con el Tesoro de la Lengua, y en horizontal, con los propios textos antologados.
Pero lo que hace de la Antología un libro contundente es la concepción de la escritura como un continuo asedio al lenguaje. Schere opera sobre la lengua buscando forzar, con cada frase, el parto de nuevas expresividades para el idioma argentino :“¡ fug ilegal de pres para el año be y el haber qué hacemos !¡ en rehenes del adónde está dónde estoy !¡ Me pisaron la!¡Im peri um!Losh ay que estaba abrazada al cadáver de su marido. Traspaso piso sangrpatino”.
En esta tónica y con estas armas, Una antología de la literatura argentina supera algunas dicotomías estériles que aún pululan, como la oposición entre poesía y prosa.