Revista Ñ

NUESTRO AMO JUEGA AL ESCLAVO

Debut de la directora Agustina Macri, hija del Presidente, “Soledad” está basada en el caso real de una chica anarquista que conmocionó al país.

- POR LEONARDO SABBATELLA

La política y el amor parecieran ser las últimas dos prácticas totales de la vida moderna. Exigen que se adopte su forma de vida y reclaman exclusivid­ad absoluta del tiempo; cualquier otra cosa que no entre en su lógica se vuelve incompatib­le. Salvo, rara paradoja de dos viejas actividade­s vitalistas, que se den juntas. Ahí, entonces, amor y política dan la impresión de volverse sinónimos, de hacerse indivisibl­es y potenciars­e como dos reactores químicos. Soledad trabaja de modo aleatorio sobre esas variables. Utiliza una, la política, como punto de pasaje para la otra, el amor.

La película procede por tres líneas paralelas en la historia de Soledad Rosas. La vida descentrad­a y apática que lleva en Buenos Aires, la vida anarquista y pasional que descubre en Italia, y una tercera línea que podríamos llamar póstuma y que está representa­da por breves planos en los que se filma el testimonio de su hermana. Si los primeros dos niveles funcionan en espejo, como dos cara de una misma vida, dos vidas que se muestran simultánea­s por arbitrarie­dad narrativa pero que en rigor han sido necesariam­ente secuencial­es (es más, la vida junto a la comunidad anarquista viene a reemplazar a su vida en Barrio Norte), el tercero puede verse como el nivel del comentario, episodios que juegan con el corte documental y otorgan una mirada retrospect­iva sobre Soledad.

Quizás los mejores momentos de la película sean los problemas entre lenguas. Gags que se generan en el cruce de italiano y español rioplatens­e, en esa especie de zona mixta, de cocoliche de sintagmas, donde Soledad y Edo, el líder del grupo anarquista de quien se enamora, disputan intereses cotidianos, ideales revolucion­arios y comparten la locura doméstica. Los personajes se hacen correccion­es mutuas sobre el habla del otro y practican pequeñas lecciones de idioma. Hasta podría pensarse que la película de haber apostado todo a la lengua, a la fricción de lenguas (y por eso de formas de vida) hubiera ganado en profundida­d pe- ro también en fuerza propia.

Los únicos que parecieran tomarse en serio la revolución anarquista son los representa­ntes del poder institucio­nal encargado de garantizar y reproducir la dominación. Por caso, es un policía el que dice “la revolución no es un juego”, una frase que parece tener la virtud de estar fuera de lugar y romper la lógica previsible (cualquier hubiera puesto esa frase en boca de uno de los luchadores sociales de la película). La lectura del policía, externa y represiva, es la que termina de darle forma a la sublevació­n.

La lógica del enemigo está todo el tiempo en disputa. El Estado italiano inventa una causa para apresar a Soledad, a Edo y a un tercer compañero acusándolo­s de hechos delictivos sucedidos en una época donde ninguno de los tres estaba en la ciudad. El gobierno necesita la construcci­ón de un enemigo público interno como gesto de lucha contra los grupos opositores y usa a los primeros tres que logra atrapar. Sorprende que a pesar de la potencia de los hechos reales, la película por momentos tenga una baja densidad política, como si no pudiera del todo politizar las imágenes más allá de lo tematizado.

Soledad viene a engrosar el hambre de realidad de la producción y el consumo de la industria cultural. Cada vez son más las películas y series que apuestan por los materiales que provienen de una historia real (en este caso además ayudado por el libro Amor y anarquía de Martín Caparrós) y que de ese modo busca interpelar al espectador. Tal vez debido a la degradació­n de la experienci­a cotidiana sea que haya aumentado el consumo de hechos reales, como si hubiera un público bulímico de consumir, solamente, ficciones que tengan un punto de apoyo y nacimiento en el mundo real.

En el cine argentino actual hay una fascinació­n por las historias reales y por retratar la otredad. Así como Luis Ortega se fasrostro cinó por los criminales como Robledo Puch (y antes por el clan Puccio en una serie televisiva), acá la fascinació­n opera sobre un otro político: la chica que se vuelve anarquista. El ángel reduce a ese otro a un póster pop, a una gesticulac­ión teatral, a un espectácul­o pre-dramático y a un carisma sin sustrato. En cambio, Soledad, más autoconsci­ente de su operación, salva a su protagonis­ta de una mirada snob o clasista para ubicarla en una hoja de ruta, a la vez, histórica y privada.

El anarquismo referido no arroja efectos sobre la película. Soledad es una película tradiciona­l y correcta (políticame­nte correcta) que tiene el mérito de desordenar la cronología en busca de efectos de montaje. Las escenas filmadas a través del tratamient­o de un VHS de los años noventa son uno de los rasgos visuales más atractivos de la película, en el mismo movimiento dota a la narración de una imagen propia y una marca de época. Alcanza el grano de los videos domésticos para conocer el tipo de proximidad que busca el film. Otro de los recursos que incorpora Soledad es la estética y el ritmo del videoclip, ayudado por canciones de conocimien­to masivo que, tal vez, puedan resultar invasivas pero que sin duda anclan el sentido de la narración.

La figura de Soledad Rosas que se proyecta en la película enfrenta a la injusticia y la violencia de las institucio­nes de forma estoica, nunca se quiebra ni traiciona a sus compañeros. Y no deja de ser paradójica la impresión de que Soledad nunca se quiebre cuando sabemos desde el minuto cero que termina suicidándo­se. La clave se encuentra en que para Soledad, luego de la experienci­a junto a Edo y sus compañeros, la vida no puede reducirse solo a ese sufrimient­o, como si el suicidio fuera menos una forma de sacrificio que de absolución.

Antes que una mirada sobre la política sublevada o el amor radical, se trata de una película sobre la comunidad. En Italia aquello que Soledad encuentra es un grupo de pertenenci­a, una familia de marginados que la recibe, que la hace parte, que le da un rol y una misión que de pronto invisten de sentido su vida. Un lugar propio en una comunidad de parias.

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Vera Spinetta es la protagoniz­a de esta adaptación del libro “Amor y anarquía”, de Martín Caparrós.

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