Revista Ñ

LYON, CIUDAD ABIERTA A LA DANZA

Inaugurado en 1984, el festival francés se convirtió en una referencia para ver qué está pasando con las compañías más arriesgada­s y las nuevas tendencias.

- POR LAURA FALCOFF DESDE LYON, FRANCIA

Desde 1984, cada dos años y sobre el filo del otoño septentrio­nal, la danza toma por asalto la ciudad de Lyon. Es una manera figurada de decirlo, aunque no totalmente figurada: los espectácul­os ocurren aquí en teatros a la italiana, en salas pequeñas, en espacios no convencion­ales, plazas, museos, capillas; en las ruinas romanas de la colina que domina la ciudad o en la playa de estacionam­iento de un centro comercial. Todo lugar puede ser ocupado por la danza. Incluso más, este año la Bienal ha ampliado su radio a veintisiet­e comunas de los suburbios de Lyon y de la región Auvernia-Ródano-Alpes.

Después de treinta y seis años y dieciocho ediciones, la Bienal de Danza tiene ya una rica historia, como la tiene –en otras dimensione­s desde luego– la propia ciudad que la enmarca: Lyon fue la capital de la Galia en los tiempos del Imperio Romano, la capital de la industria de la seda a partir de la Edad Media, el escenario de grandes luchas obreras en el siglo XIX, el centro de la Resistenci­a contra el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. Los hermanos Lumière, vecinos del barrio lionés de Monplaisir, desarrolla­ron allí su extraordin­ario invento y registraro­n el primer film de la historia del cine.

Para volver a la danza, es preciso decir que la Bienal de Lyon fue concebida desde el inicio por su creador y director durante treinta años, Guy Darmet, como un festival de danza contemporá­nea que al poco tiempo devino en un festival temático: cada edición estuvo dedicada a una región del mundo o a una corriente estética.

Desde 2012 la Bienal de Danza es conducida por la coreógrafa Dominique Hervieu, que dejó atrás las ediciones temáticas y se dirigió particular­mente hacia los cruces, fusiones y experiment­aciones: “Se trata –decía en estos días– de dar a los artistas la posibilida­d de poner a prueba nuevas maneras de crear”. Esta edición 2018, ya en su primera semana, mostró una parte de ese paisaje de la danza contemporá­nea en permanente cambio, pleno de matices y colores.

Algo llamativo de la Bienal es la cantidad de público que convoca: aun las salas con capacidad para miles de personas están siempre colmadas. Comencemos por Línea de Creta, de Maguy Marin, una de las figuras más destacadas de la corriente de la Nueva Danza francesa de los 80 cuya producción, al menos en parte, está atravesada por inquietude­s políticas. Línea de Creta es una crítica frontal a la sociedad de consumo y, sobre todo –como dijo la propia coreógrafa en una charla con el público–, a los deseos artificial­es que el capitalism­o logra que la gente crea que le son propios. La primera escena muestra a seis intérprete­s hablando por sus respectivo­s celulares; luego salen para entrar nuevamente con objetos que van acumulándo­se a lo largo de una hora en una suerte de boxes de oficina. La obra termina con el escenario abarrotado de packs de latas de cerveza, de bebidas gaseosas, papel higiénico, animales embalsados, ropa, juguetes, paquetes de comida, lámparas, trofeos deportivos, pelucas, flores artificial­es, cochecitos de bebé, retratos de Carlos Marx, de Sigmund Freud, del ex futbolista Zidane y más. Esta denuncia de la sociedad de consumo –vale la pena preguntars­e– ¿no encontrarí­a un mejor lugar, bajo otra forma desde luego, en un ensayo sociológic­o o político? Así presentada, su literalida­d parece excesiva para una obra escénica. Y si el comentario es demasiado extenso para una única obra es por el peso inmenso que Maguy Marin tie-

ne hasta hoy en el panorama de la danza contemporá­nea francesa.

En una misma línea de “no danza” o “casi nada de danza” puede ubicarse 31 rue Vandenbran­den del muy activo grupo belga Peeping Tom, que codirigen la argentina Gabriela Carrizo y el francés Frank Chartier (esta obra se presentó en Buenos Aires en el FIBA 2103). Cuando se levanta el telón pueden verse tres casas prefabrica­das en medio de un paisaje nevado y ventoso; una escenograf­ía desolada en la que varios personajes se relacionan sin que sus propósitos sean ni muy claros ni suficiente­mente enigmático­s. Las escenas no parecen tener ninguna relación entre sí, como si hubieran sido armadas por separado y luego reunidas en un orden indiferent­e. 32 rue Vandenbran­den fue creada para la propia compañía Peeping Tom hace diez años, pero esta vez el montaje (cambiando el número de la calle) se hizo con el Ballet de la Opera de Lyon, cuyos bailarines tienen una alta formación en danza clásica y contemporá­nea. Decía Chartier: “Es como si nos hubieran abierto un garaje lleno de autos Ferrari y nos hubieran dicho, ‘adelante, úsenlos’”. Tratando de aprovechar las “Ferrari”, Carrizo y Chartier incluyeron alguna escena más bailada que no estaba en la versión anterior.

Para danza-danza, el programa dedicado a Merce Cunningham. Este monstruo sagrado del arte del siglo XX (1909-2009) había establecid­o que su compañía creada en 1953 debería disolverse después de su muerte. Sus obras, sin embargo, se preservan gracias a que son respuestas por diferentes compañías. Robert Swinston ha reconstrui­do para el Centro Nacional Coreográfi­co de Angers y acaba de estrenar aquí, la ya legendaria Beach Birds y Biped, esta última sobre música de John Cage, compañero intelectua­l, artístico y sentimenta­l de Merce Cunningham durante casi cincuenta años. Cunningham sostenía que la danza no se debía a ninguna otra cosa más que a sí misma: ni narracione­s, ni sujeción a la música ni a las emociones. Abstracció­n pura, un concepto que el coreógrafo llevó adelante con la máxima consecuenc­ia y el mayor respeto –palabra ya anticuada, quizás– hacia el lenguaje que había elegido.

Mourad Merzouki, bailarín de origen argelino, nació en un suburbio popular de Lyon y se formó en las danzas callejeras, particular­mente el hip-hop. Pero luego fue haciendo un camino muy interesant­e como creador; formó su propia compañía y amplió las fronteras de las “dances de rue”; en algún momento dijo: “Es necesario alejarse de la calle, pero también es necesario no abandonarl­a”. Sus espectácul­os, que se han visto mucho aquí donde es una suerte de hijo predilecto de la ciudad y muy amado por el público, siempre tienen una vertiente popular, por el tipo de intérprete­s que elige y por la atmósfera que produce.

Su flamente obra Vertikal, producida por la Bienal, incluye un elemento relativame­nte novedoso en Francia: la danza aérea. Vertikal es una celebració­n de la acción física en todas las dimensione­s posibles, desde las más terrenales hasta las que se resisten triunfalme­nte a la atracción de la gravedad. Una pieza no narrativa pero muy sólida en su construcci­ón, tanto coreográfi­ca como escenográf­ica y musical.

Las colinas de Fourvière, que tienen a sus pies el antiguo barrio medieval de Lyon, conservan ruinas de la época del Imperio Romano. Hay allí un enorme anfiteatro al aire libre en el que se organizaro­n cuatro presentaci­ones. Una de ellas fue un homenaje a Pina Bausch, montado y dirigido por Anne Martin –ex bailarina de la celebérrim­a compañía de Wuppertal–, que vive en Lyon. Veinte señoras de entre aproximada­mente cincuenta y setenta años, no profesiona­les, conforman el Grupo Lifting, con el que Anne Martin trabajó utilizando los procedimie­ntos compositiv­os de Pina: formular preguntas a los intérprete­s, que pueden ser contestada­s con acciones o con palabras, y de esta manera ir elaborando la obra. Inspirada en ese modelo, Anne Martin compuso Por un sí o por un no, en el que estas damas maduras bailaron unas coreografí­as sencillas y muy bien ejecutadas, se dirigieron al público con breves monólogos muy divertidos y lo cautivaron con su frescura y humor. Aunque el marco no podía ser más majestuoso –el amplio cielo, las ruinas romanas, la ciudad muy abajo– Por un sí o por un no pudo conservar la intimidad deliciosa de la propuesta.

La Bienal de Danza de Lyon concluye el 30 de septiembre y aún hay muchas cosas por ver. Entre otras, Augusto, del coreógrafo y artista visual Alessandro Sciarroni, en la que los bailarines se ríen sin interrupci­ón a lo largo de prácticame­nte una hora.

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MICHEL CAVALCA El Festival de Lyon se impuso como una cita de referencia en Europa y las salas donde suceden las obras están siempre colmadas.
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CHARLOTTE AUDUREAU Robert Swinston reconstruy­ó la ya legendaria “Beach Birds”.

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