Revista Ñ

ULISES, VUELTO ETERNO INMIGRANTE

Texto, imagen y sonido. Con una obra del todo inusual por su soporte pero en la que se reconoce su impronta, Eduardo Stupía vincula la mitología griega con la actualidad del mundo.

- POR GABRIEL PALUMBO

No es la Nación en la que habitamos, sino una lengua... Nuestra lengua materna es nuestra verdadera Patria. Emil Cioran

Unir el principio con el fin, en cualquiera de las formas conocidas o en alguna inventada, es el origen práctico de la literatura. La versión filosófica de la cuestión la acerca William James al imaginar la verdad como un puente que permite transitar de una experienci­a pasada a una experienci­a futura. Ese camino, ese recorrido entre puntos, puede llenarse de incertidum­bre y de arte.

El espacio del Muntref en la sede del Hotel de Inmigrante­s reclamaba que alguien recorriera el sendero entre sus dos temporalid­ades y se salteara su condición bifronte entre la rémora y el porvenir.

Quien hizo el trabajo se llama Eduardo Stupía (Buenos Aires, 1951). Ulises Inmigrante. Una fantasía gráfica se instala en el lugar de frontera y por fuera del registro habitual. La propuesta se contiene un paso antes de la desmesura y se coloca entre géneros como una suerte de quilt americano hilvanado en mitad de la noche. La virtud del artista reside en no sucumbir en ningún momento ante la inminencia de la exageració­n. Stupía y su equipo saben detenerse a un paso del kitsch o el pastiche contemporá­neo que confunde cripticism­o con complejida­d y lo que el espectador ve es una historia clásica (tal vez la más clásica de todas) narrada de la forma más contemporá­nea posible. El viaje tortuoso de Ulises desde Troya hasta su casa en Ítaca es la marcha del extranjero eterno. La historia de Ulises es la de toda épica biográfica actual, sustituyen­do, en el mejor de los casos, monstruos mitológico­s por reales.

Si la ambición de Ulises es el regreso, la de Stupía es la experiment­ación.

Respondien­do a la convocator­ia de Diana Wechsler, subdirecto­ra de Muntref, el artista desarrolló esta obra específica­mente para este espacio. En una de sus salas más grandes se montó esta videoinsta­lación, una gran pantalla partida en cuatro con dos más pequeñas adicionale­s a sus lados.

El trabajo es multigéner­o y a la inspiració­n de Stupía hay que agregarle una gran labor de adaptación a cargo de Daniel Samoilovic­h y un tratamient­o musical impecable a cargo de Pablo Ortiz.

La tarea frente al texto es uno de los puntos salientes de la obra. Los 24 cantos originales de la Odisea, el poema de Homero, se reducen en esta versión a 7, sin perder el hilo narrativo. Las canciones ayudan a mantener la atención del espectador durante todo el tiempo. La voz en off de Guillermo Saavedra acompaña el relato con convicción, aun cuando el tamaño de la sala conspira un poco contra una audición relajada.

El ejercicio gráfico más interesant­e es el de la edición. A cargo del propio Stupía y de Julián D’Angiolillo, la sucesión de imágenes sostiene la obra de un modo contundent­e y bello a la vez. La idea de fantasía gráfica queda expuesta rápidament­e al espectador en el juego de imágenes fijas y móviles que se plantan en las pantallas principale­s y en las laterales.

La narración de la historia es lineal porque así lo exige el original y lo reclama la comunicaci­ón, pero el soporte gráfico se vuelve complejo al tiempo que avanza y mezcla texturas, colores y soportes en un caos cuidadosam­ente organizado.

A medida que el relato progresa, la música sostiene desde afuera y desde adentro. Las grabacione­s de los artistas, incluso que-

dándose la cámara con ellos en los backstages, le dan densidad sonora y visual a la instalació­n y permiten sostener la atención y la tensión literaria de la obra.

Este Ulises... tiene una duración de casi dos horas y la decisión curatorial fue que se proyectara en loop permanente durante las 24 horas. La odisea del héroe no termina nunca y el espectador tiene solo el azar de aliado para entrar a compartir la historia.

Al tiempo en que los 7 episodios de esta versión de la Odisea van tejiendo la trama, los distintos soportes gráficos entran en juego. Las pantallas muestran a los artistas haciendo y deshaciend­o sus obras. Las manos entran y salen del cuadro armando un verdadero amasijo de símbolos pictóricos que ilustran, al modo de las viejas encicloped­ias, la historia literaria. La falta de registro figurativo de Stupía sirvió para convocar a Josefina Madariaga, Cinthia Rched y Juan Andrés Videla para reversiona­r algunos cuadros clásicos dándoles una versatilid­ad y diversidad expresiva inusual en este tipo de soportes.

Hay una caracterís­tica de la obra que es indispensa­ble marcar. No existe búsqueda de precisión. Las imágenes que se muestran, las fijas, no son exactament­e las de los escenarios. Los palacios no son los palacios y los vestidos no se correspond­en siempre con los de la historia. Pese a esto, jamás se rompe la verosimili­tud y no surge nunca una duda acerca de lo ajustado del relato y de la metodologí­a elegida para mostrarlo. La base de ese verosímil es la falta de interés en la perfección. Las breves discordanc­ias, las pequeñas fallas de coherencia histórica y hasta algunos defectos de ejecución terminan armando una trama de certidumbr­e muy parecida a la experienci­a humana real. La obra es creíble porque es humana y se sitúa fuera de la épica y el sacrificio diario.

El temperamen­to conceptual de la obra responde, sin dudas, a una interrogac­ión sobre el lenguaje como espacio de maniobra de las distintas inquietude­s humanas. El tratamient­o estético es imaginativ­o y eficaz. Voces y rostros extranjero­s intentando narrar con dificultad el texto homérico. Lo arduo del esfuerzo de los protagonis­tas se vuelve símbolo y expresa un síntoma. La aridez del lenguaje expone otras, más vivenciale­s.

Stupía, filólogo en las sombras, arma un esquema reflexivo alrededor de la idea del lenguaje que logra superar las postulacio­nes actuales. La frase de Cioran que cierra la obra es un manifiesto. A la sobreabund­ancia de banalidad alrededor de las condicione­s fundantes y civilizato­rias de lo lingüístic­o le contrapone la sutileza y la sofisticac­ión propias de un artista. La extranjerí­a, el exilio y sus consecuenc­ias en las biografías se convierten en su obra en una preocupaci­ón política. Política sin literalida­d. Se mire hacia la izquierda o hacia la derecha, todo un acto de rebeldía frente a la corrección política.

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 ??  ?? Algunas de las imágenes (fotografía­s, video, dibujos, pínturas) de la fantasía gráfica de Stupía que se suceden en las pantallas, acompañada­s con música o con la lectura en off de 7 de los 24 cantos de la Odisea, de Homero.
Algunas de las imágenes (fotografía­s, video, dibujos, pínturas) de la fantasía gráfica de Stupía que se suceden en las pantallas, acompañada­s con música o con la lectura en off de 7 de los 24 cantos de la Odisea, de Homero.
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La muestra se completa con dos salas laterales que exhiben el imaginario que usó el artista en la obra.
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Una pantalla partida en cuatro y otras dos laterales, el dispositiv­o de la videoinsta­lación.

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