Revista Ñ

SÁBAT, LA MANO DE UN MAGO TAMBIÉN DESAPARECE

Hermenegil­do Sábat (1933-2018). Su amigo de más de 50 años, el galerista Jorge Mara, despide al caricaturi­sta, dibujante y pintor uruguayo, que brilló en Clarín desde 1973.

- POR JORGE MARA

Hace muchos años –yo estaría cursando la secundaria– mi padre, que manejaba un taxi en Montevideo, al llegar a casa me contó que esa noche había tenido una linda experienci­a. Generalmen­te llegaba frustrado, abatido y refunfuñan­do. Pero esa noche había llevado hasta su casa a un hombre “de lo más simpático” –cito a mi padre– y gran admirador de Gardel y de Troilo. Este pasajero joven, simpático y tan tanguero como mi padre, lleno de anécdotas y buen conocedor de la música popular rioplatens­e se llamaba Hermenegil­do Sábat.

El nombre me quedó grabado. Años más tarde, cuando yo empecé a circular por los lugares donde se oía jazz en Montevideo, El Hot Club y la Peña del jazz, Menchi Sábat ya tenía una bien ganada fama de conocedor del jazz, era un dibujante conocido y ya escribía para el diario El País. Teníamos muchos amigos en común. Algunos eran sus colegas en la redacción (Homero Alsina Thevenet, Emir Rodríguez Monegal, Taco Larreta, los Roldán) y yo, en cierto modo, ya me considerab­a un poco amigo suyo, aun antes de haberlo visto nunca: era cuestión de tiempo para que nos encontrára­mos y para que esa amistad latente, flotante e inevitable se concretara.

Menchi Sábat fue un artista que a lo largo de su vida festejó a otros artistas que admiró y que conformaro­n su gran familia de elección: Troilo, Gardel, Armstrong, Pee Wee Russell, Duke Ellington, Borges, Piazzolla, Toulouse Lautrec, Lester Young, Torres García, Juan Carlos Onetti, Charlie Parker, Pessoa y tantos, tantos otros. Todos ellos contribuye­ron a hacer, del hombre y del artista, lo que fue; no hubo dicotomía al- guna en Sábat. Hubo múltiples intereses en su vida, y todos confluyero­n.

Me gustaría observar algo sobre el rol del caricaturi­sta y el del retratista. Creo que en términos poco rigurosos los géneros no están muy delimitado­s, sino funcionalm­ente. Recordemos que la palabra caricatura viene del italiano, caricare, que significa cargar. Cargar, es decir, exagerar ciertos rasgos físicos de un individuo, no siempre con intención satírica o crítica, aunque a menudo sí la hay. Existen muchísimos retratos en la historia de la pintura en los cuales el artista realza una caracterís­tica sobresalie­nte de su modelo o la soslaya a propósito, que es también una forma de manifestar­la. Paul Cézanne pintó veintinuev­e retratos de su mujer Marie Hortense y la representó en todos con un rostro deliberada­mente inexpresiv­o, una máscara insensible, hierática e impersonal como una de las tantas manzanas que pintó. Lo notable en esos retratos es justamente la ausencia del detalle humano significat­ivo.

Los ejemplos contrarios son más abundantes : hay retratos de Van Gogh que están al borde de la caricatura, muchos retratos de Picasso son burlones y caricature­scos, y están sus tremendos, últimos autorretra­tos de los años setenta, donde se representa a sí mismo como una máscara cadavérica, con ojos desmesurad­os, labios apretados y una inmensa nariz triangular.

Goya pintó algunos retratos que están al borde de la burla: la Reina María Luisa, Fernando VII o Carlos III con caras de bobos o su amigo, Martín Zapater, con una nariz descomunal. Egon Schiele está siempre violando las fronteras de la representa­ción y pensemos en el propio retrato de Schiele, pintado por Max Oppenhaime­r, donde se lo ve con unas inmensas manos inverosími­les que parecen garras. ¿Acaso el extraordin­ario retrato de Velázquez del Papa Inocen-

cio X no tiene una enorme “carica”? Los rasgos están deliberada­mente acentuados, la mano derecha tensa y casi crispada, la mirada desconfiad­a y aterradora. No hay dudas de que Velázquez busca y consigue una mayor penetració­n psicológic­a a través de la exageració­n de los rasgos físicos del temible prelado.

Entre los artistas que sé que Menchi admiró, hay muchos cuya obra roza a veces la caricatura: Modigliani, Soutine, el mismo Toulouse Lautrec, sin olvidar a los expresioni­stas, Beckmann, Ernst Kirchner, Jawlensky, Kokoschka, Max Pechstein y otros.

Es cierto que en Sábat hubo una división nítida entre su trabajo periodísti­co y sus otras obras que no respondían a las urgencias del momento. Pero yo no separaría tanto al dibujante del pintor. Quizás sus dibujos tuvieran una función más utilitaria y sus pinturas hayan sido más libres; puede ser que dibujante y pintor durmieran en camas separadas, pero no hay duda de que compartían la habitación. Sábat, periodista gráfico, interpelab­a e interpreta­ba sintéticam­ente la realidad. Sus dibujos periodísti­cos eran una crítica de la actualidad en la actualidad. Son, también, un registro histórico fundamenta­l.

Se puede saber mucho de la historia reciente de nuestro país a través de los dibujos que Sábat publicó de sus dirigentes políticos. La pintura –por su lado– tiene otra relación con el tiempo, y aunque pueda estar anclada en más de un punto en el presente es, esencialme­nte, intemporal. Se ha comparado a Sábat caricaturi­sta con Honoré Daumier. Yo no lo veo así: Daumier representa­ba sobre todo categorías, si se quiere, arquetipos. Sábat invariable­mente representa­ba individuos.

Siempre se declaró autodidact­a. Su primera influencia, ha dicho, fue su abuelo y homónimo Hermenegil­do, dibujante como él. Uno podría trazar una ascendenci­a que incluiría a muchos pintores, dibujantes e ilustrador­es famosos como Rowlandson, Hogarth, Blake, Tenniel , o su amigo y extraordin­ario caricaturi­sta Al Hirschfeld, que lo protegió y albergó durante su estadía en Nueva York, sin olvidar al gran Jean Dubuffet. Tampoco debemos excluir a algunos artistas uruguayos que él admiraba: Barradas, Torres García (acordémono­s de los retratos imaginario­s de Torres, tan caricature­scos: Tiziano, Goya, Leonardo, Velázquez, Wagner y muchos otros). Incluyamos también a Pedro Figari. Sábat amaba y conocía muy bien la obra de estos predecesor­es. Pero todos ellos y muchos otros solo parecen haber influído en Sábat más intelectua­l o espiritual­mente que en la consolidac­ión de su estilo. Como artista, Menchi nació por partenogén­esis.

La ironía era fundamenta­l en Sábat. La ironía como instrument­o de exploració­n del mundo, es necesariam­ente crítica, aunque abierta a la tolerancia. El juicio irónico reconoce en el otro a un semejante y no ignora la empatía. Sábat nunca fue mordaz ni corrosivo, y mucho menos cínico. Era completame­nte distinto a Otto Dix o a George Grosz, por ejemplo. Podía ser duro y hasta implacable en sus dibujos, pero siempre era lúdico y estaba del lado de la vida. En la puja radical entre Eros y Tánatos, se alineaba firmemente con Eros. En algunos de sus personajes – y digo bien, aun los sujetos políticos se convertían en personajes en el mundo sabático– se perciben a veces rasgos simpáticos que redondean el perfil humano del representa­do. Pienso en algunos de sus dibujos de Perón o de Menem. Su crítica era sutil, a veces deliberada­mente inocente en la forma, pero contundent­e y sin tapujos en su intención.

Su compromiso era con la ética –artística, social y personal– y en eso Sábat no transigía. Su humorismo era poético y cuando pintaba o dibujaba a sus amigos –hablo de Onetti, Torres, Troilo, Django Reinhardt y todos los demás , todo ese parnaso de personajes entrañable­s que eran su mundo, su equipaje sensible e intelectua­l– lo hacía con un afecto evidente, con gratitud y admiración. El calor humano en el hombre y en su obra se percibía a flor de piel.

Todo lo que he dicho –más allá de las obviedades por las que me disculpo– es inevitable­mente parcial, discontinu­o y fragmentar­io.

Menchi Sábat siempre fue un hombre libre y un artista irreverent­e. Todos esos dioses tutelares que lo rodearon y protegiero­n lograron que lo fuera por muchos, muchos años.

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GENTILEZA EDITORIAL PLANETA Su retrato de Aníbal Troilo, de quien era fanático.
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DANIEL LUNA Menchi haciendo el gesto de las alas, que les agregaba a muchos de sus homenajead­os.
 ??  ?? Una gran pasión de Sábat, el jazz, con algunos de sus músicos más legendario­s. Una serie de fotografía­s -tomadas por él mismo en un Photomaton- de sus años de juventud. Un perfil de su compatriot­a y amigo, el escritor Juan Carlos Onetti, y su admirado Toulouse Lautrec.
Una gran pasión de Sábat, el jazz, con algunos de sus músicos más legendario­s. Una serie de fotografía­s -tomadas por él mismo en un Photomaton- de sus años de juventud. Un perfil de su compatriot­a y amigo, el escritor Juan Carlos Onetti, y su admirado Toulouse Lautrec.
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GENTILEZA EDITORIAL PLANETA
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