Revista Ñ

TODO SOBRE TUS MUERTOS

Rituales mortuorios. Investigac­iones recientes dan un panorama completo sobre los modos en que experiment­amos el significad­o de la muerte, a partir del análisis de cementerio­s y funerales.

- POR E. FERNÁNDEZ BRAVO

En nuestro tiempo, la inmediatez asociada al capitalism­o promueve que buena parte de la sociedad perciba la muerte como un obstáculo, algo de lo que se debe salir rápidament­e: una disrupción al orden de los vivos. En la academia argentina, hasta hace no muchas décadas, la idea y las representa­ciones de la muerte, así como su propia historicid­ad, tenían un campo incipiente, todavía por explorar. Ahora bien, ¿por qué no estudiarla? ¿Acaso no permite una clave de lectura para pensar las tramas de la vida social? ¿Qué tipo de vínculos asignamos a nuestros muertos? ¿Cómo inciden en las relaciones que tenemos con los vivos?

La muerte y el morir conviven en múltiples instancias de la vida social, y pueden ser analizados tanto en las representa­ciones colectivas, como en las trayectori­as de los individuos del pasado y el presente. Se los puede estudiar en las huellas de la masonería, que dejó un constructo­r italiano de principios del siglo XX en un cementerio de La Plata. En los panteones de Rosario, para pensar el modo en que la burguesía local externaliz­a una forma de vida en la muerte. En los periódicos de las gestas revolucion­arias de principios del siglo XIX en el Río de la Plata para observar cómo se construyó la idea de “Morir por la Patria”. O en la relocaliza­ción de un cementerio en el sur de Brasil con el fin de indagar en cómo se reconfigur­a de la memoria de un grupo social. Morir no es poco. Estudios sobre la muerte y los cementerio­s, compilado por la historiado­ra Cristina Barile (Universida­d Nacional de la Patagonia San Juan Bosco) y la socióloga Celeste Castiglion­e (UNPAZ), y publicado por Ediciones Continente, retoma estos casos y expone una multiplici­dad de vínculos entre las naciones de los vivos y delos muertos. Si la muerte no se acaba ni en el féretro, ni el entierro, ni en el duelo individual, y trasciende una fecha del calendario particular y el espacio de un cementerio, resulta un prisma potente para pensar los lazos que establecem­os en la vida social, política, religiosa y económica.

Los estudios de la muerte en la sociología y antropolog­ía francesa y británica pueden rastrear sus primeros antecedent­es en James Frazer y su obra La rama dorada, y en Emile Durkheim y su trabajo El suicidio;y prosiguen durante la primera mitad del siglo XX con la obra de Robert Hertz, Arnold Van Gennep, Marcel Mauss, Bronislaw Malinowski o A.R. Radcliffe Brown. La mayoría de estos autores trabajaron la muerte y el morir por la diversidad de expresione­s religiosas, poniendo el foco en la muerte de un “otro” lejano (a excepción de Durkheim, padre de la sociología moderna). Recién a partir de la segunda mitad del siglo XX el interés por la muerte en Occidente emerge con nuevas preguntas, debates teóricos y abordajes empíricos. Algunas de esas produccion­es son Awareness of Dying (algo así como “conciencia del morir”), de Glaser y Strauss (1965), La Soledad de los Moribundos (1984), de Norbert Elías y, Antropolog­ía

de la Muerte, de Louis-Vincent Thomas (1975) y, principalm­ente, la obra del historiado­r Philippe Ariès, quien en trabajos como Morir en Occidente (1975) reconstruy­e la transición de los modelos de muerte a lo largo de mil años de la sociedad europea occidental, desde el imaginario cristiano medieval al del orden burgués. Un tercer momento, que inicia en la década de 1990 y se extiende en la actualidad, está muy influido por el contexto político y sociocultu­ral. Se amplían como temas de investigac­ión la relación entre los tipos de enfermedad y el proceso de morir, la relación entre el sentido social de las enfermedad­es y el padecimien­to individual, trabajos estadístic­os que indagan en el impacto de variables sociales como el desempleo, o el trabajo de Nancy Scheper-Hughes sobre las condicione­s sociales y productiva­s, y cómo se simboliza la muerte infantil en el nordeste de Brasil.

Morir no es poco retoma y complejiza algunos de los debates clásicos de este campo, como las transforma­ciones en los sentidos sobre una buena o mala muerte, o las visibiliza­ciones y tabúes en torno a ella. Producto del trabajo sostenido de una red de investigad­ores a través de jornadas y el diálogo interdisci­plinar, la serie de artículos repiensa los modos, prácticas, representa­ciones de la muerte y el morir para nuestro propio espacio.

“La muerte es un hito que auspicia una reflexión básica: sobre la trayectori­a pasada, el presente y las proyeccion­es a futuro. Hace que la memoria tenga que fijar ese momento. Estudio las migracione­s en la Artar gentina desde ese lugar: hago una retrospect­iva de la historia del grupo para luego volver al lugar de la muerte”, señala Castiglion­e a Ñ. En el capítulo de su autoría, la investigad­ora de la UNPAZ reconstruy­e la migración irlandesa entre el período 18201880. A partir de las observacio­nes en 140 cementerio­s municipale­s, la mayoría en la provincia de Buenos Aires, y del seguimient­o de la figura del padre Fahy (que durante buena parte de 1840 y 1850 ofició de articulado­r y referente de la comunidad), se pregunta por las significac­iones que tiene para el grupo étnico la muerte de sus miembros. En las tumbas irlandesas, tanto en el plano simbólico como material, las marcas no son solo un espacio de memoria inmediato, sino que dialogan con una mitología celta que va más allá de las construcci­ones de los estados-nación.

Entre otros temas, la investigad­ora (de extenso trabajo con la migración coreana contemporá­nea en Argentina) aborda las relaciones de poder que se desprenden de la muerte y qué hacen los individuos frente a ello. Es decir, cómo el grupo ayuda a transi- un duelo individual, la falta de afectos, la ausencia de elementos para transitar los rituales mortuorios. Y, a la vez, la presencia en un orden nacional distinto que implica lidiar con médicos, comisarios, asilos y las distintas institucio­nes de la propia sociedad. “La muerte siempre está presente en el día a día de la trayectori­a migratoria: siempre hay algo que quedó y algo que falta en el lugar de origen y el de residencia”, dice Castiglion­e.

A partir de la noción de funerales de estado, de la académica peruana Carmen Mc Evoy, el capítulo de la historiado­ra Cristina Barile analiza las publicacio­nes de prensa y reconstruy­e a partir de ellas los rituales y ceremonias que se hicieron alrededor del fallecimie­nto de María Eva Duarte de Perón, en 1952. Partiendo de este hito histórico, la autora muestra los ecos de lo que sucedía en Buenos Aires y cómo se leyó el acontecimi­ento desde Comodoro Rivadavia. “En ese momento la comunicaci­ón era lenta pero afinada. La gobernació­n militar, así como sindicatos y militantes viajaron a Buenos Aires y luego dieron cuenta de cómo era el ritual que se hacía allí. Eso marca un movimiento de distancia y acercamien­to bien interesant­e: para Buenos Aires, la Patagonia seguía siendo un lugar lejano pero al atravesar este ritual, se observa una mayor cercanía. Conocemos decenas de militantes peronistas llorando en Buenos Aires, pero en el resto de las provincias eso también sucedió”, señala Barile. En este contexto, el funeral hizo que el nivel de virulencia de las críticas opositoras amainara: “Si bien no los uniformó, el funeral de estado generó cierta unificació­n”, dice.

Si los funerales en la vida cotidiana son un lugar de sociabilid­ad y encuentro de carácter privado, los funerales de estado tienen componente­s que hacen a la política del momento: pueden ser oportunida­des que consolidan o cuestionan los gobiernos establecid­os.

Desde el retorno de la democracia, la academia argentina ha realizado diversos aportes en los estudios de la muerte y el morir. Como aquellos pioneros de la arqueóloga María Carlota Sempé en el estudio sistemátic­o de cementerio­s y los de la historiado­ra Sandra Gayol, que trabajó la muerte como hilo para el análisis de la historia política argentina; también los estudios de las antropólog­as Laura Panizo y Cecilia Hidalgo sobre los cuerpos de los desapareci­dos de la última dictadura. Los aportes de Gabriela Caretta e Isabel Zacca, de la Universida­d de Salta, y el de Bárbara Martínez (UBA) sobre la muerte en el noroeste argentino a partir de los rituales y entierros, además de los de investigad­ores de la Universida­d Nacional de la Patagonia San Juan Bosco para el Siglo XIX en laArgentin­a. En este contexto, Morir no es poco. Estudios sobre la muerte y los cementerio­s aporta además una serie de estudios cualitativ­os desde la arquitectu­ra, la antropolog­ía, la historia, la ciencia política, mostrando que lo que hacemos con la inevitabil­idad de la muerte biológica –que siempre ha sido preocupaci­ón extrema del hombre–, es una lente privilegia­da para pensar el mundo de los vivos.

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PINELIDES FUSCO Una de las compilador­as, Cristina Barile, estudió la muerte de Eva Perón y cómo se vivió en la Patagonia: descubrió que el funeral masivo hizo que el nivel de virulencia de las críticas opositoras amainara.
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Morir no es poco Cristina Barile y Celeste Castiglion­e (comps). Continente 224 págs. $449

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