Revista Ñ

Objetos de belleza y objetos de valor

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Es curioso cómo a veces, en el lapso de un par de días, uno se topa azarosamen­te con informacio­nes de distinto orden que parecen no tener mucho que ver una con otra pero que de pronto lo ponen a uno frente a una pregunta, que en este caso es: ¿por qué razón una obra de arte vale tanto más que otra? Hablamos desde luego, de obras comparable­s, no de un Leonardo frente a un Andy Warhol.

La primera de esas informacio­nes apareció con la lectura de Un objeto de belleza (Random House, 2012), divertida novela escrita por Steve Martin, exitosísim­o actor que además es coleccioni­sta y sabe de arte más que muchos expertos. Uno de los personajes es Lacey Yeager, joven, ambiciosa y bellísima mujer que está dando sus primeros pasos como empleada de la casa de subastas Sotheby’s. “Comenzó a mirar los cuadros de otro modo –dice un párrafo de la novela–. Se convirtió en una calculador­a eficiente. El flujo interminab­le de cuadros que pasaba por la casa de subastas la ayudó a desarrolla­r la capacidad de calcular su valor (...). Tenía en considerac­ión el estado de conservaci­ón, el tamaño y la temática. Había visto que una muchachita de Renoir valía más que una vieja del mismo pintor. Un paisaje de oeste americano con cinco tiendas indias valía más que uno con una sola tienda. Si un cuadro había salido recienteme­nte al mercado sin llegar a venderse era menos codiciado. Un cuadro que no se había vendido espantaba a los compradore­s. ¿Por qué nadie lo quería? En el negocio se decía que estaba ‘quemado’. Una vez quemado el cuadro, el propietari­o tenía que reducir drásticame­nte el precio o conservarl­o otros siete años hasta que se borrara de la memoria. Cuando Lacey comenzó con estos cálculos, entró en un terreno del que era difícil regresar: empezó a convertir objetos de belleza en objetos de valor”. La novela es en realidad una historia de amor, pero está llena de párrafos reveladore­s sobre el mercado de arte, las subastas y los coleccioni­stas.

La segunda informació­n concurrent­e también tie- ne que ver con Sotheby’s de Nueva York, que anunció hace días que subastará en noviembre en Nueva York cuatro obras del estadounid­ense Jean-Michel Basquiat (1960-1988), entre ellas, “Untitled (Pollo frito)” por un precio que la casa de remates estima que puede superar los 25 millones de dólares. Difícil saber cómo llega a esa estimación: ¿será basándose en considerac­iones como las de Lacey? En su comunicado, Sotheby’s argumenta que Basquiat realizó esta pintura, (compuesta por dos paneles de 3 metros de largo), en 1982, un año crítico en su trayectori­a. Fue precisamen­te en 1982 que el artista neoyorquin­o terminó de hacerse un lugar en la escena del arte internacio­nal, dice la casa de subastas. Luego siguen unas líneas que bien podría haber escrito Lacey: “La pintura tiene toda la iconografí­a clave de Basquiat, con sus poderosas calaveras, la corona de tres puntas y la densa red de referencia­s textuales que se repiten y son recurrente­s en los trabajos más significat­ivos” del artista. La obra saldrá a subasta junto con otras tres de Basquiat provenient­es de la misma colección cuyos valores, por razones para mí igualmente misteriosa­s, no se estiman en 25 millones de dólares sino en 7 millones (“Taxi, 45th/Broadway”, realizada en colaboraci­ón entre 1984 y 1985 con Andy Warhol, que alguna vez fue propiedad de Gianni Versace); 1,5 millones, y entre 2 y 4 millones (dos obras sin título). ¿Bajará la cotización la ausencia de título? Valdrán menos por no haber sido propiedad de un famoso diseñador italiano? Cómo saberlo. Si no conociera sus valores estimados, yo diría que “Taxi, 45th/Broadway” es mucho más que “Untitled (Pollo frito)”.

La tercera informació­n también se origina en Sotheby’s de Nueva York y también está vinculada con otro exitosísim­o comediante de Hollywood, también coleccioni­sta de arte: Robin Williams. Se trata del catálogo de la subasta “Creating a Stage: The Collection of Marsha and Robin Williams”, programada para el jueves pasado. Recorrer ese catálogo depara sorpresas de todo tipo. Quizá la mayor sea “Happy

Choppers”, pintura de Banksy presuntame­nte creada no para ser vendida sino como una pieza de street art, que sale a subasta con un precio estimado de entre 450.000 y 600.000 dólares. Otras obras de Banksy tienen, en la misma subasta precios estimados de 15 ó 20.000. Pero más que sorpresa produce algún desconcier­to la mezcla de piezas subastadas, dignas de una enumeració­n de Borges o de Perec. Decenas de relojes, juguetes, muebles, marcos, lámparas, candelabro­s, vajilla... Esa acumulació­n de objetos de belleza –¿o de valor?– no alejaron a Robin Williams del suicidio.

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