Revista Ñ

El collage, una forma cada vez más familiar

Valérie Mréjen. Invitada al festival FILBA que comienza en unos días, varios de sus libros se consiguen en castellano.

- POR MAURO LIBERTELLA

Como un objeto metálico al desplomars­e sobre un suelo de cemento. Así describió el sonido que produjo el cuerpo de su amigo, el escritor francés Édouard Levé, cuando en 2007 se suicidó en su piso parisino. Valérie Mréjen era una de sus amigas más antiguas y cuando Levé cortó el hilo de su propia vida ella no quiso escuchar nada, no pudo leer su libro póstumo (Suicidio), no intentó decodifica­r el acertijo siempre irresolubl­e que dejan las muertes de este tipo hasta muchos años después. Recién en 2012 tomó ese legado e incluyó la muerte de su amigo en Selva Negra, una novela sobre las formas de morir, una especie de bitácora o cuaderno de finales. Borges decía que, cuando muere, un hombre sabe para siempre quién es. ¿Será así? Con esa premisa subterráne­a trabaja, por lo pronto, este oscuro compendio de muertes que la autora escuchó, leyó o le contaron.

¿Pero es correcto referirse a este libro, y a los otros tres de la autora que han sido traducidos a nuestra lengua, como “novelas”? La categoría lleva décadas de revisión crítica y todavía no nos ponemos de acuerdo respecto de qué es y qué no es una novela en el siglo XXI. Mario Levrero llevó el problema al punto casi del ridículo y sentenció: “Una novela es cualquier cosa que se ponga entre tapa y contratapa”.

En el caso de Mréjen, la crítica de su país usó la palabra collage para abordarlos con mayor precisión. Serían eso: textos como diapositiv­as de fragmentos breves, separados con un doble espacio, que tienen un orden pero podrían tener otros. El recurso no es nuevo, por supuesto, y siempre que le preguntan la autora menciona a Georges Perec como su Dios rector, como su influencia determinan­te. El collage fue gravitante en el surrealism­o, entre los beatniks, en los autores de la Generación X que crecieron a la par de los videoclips, en los conceptual­es (de David Markson a Mario Bellatin) y finalmente en los jóvenes escritores que se foguearon al calor de los blogs y la explosión de Internet. A medida que Twitter se consolide como un generador de lenguaje y el mundo se siga fragmentan­do, todo indica que el collage será la forma narrativa del futuro.

Antes de Selva Negra, Valérie Mréjen escribió una suerte de trilogía involuntar­ia de textos que giran en torno a personas que fueron importante­s en su vida. Mi abuelo, El agrio y Eau Savage son textos sobre relaciones filiales y vínculos de pareja, con participac­ión protagónic­a del padre de la autora. Su padre fue agente de bienes raíces y su madre psicoanali­sta. “Yo estaba en medio de un fuego cruzado –dijo en una entrevista–; entre mi papá, que se pronunciab­a con clichés, frases hechas, fórmulas remanidas, una suerte de vacío de lenguaje; y mi mamá, con una atención extrema a todo detalle, al modo en que las cosas son dichas”.

Entre esos dos polos pendula, en efecto, el estilo de Mréjen: a veces parece que no está diciendo nada y el párrafo de pronto se transforma y empieza a volar. Eso permite, también, el misterioso collage: encadenar elementos que en teoría estaban separados.

Además de escribir, esta mujer nacida en París en 1969 es cineasta. Divide su vida en dos: siempre está con un libro o una película. Pasa del encierro al trabajo en grupo, salta de una cosa a la otra. “No tengo rituales –dijo–. Me gusta trabajar de noche. Tengo una pequeña oficina en París. Diría que mi ritual es hacer todo a la vez”.

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La escritora francesa es también cineasta.
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El agrio Valerie Mréjen Periférica 88 págs. $ 780
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Selva Negra Valerie Mréjen Periférica 86 págs. $ 780

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