La primera persona de un árbol, una piedra, un animal
Poesía. En su nuevo libro, la escritora Susana Villalba busca otorgarle una voz a aquello que en teoría no la tiene.
Hay algo áspero en La bestia ser. Podría ser la aspereza de la corteza del árbol que sin embargo siente, la de la piedra que contiene los desbordes del mar y a la vez le asegura su existencia, o la del perro que salta en torno al árbol, cava y espera una respuesta que no obtiene.
Susana Villalba se propone despojarse del personaje humano y ceder la palabra al árbol, la piedra y el perro, y tal como ella lo anticipa leemos “Monólogos entre el perro, el árbol y la piedra”. Son monólogos que ocurren “entre”, son precursores de un diálogo que no se da, ahí donde perduran la soledad y el amor, por supuesto humanos, pero sin rostros ni voces que se identifiquen como tales.
Estos monólogos buscan dar cabida al universo, como si en cada elemento pudiesen concentrarse los saberes del mundo, y la convivencia en la tierra fuese un desencuentro permanente de anhelos. El perro salta hacia lo que no alcanza, el árbol trepa en la soledad, y la piedra: “Las piedras siempre estamos/ como yéndonos/ restos abandonados/ de un exilio”.
Dotar de palabra a quien no dispone de ella, referirse a la experiencia humana desde aquello que no lo es, le permite a la autora en algunos versos generar cierta distancia reflexiva. La poeta no evita las aseveraciones, las conclusiones, pero las trama con delicadeza. Tiene el mérito poético de dejar al desnudo lo inconciliable.
Ya el título del libro nos sugiere una dimensión límite e inevitable: “La bestia ser”. La inadecuación entre las formas de la felicidad y los destinos a los que quedamos expuestos en la tierra encuentran en la poesía de Villalba distintas maneras de decirse. Escuchamos en el largo monólogo entrecortado del árbol: “Desbordo/ sin poder ir detrás/ de lo que ofrezco”, o “la soledad siempre/ es con otro”, e inclusive “pero también el amor/ me dio esta forma/ retorcida”.
Es un árbol retorcido por el amor rodeado por el anhelo de un perro: “Doy vueltas/ alrededor del árbol/ le salto/ salto de amor/ y caigo/ otra vez en mí/ enamorarse es eso”. El perro juega en ese límite que puede transformarlo en humano, y denuncia el quiebre que eso supone: “Un animal pensándose/ se vuelve un hombre/ de un hombre que se piensa/ no se vuelve”. Y en tanto la locura es humana, tanto como lo es la palabra, el perro nos refiere el inicio del decir: “Cuando un animal/ se vuelve loco/ de universo/ empieza a hablar”.
Tanto el árbol, como el perro y la piedra ofrecen muchos perfiles a lo largo del libro, son finalmente personajes con contradicciones a quienes les ocurren cosas. Una palabra que se repite en varios versos es “enamorarse”, y el perro en su monólogo nos habla sabiamente del deseo: “Mi deseo no es mío/ ni externo/ es mi cordón umbilical/ con el mundo”. Podríamos coincidir con este decir.