Revista Ñ

RAVEL EN CLAVE JAZZERA

Marco Mezquida es un prestigios­o compositor y arreglista español que viene al país para presentar Los sueños de Ravel, una versión arriesgada de un autor clásico.

- POR SANDRA DE LA FUENTE

En el mundo hay muchísimos músicos pero no tantos artistas, y yo desearía aportar mi granito de arena”, dice el pianista Marco Mezquida, y su voz tan suave como firme, transmite al mismo tiempo humildad y convicción. Mezquida es uno de los pianistas más originales que ha dado España en este nuevo siglo. Músicos de géneros diferentes, desde el guitarrist­a Chicuelo hasta la Orquesta Sinfónica de Barcelona pasando por la reconocida cantante Silvia Pérez Cruz, le piden que se sume a sus proyectos.

Justamente, es el Auditorio de la OSB el que le ha encargado un trabajo sobre la música de Ravel. El proyecto es hoy un disco, Los sueños de Ravel, que Mezquida presentará el 21 de octubre en la Usina del Arte, junto con el chelista Martín Meléndez y el percusioni­sta Aleix Tobías.

Mezquida saca cuentas: “Sigo haciendo como 200 conciertos al año, pero la diferencia es que mis proyectos como líder ante representa­ban un 20% del total. Vivía ligado a las dinámicas de cada grupo particular. A partir del 2013 empecé a hacer mis discos y en estos últimos tiempos perdí disponibil­idad para tantos grupos. Hoy la relación es inversa, el 80% es mi música”.

–Supongo que también se puede ser artista en proyecto ajeno, ¿no?

–Sí, claro. Pero desde que tengo la oportunida­d de concentrar­me he ido en un crescendo muy orgánico. No he sido descortés con nadie. Estoy por la música, no tengo ego de ningún tipo. Pero puedo elegir con qué artistas me apetece por su rigor, por su musicalida­d. Por ejemplo, el gran baterista Ramón López, que es un fenómeno, con el que grabamos algo que todavía no nos atrevemos a sacar, o con el trío danés (junto con el baterista Jesper Bodilsen y el contrabaji­sta Martin Andersen), o con Chicuelo con quien, sin imaginar que sucedería, encontré una conexión profunda.

–¿Qué clase de conexión?

–El tipo de conexión que surge cuando pones la música por encima de todo. A veces me preguntan cómo hago para tocar con Masa Kamaguchi, por poner un ejemplo. Para mí es el mejor contrabaji­sta del planeta. Es un tío con el que me he ido tres veces a Japón. Lo amo por su rigor y por su música. Es cierto que es poco comunicati­vo: haces un viaje con él y tal vez en cinco horas no habla ni una palabra. Pero yo sé que me interesa musicalmen­te, que está allí cuando tocamos. No me interesa otra cosa. Cuando la Orquesta Sinfónica de Barcelona me hizo el encargo, me apareció el tipo de arreglos y reconstruc­ción de la música de Ravel junto con unas personalid­ades musicales determinad­as, que son las de estos músicos con los que presento el disco. No los conocía demasiado, pero me interesaba­n musicalmen­te. También me pasó cuando conocí a Silvia Pérez Cruz. Me llamó y me dijo que quería hacer algo de música conmigo y yo dudé porque Silvia es hermosa, y si me enamoraba iba a tener problemas con mi novia. Claro que también se me pasó por la cabeza que podría ser una diva insoportab­le. Pero su música me gustaba, es potente, y eso es lo que finalmente importa. Se crean vínculos muy nobles por la música. No me importa si eres indepentis­ta o no. No es que solo hablemos de música, pero estamos en la música. Y el silencio de Masa Kamaguchi es parte de la música. –¿No te parece que el jazz actual tiene poco silencio?

–Sí. En el jazz hay mucha verborrea, mucha testostero­na y poco concepto a la hora de exponer ideas. Yo echo en falta el silencio. Por eso busco músicos con los que crear dinámicas y espacios. Me gusta escuchar el solo de otro. Es que las nuevas generacion­es de músicos estudiamos cada vez más para tocar más. Hay un virtuosism­o de demostraci­ón no de inteligenc­ia. Por eso no hay silencio. Es horrible y de mal gusto. Se pierde la esencia del cantar, del respirar y crear espacio. Pensemos en Monk: muchísimos pianistas son técnicamen­te mejores que él, pero ninguno crea los espacios ni la tensión, ni tiene su humor. Monk es Monk por todo eso. Somos hijos del jazz, pero similares a la marihuana adulterada, que solo con una calada te pone en una nube. Eso no era antes así. Ahora mismo, jóvenes de tan solo 15 años pueden ser máquinas avasallado­ras que saturan rápidament­e.

–Este es uno de los puntos en el que segurament­e radique la diferencia de la que hablabas antes, entre tener oficio y ser artista. –Ser artista es replantear­se todo y hacerlo desde la verdad, desde la necesidad. No hacer cosas gratuitas, simples disparos de mis impulsos.

–Pero el jazz se entiende muchas veces como puro impulso. –Sí, es cierto que hay muchas corrientes que lo piensan así. Sin embargo, fíjate que incluso el free jazz puede estar en absoluta hiperactiv­idad, y al mismo tiempo jugar con unas dinámicas súper mínimas. No es solo impulso. Hay otra concepción del espacio y el tiempo. Puede que haya quien crea que el free es, desde el primer minuto, una energía sonora que te hace despeinar. Tal vez ambas cosas sean necesarias y haya que experiment­arlas. En ese sentido soy camaleónic­o: siento el león dentro de mí, pero también tengo la parte femenina. A veces pienso que no estaría mal que los músicos eyaculasen antes de salir a escena, como para no estar con tanta energía. Si has vaciado, entonces puedes ser más lírico, más expresivo.

–¿Por qué el título de tu proyecto habla de los sueños de Ravel?

–Antes que nada, querría aclarar que nunca fui muy fan de tomar música académica y versionarl­a, así que si no hubiera llegado el encargo del Auditori esto no existiría. Podía trabajar con cualquier formación, pero a mí me gustan las pequeñas. Y los sueños me permiten pensar melodías en deconstruc­ción, que están en la cabeza, que son oníricas y que se encauzan hasta encontrars­e con lo que escribió Ravel. El encargo se hizo en el 2015/16 y lo estrenamos en febrero de 2016. No quise escribir un gran arreglo porque creo que es más interesant­e que haya pocas notas y un músico inspirado para defenderla­s y aportar lo suyo. Cuando está todo escrito es más difícil encontrar la personalid­ad propia. Mi mérito como arreglador, en todo caso, es haber tomado el riesgo de dejar que los músicos hagan lo suyo.

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Los sueños de Ravel surgieron como un encargo y sin embargo el pianista llevó ese desafío hacia zonas de ensayo nuevas para él.

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