Revista Ñ

El tipo que enchufaba los cables

- Mauro Libertella

Geoff Emerick es uno de esos nombres-contraseña que activan la memoria enciclopéd­ica de los beatlemaní­acos. Como Neil Aspinall, como Mal Evans, como Magic Alex, como Dereck Taylor; la lista es extensa e incluye a personajes de segunda o tercera línea en la historia más repasada del pop mundial. En ese álbum de figuritas, Emerick ocupa un espacio privilegia­do por dos razones centrales: fue el ingeniero de grabación de muchos de sus discos (el tipo que enchufaba los cables, para reducirlo de manera despiadada a un título de epitafio) y escribió el mejor libro sobre la banda: El sonido de los Beatles. Ese buen hombre murió hace unos días, a los 72 años.

El 9 de abril de este 2018, muchos feligreses peregrinam­os hasta la sala Borges de la Biblioteca Nacional para escucharlo hablar. La noticia fue sorpresiva: ¿Emerick en Buenos Aires? ¿En serio? Para constatar la veracidad de ese rumor, colmamos la sala y esperamos. Salió un hombre típicament­e inglés y supimos que era él: grandote, rosado, de camisa leñadora, hubiera pasado desapercib­ido en las entrañas oscuras de un pub del East End, pero aquí se sentó en el centro de la mesa y se presentó con una línea que pulveriza cualquier otro currículum: “Hola.

Soy Geoff Emerick y grabé los discos de los Beatles”. Knock out.

El evento –al que debería referirme como ritual para ser más preciso– empezó de un modo casi sacro: bajaron las luces, subieron el volumen al mango y escuchamos, todos con los ojos cerrados, tres canciones de la banda: “Tomorrow Never Knows”, “Penny Lane” y “Strawberry Fields Forever”. Segundo knock out de la tarde. Luego de la escucha atenta, Emerick desglosó el proceso de grabación de esos temas, en una época predigital en la que al sonido había que inventarlo. El caso de “Tomorrow never knows” es conocido: Lennon le dijo que quería que su voz sonara como “el Dalai Lama gritando en la cima de una montaña” y Geoff tuvo que hacer malabares con lo poco que disponía hasta que Lennon le dijo que sí, que eso era lo que tenía en la cabeza. Se iban probando entre todos: esa fue siempre una de las claves del grupo. Tanteaban en las sombras, quería ver hasta dónde podían llegar. Lennon le pedía a Emerick que su voz se escuchara como debajo del agua y el ingeniero buscaba. Eran niños jugando y eran profesiona­les trabajando, todo al mismo tiempo.

El tercer knock out, por spuesto, es la muerte de Emerick, el hombre que entró un poco de casualidad a trabajar con los Beatles y que hizo un trabajo invisible, a puertas cerradas, en la soledad demasiado ruidosa de los estudios de grabación. De hecho, en los vinilos originales, su nombre no figura. No se estilaba: nadie consignaba el nombre del ingeniero en los créditos finales. Pero Emerick fue algo más que el tipo que enchufaba los cables y, finalmente, cuando todos los discos se reeditaron en CD, su nombre se imprimió ahí, al lado del de George Martin.

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Emerick fue muy cercano a Paul McCartney e incluso trabajó con él como solista.
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