Revista Ñ

El debate sobre el derecho a un ingreso mínimo en los EE.UU.

A pesar de Trump. Persiste el reclamo de un salario por desempleo, que resolvería la penuria de muchos y revitaliza­ría los servicios y la infraestru­ctura.

- POR LAURA TYSON Y LENNY MENDONCA

La idea un Salario Básico Universal (SBU) – aunque resultara regresiva y prohibitiv­amente onerosa– sigue atrayendo a un grupo variopinto de dirigentes tecnológic­os y sindicales, libertario­s y progresist­as, que hoy temen la llegada de una era de desempleo tecnológic­o masivo. En los EE.UU., por ejemplo, las propuestas de una garantía federal de empleo vienen cobrando impulso en la izquierda tradiciona­l. Si bien un programa así podría dar empleo a millones de trabajador­es, para que brinden servicios públicos básicos y reconstruy­an y modernicen la deteriorad­a infraestru­ctura del país, esto no es más factible que un SBU, dadas las limitacion­es actuales del presupuest­o federal.

El desafío del futuro del empleo, en realidad, no pasa por la cantidad de puestos de trabajo sino por su calidad y por si pagan lo suficiente para proporcion­ar un nivel de vida aceptable. Incluso en los países desarrolla­dos, donde los salarios relativame­nte más altos fomentan la adopción de tecnología que ahorra mano de obra, la pérdida de empleos probableme­nte se vea compensada por aumentos proyectado­s de la demanda de bienes y servicios, impulsada por incremento­s en la productivi­dad y los ingresos, las crecientes necesidade­s de atención sanitaria y la inversión en energía alternativ­a e infraestru­ctura.

En rigor, las corrientes actuales y las proyeccion­es futuras sobre la calidad del empleo son alarmantes. Las Perspectiv­as de Empleo de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE) muestran un aumento de los empleos de bajo salario, un crecimient­o débil del salario real (ajustado por inflación) y una caída de los beneficios laborales en todas las economías avanzadas entre 2007 y 2017. Por otra parte, en promedio, menos de una de cada tres personas que buscan empleo en países de la OCDE recibieron subsidio por desempleo durante ese período.

Desde la crisis financiera de 2008, el crecimient­o del empleo en los EE.UU. se parece a una mancuerna. El número de empleos bien pagos y de alta calificaci­ón está aumentando, en particular en los campos llamados STEM (por la sigla en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemática), donde 2,4 millones de puestos de trabajo siguen vacantes. En el otro extremo del espectro de las aptitudes, aunque el número de puestos de trabajo de la llamada gig economy (basada en los empleos temporario­s y flexibles) crece tres veces más rápido que el PBI, muchos de los trabajador­es que los ocupan apenas cubren sus necesidade­s.

Entretanto, la tasa de desempleo sigue obcecadame­nte alta entre los trabajador­es sin título secundario y en las zonas rurales y urbanas con problemas económicos. Sin un cambio de política, la remuneraci­ón del trabajo será cada vez más despareja conforme la relación entre el crecimient­o total de la productivi­dad y los salarios se vea cada vez más atenuada.

Si bien se necesita capacitaci­ón profesiona­l y formación permanente para equipar a los trabajador­es para los empleos del futuro, esas medidas no bastarán para garantizar un sustento aceptable. Son fundamenta­les las políticas complement­arias para proporcion­ar un salario vital básico. En los EE.UU., pueden tomarse tres medidas ahora para lograr este objetivo: un aumento considerab­le del salario mínimo y un fuerte crédito fiscal por ingresos percibidos (EITC por la sigla en inglés), ambos indexados según el costo de vida regional y ajustados automática­mente por inflación; e instrument­ar una fácil inscripció­n de los tra- bajadores que reúnan los requisitos para recibir beneficios federales y estaduales. Estos beneficios también deberían ser prorratead­os y transferib­les para cubrir a los trabajador­es a tiempo parcial y de la gig economy. Estas tres medidas en conjunto garantizar­ían que los trabajador­es a tiempo completo (en uno o múltiples empleos) no vivan en la pobreza o la insegurida­d económica constante.

Actualment­e, el salario mínimo en Fresno, California, es de 11 dólares por hora; en San Francisco, de 15 dólares. Sin embargo, según la Calculador­a de Salario Vital del MIT, el trabajador de un hogar con doble ingreso y un solo hijo en Fresno tiene que ganar por lo menos 14 dólares por hora para cubrir sus necesidade­s básicas; en San Francisco, ese mismo trabajador debe ganar al menos 21 dólares por hora. Y si ese trabajador es jefe de un hogar monoparent­al, el salario mínimo en las dos ciudades se eleva a 25 la hora y 39 respectiva­mente.

Tanto las empresas como los gobiernos pueden ayudar a cerrar la brecha entre los salarios vital y mínimo. En 2014, IKEA comenzó a pagar salario vital sobre la base de la calculador­a del MIT, y desde entonces otras compañías han seguido sus pasos. Por su parte, los gobiernos municipale­s y estaduales pueden cerrar la brecha –actualment­e 3 dólares por hora en Fresno y 6 dólares por hora en San Francisco– elevando el sa-

lario mínimo y ampliando la cobertura de EITC y otros beneficios.

En muchos lugares de los EE.UU. se aplican medidas para elevar el salario mínimo e indexarlo según el costo de vida. A través de iniciativa­s directas de los votantes, aproximada­mente 8 millones de trabajador­es obtuvieron aumentos del salario mínimo en los últimos años y otros 5.000 millones de dólares han llegado a los bolsillos de los trabajador­es desde 2017. Si se aplicara en todo el país, un salario mínimo por hora de 15 dólares (aproximada­mente igual al 50% del salario medio del total de la economía), ajustado según las diferencia­s regionales de costo de vida, significar­ía otros 144.000 millones para los trabajador­es en 2024.

Después de aumentar el salario mínimo, el siguiente paso es expandir el EITC ampliando los criterios de ingreso y aptitud, incrementa­ndo su magnitud y poniéndolo a disposició­n en pagos periódicos en lugar de una suma anual única. El EITC tiene un historial probado de éxito en fomentar el trabajo, reducir la pobreza, estimular el rendimient­o escolar, etc. Hasta Chris Hughes, cofundador de Facebook y destacado impulsor del SBU en Silicon Valley, reclama una ampliación del EITC.

Algunos estados de los EE.UU. están más adelantado­s que otros. Al ampliar su EITC para que incluya el trabajo de la gig economy y la banda de ingresos idóneos, California aumentó el número de adjudicaci­ones de unas 400.000 en 2016 a 1,3 millones en 2017. Más del 90% de los EITC de California son destinados a familias de bajos ingresos con hijos y el 80% de los hijos que se benefician con ellos son jóvenes afroameric­anos. Pero hace falta más trabajo. Menos de uno de cada cinco california­nos en condicione­s de recibirlo conocen el EITC del Estado, lo que se traduce en 2.000 millones de créditos no solicitado­s por año. Del mismo modo, uno de cada cinco trabajador­es idóneos de todo el país (más de seis millones de personas) no presenta la solicitud del EITC federal cada año, con lo que dejan de solicitars­e unos 16.000 millones de dólares de créditos.

Siempre habrá trabajo por hacer. Por eso, en lugar de ir por un SBU fantasioso o garantías de empleo, ¿por qué no tomar medidas que brinden un salario vital universal? L.Tyson es profesora de la Escuela de Negocios de la Universida­d de California, Berkeley, y asesora de The Rock Creek Group. Mendonca, presidente de New America, es socio Emérito de McKinsey & Company. ©Project Syndicate. Trad: Elisa Carnelli.

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NYT La tasa de desempleo permanece alta entre los trabajador­es sin título secundario y en las zonas rurales y urbanas con problemas económicos.

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