Revista Ñ

“DON QUIJOTE NO SE ESCRIBIÓ EN MALIBÚ”

Una conversaci­ón con Antonio Muñoz Molina, que acaba de publicar Un andar solitario entre la gente.

- POR FRANCISCO DE ZÁRATE DESDE MADRID

Llega puntual al hotel Wellington de Madrid. Zapatillas de caminar, mochila y una sonrisa cariñosa y cercana. Dice que para las entrevista­s elige ese hotel a una cuadra del parque del Retiro porque en la cafetería se puede hablar tranquilo. Antonio Muñoz Molina lo explica con esa mirada sencilla que hace imposible imaginarlo de otra manera que no sea tranquilo. El premio Príncipe de Asturias, autor de El jinete polaco, La noche de los tiempos y Sefarad, deja a un lado la mochila y pide un té. Si es cierto lo que escribió en su último libro, Un andar solitario entre la gente (Seix Barral), en la mochila habrá un cuaderno y un lápiz. “Un hábito que he conservado desde que escribí este libro”, confirma. Dice que se impuso usar lápices y terminar todos los cuadernos que empezaba, “por una manía de solitario”.

La otra manía fue caminar durante horas por las mañanas y meter en el libro todo lo que le llamaba la atención: titulares de diarios, frases oídas en el semáforo, publicidad­es y menús de restaurant­es; historias de escritores que caminaron sus ciudades y de escritores que soñaron con patrias ajenas, biografías de fotógrafos y pintores y recuerdos de la niñez con sus padres en una pequeña ciudad de Andalucía. Todo cabe en un libro que comenzó como una obsesión por los eslóganes publicitar­ios que lo asediaban en Madrid y ha terminado por ser una obra de difícil clasificac­ión.

–Parece un libro escrito sin ningún plan.

–Esa es la maravilla. Era una manía, una cosa que se me impuso. Estaba haciendo una novela de la que estaba bastante seguro y esto fue como una interferen­cia, como cuando la radio no sintoniza bien y entran interferen­cias de otras emisoras. Siempre me llamaron la atención los lenguajes publicitar­ios con sus mensajes de invitación, tentación y deseo. Empecé a fijarme de manera maniática, a recoger papeles por la calle y a leer todo mensaje que veía. También empecé a tomar noticias del diario y buscar la métrica interna. Por ejemplo, con el atentado de Niza junté varias crónicas de El País, traduje algunas de Le Monde y vi que podía buscar la cadencia interna hasta convertirl­a en un poema.

–¿Cómo se transforma una noticia en poesía? –Sólo hay que cortar en determinad­os momentos según el ritmo interno. Por ejemplo, si al texto “En Niza ayer por la noche un conductor...” le cortas la continuida­d y escribes “En Niza ayer por la noche/un conductor...”. Lo otro que hacía era juntar diferentes titulares para formar un poema. No sabía para qué pero iba acumulando. Sólo sabía que me gustaba mucho hacerlo y que cualquier interferen­cia me venía bien. En un momento tuve que ir a París y pensé que iba a interrumpi­r el trabajo pero terminé metiendo también a París en el libro. Y así se fueron filtrando otros temas que me preocupan. Uno fundamenta­l, el desecho, el reciclaje y la basura, fue convirtién­dose en el tema central sin que me lo propusiera. –Tema y también forma. ¿No es un reciclaje esa transforma­ción de titulares y eslóganes en poemas?

–Exacto, por eso me invento ese personaje al que le hago pronunciar la única frase escuchada que no escuché yo de verdad: “El gran poema de este siglo solo podrá escribirse con materiales de derribo”.

–Hay fragmentos encabezado­s por versos y otros por eslóganes. ¿Algún mensaje ahí?

–Es que el lenguaje publicitar­io roba mucho de la poesía. Hay eslóganes que no se pueden distinguir de un verso. La belleza salta en cualquier sitio y cortar y pegar es algo caracterís­tico del arte del siglo XX. En el libro hablo mucho de Joaquín Torres García, que era hijo de carpintero y trozos de madera por la calle para hacer esculturas y juguetes. O como Basquiat, que recogía puertas viejas que la gente tiraba en Nueva York para convertirl­as en cuadros.

–¿En qué momento su manía toma la forma de un libro?

–Al principio era como una irresponsa­bilidad feliz. Una tarde se me ocurría escribir sobre el fotógrafo checo Miroslav Tichý, o sobre el Bosco, por una exposición, y simplement­e lo hacía. Pero aquello se iba amontonand­o y empecé a preguntarm­e si iba a alguna parte. Estaba trabajando mucho y tenía una confusión muy grande así que hice una cosa que no había hecho nunca: irme dos meses solo con mis cuadernos a Nueva York para poner orden. Y se me ocurrió caminar toda la extensión de Broadway, desde la punta de Manhattan hasta el final del Bronx, 25 kilómetros en unas cinco horas y media. Me acordé de que en el Bronx había una casita en la que había vivi- do Poe y me dirigí allí. En ese itinerario me vino por fin la idea, ya muy tarde, de que el libro iba a tener las dos partes que tiene. –Hace poco dijo que sentía cada vez más melancolía por el valor de su propia escritura, ¿me lo explicaría?

–Es la melancolía de que siempre te quedas muy lejos de lo mejor que tú quieres hacer. Pero es así, trabajas todo lo que puedes pero no te acercas a lo que más admiras.

–También dijo que sólo creía en la novela como género literario cuando se justifica. ¿No todo puede contarse en novela?

–Una novela es una especie de último recurso para contar aquello que solo se puede contar en forma de novela. Pero hay historias que se cuentan mejor sin ficción. Lo que nos pasa en el mundo hispánico es que tenemos una jerarquía interior, que no queremos confesar, en la que lo importante es la novela. Literatura es ficción, pensamos, y lo otro no es literature­cogía ra, o es menos literatura. ¿Cómo es que en la historia de la literatura no está el viaje del Beagle escrito por Darwin? No es ficción pero es una literatura extraordin­aria. Hay mucha buena literatura en la historia. Como La decadencia y caída del imperio romano de Gibbon, que a Borges le gustaba tanto.

–¿Cuándo se justifica una novela?

–Un ejemplo muy claro es el de Vasily Grossman. Como periodista, él había escrito reportajes sobre el exterminio de los judíos en su ciudad natal, con una crónica extraordin­aria sobre el descubrimi­ento de las cámaras de gas. Ahora bien, él tiene una historia personal con eso. Grossman debería haberse llevado a Moscú a su madre, que estaba en su región natal, pero por dificultad­es en la relación entre su esposa y su madre fue retrasando el traslado. Él sabía que su madre no estaba segura porque ella le escribía contándole lo que estaba pasando. La madre acabó en una cámara de gas. Después de años, él escribió Vida y Destino, una novela en la que la madre del protagonis­ta acaba en la cámara de gas y se cuenta desde el punto de vista de la madre. La no ficción habría tenido que terminar en la puerta de la cámara, pero tú necesitas saber qué ha sentido una persona en el interior de la cámara de gas. En ese espacio en blanco es donde está la ficción. Por eso digo que hay cosas que solo pueden ser contadas en ficción. –Dejarse llevar por un deseo y terminar componiend­o un libro suena sencillo pero no debe serlo, ¿o sí?

- Puede ser que sea algo que se vaya adquiriend­o con el tiempo. Lo que me admira de la gente que hace cosas, cualquier cosa, es la conquista de la naturalida­d, cuando parece que no hay esfuerzo. Había un grandísimo pianista de jazz español, Tete Montoliu, que era ciego y muy aficionado al club de fútbol Barcelona. Lo recuerdo tocando el piano con el auricular para oír el partido a la vez. Pero estaba tocando como no te puedes imaginar. Había conquistad­o esa libertad. Esa naturalida­d es para mí lo máximo que hay en el arte. Charlie Parker estaba tocando un solo en un club cuando pasó un coche con una sirena muy fuerte y él comenzó a improvisar sobre aquel sonido. Convertir lo que hay a tu alrededor en parte de lo que uno está haciendo.

–En su preocupaci­ón por el medioambie­nte, ¿hay también una inquietud por el exceso de ruidos y estímulos?

–Extraño un mundo menos ruidoso. A lo largo del libro hay una busca de cierto silencio. –Con tanto ruido, ¿es posible escribir hoy una obra como Don Quijote?

–Más que nunca, porque ahora lo necesitamo­s más que nunca. La percepción que tenemos de nuestra época es bastante narcisista, como si hubiéramos estado sometidos a dificultad­es que otros no tuvieron. ¿Y la presión del hambre? ¿Y la de los piojos? El Quijote no se escribió en un retiro en Malibú. Lo escribió un pobre desgraciad­o que iba de un sitio a otro ganándose la vida, al que metieron preso. Esta es una época opresiva por la falta de silencio y eso hace que la necesidad de buscar la concentrac­ión o la soledad sea más fuerte. –¿El suyo es un libro político?

–Es político porque habla de la destrucció­n del mundo. Un mundo basado en la producción de basura.

 ??  ?? El novelista también publicó libros de ensayos y diarios.
El novelista también publicó libros de ensayos y diarios.
 ??  ?? Un andar solitario entre la gente Antonio Muñoz Molina Seix Barral 496 págs. $550
Un andar solitario entre la gente Antonio Muñoz Molina Seix Barral 496 págs. $550

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina