Revista Ñ

Fábula sobre un genocida con prisión domiciliar­ia

En Cameron, el delirio asociativo y la trama política son las dos caras de una misma moneda nacional.

- POR EMILIO JURADO NAÓN

Cameron de Hernán Ronsino es una fábula política en torno a una figura poco frecuentad­a hasta el momento: el genocida con prisión domiciliar­ia. La historia de una venganza contra el viejo y amargado Julio Cameron –inocua aunque no por eso menos humillante– es apenas el trasfondo de un relato denso, alusivo y repleto de mensajes cifrados.

Como suele decirse, la narración es una cuestión de poder: el narrador elije qué se cuenta y cómo. El totalitari­smo más perfecto es el de quien decide lo que queda adentro y afuera del discurso. Buen conocedor del arte del relato, Ronsino hace hablar a un anciano solitario con una prótesis de pierna cuya aparente inocencia empieza a resquebraj­arse desde el momento en que confiesa, en engañosa intimidad: “Nunca tuve piedad al enemigo, por eso nunca me tuvieron piedad a mí”.

Cuarta generación de un linaje patricio en el que se destaca su abuelo, el General Julio A., Cameron ostenta el privilegio de desentrama­r los signos de la ciudad a la que se ve circunscri­to. Desde el Puente de Hierro que ayudó a construir cuando joven hasta el “pasaje Cameron” y la placa en la fachada de su hogar cuya prosapia manda a lustrar periódicam­ente, la ciudad lleva su huella.

Ese espacio urbano híbrido –en el que los topónimos y paisajes lo vuelven tan latinoamer­icano como centroeuro­peo– define a Cameron, por su historia personal y familiar, pero también lo confina. Cuando, por engaño, traspone los límites que le imponían la prisión domiciliar­ia, se desencaden­a el conflicto y empieza a reflotar el vínculo de Cameron con un pasado histórico de represión.

La historia secreta aparece en los sueños del protagonis­ta, y es en estos paréntesis oníricos donde se articula, también, una prosa más arriesgada que el moroso y correcto ritmo inicial. “El cuerpo desnudo de Mita, blanco, envejecido, nos espera. Ya era hora, dice la señora de Burnstein poniéndose unos guantes de goma. Mi madre apoya sus brazos en la mesada y se queda contemplan­do el paisaje, rezando por lo bajo, dándonos la espalda. El trabajo lo inicia la señora de Burnstein. Con una pinza comienza a levantarle, lentamente, las uñas de los pies. Luego pega un tironcito final que genera un breve derrame de sangre. Mita sonríe como una verdadera mascota entrenada. A veces la señora de Burnstein chupa algún derrame mayor de sangre y me dice: Así se hace, bebé; así se chupa”.

Como contrapunt­o formal de la trama, el cruce de los límites geográfico­s de Cameron coincide con un cambio en la forma de narrar: mayor velocidad, pero sobre todo un juego violento de imágenes y discursos políticos que trabaja sobre el lenguaje en las dimensione­s tanto semántica como sintáctica.

Estos pasajes en los que el delirio asociativo y la trama política son las dos caras de una misma moneda nacional son los mejores momentos de Cameron. En ellos hay una atención y tensión del texto tan potente que reclaman un protagonis­mo sin tapujos; antes que la coartada realista de postularlo­s como el lenguaje de los sueños, el discurso en éxtasis de una lengua violentada.

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GUILLERMO ADAMI+ Admitió que esta novela “en algún punto fue una reacción al macrismo”.
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Cameron Hernán Ronsino Eterna Cadencia 80 págs. $290

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