Revista Ñ

Esas palabras desde donde desplomars­e

De la mano de la gravedad y de lo leve, la destacada poeta Mónica Sifrim propone otra clase de viaje.

- POR MARIO NOSOTTI

Una muchacha se arroja al vacío, por amor o desdén, por algo que le quema. Su caída sin embargo es corta, termina suspendida en las ramas de un naranjo: una tragicomed­ia, porque así son las cosas, en la vida, en la poesía, no hay épica que no bascule en la ridiculez. Colgando de las ramas, la chica “es un capullo indócil” y vista desde el sol “es una lapicera / que graniza / coágulos de sangre”. La caída es resbalar de la ilusión, darse cuenta de que “no hay una zona tierna / donde apoyar el hueso dolorido”. Pero lejos de terminar, la muchacha emprende un viaje, un viaje circular donde arrojarse es el precio para reconocers­e y nacer al deseo.

Las variantes de tono y densidad visual de cada parte de Un barco propio (“Formas de caer”, “El canal de la mancha”, “Grandes esperanzas”, “Un barco propio”) son la evidencia de su extraña riqueza, de su monotonía espléndida. En contrapunt­o con lo telegráfic­o de las “Formas de caer”, “El Canal de la mancha” tiene la carnadura, el barroquism­o leve de buena parte de la poesía de la autora. Recorriend­o paisajes que son ínfimos retablos, nuestra esquiva heroína llega oculta a una ciudad, para olvidar, o para darse a luz, para recuperar las grandes esperanzas, aquellas que permiten sostenerse cuando camino no hay.

La niña que recorre los poemas de Mónica Sifrim encuentra en un momento de este libro un barco propio, dos tablones de roble atornillad­os, desde donde asistir a sus caídas, sus lances, pero ese recorrido la lleva nuevamente a su primer verdad: “La poesía no era/mar/ni tierra firme /las palabras fueron la/escalera/para subir/al techo/desde donde/quise/desplomarm­e/una vez”.

La escritura de Sifrim es eminenteme­nte rítmica, primordial­mente verbal; si hay ideas, conceptos, van siempre de la mano de un rebote de diálogos, pequeñas colisiones de palabras que caen como semillas en un palo de lluvia; es por ese derrame que accedemos al logos. Y algo de lo fortuito también, de tomar lo que el oído trae, imágenes que tocan una verdad extinguida, que solo la poesía puede formular: “una muchacha rota en alquitrán”, “el porvenir es una oveja triste”, “las verdades se apilan / como capas de pan y de manteca”.

Aunque el tiempo de caer es ínfimo, el lenguaje construye una duración que permite elevarse de nuevo, volver a desplomars­e, orbitar desde distintos puntos, y permite al lector hilar los avatares de una historia agu- jereada, la de alguien que renace en cada etapa, cada escenario.

Un dios raro el de Sifrim, un dios que ama los barcos, “Dios te dio / Las palabras./Dios te dio / un barco propio /Para alejarte de esta pesadilla /Es hora de saltar”. Las palabras nos permiten saltar, navegar una historia que como la de la muchacha de este libro, la de toda la poesía de Sifrim, se debate entre la transparen­cia y la catástrofe.

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DANIEL BOHM “Un barco propio” presenta variantes de tono y de densidad visual.
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Un barco propio Mónica Sifrim Cienvoland­o 92 págs. $350

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