Sharp Objects: un montaje de engaños
El regreso de la hija pródiga al pueblo natal es el disparador para esta propuesta que trabaja con el extrañamiento y la anomalía.
Las imágenes de Sharp Objects son coartadas visuales. Nunca muestran su objetivo de fondo, escamotean, juegan al simulacro. Todo hace pensar que se trata de un policial (y en cierta medida de eso se ocupa la serie) pero hay un interés más profundo, más radical: observar el comportamiento de una familia que ha hecho de los traumas y la enfermedad su principal pedagogía de crianza. Sharp objects (HBO)recuerda que toda imagen es manipulada.
Ya en su prodigiosa secuencia inicial se presenta el método de la serie: montaje de engaños. El pasado aparece representado por flashes, imágenes desdobladas, movimientos de cámara, superposición de escenas, recuerdos y una edición hecha de lapsus. Sharp Objects hace del desconcierto una gramática de indicios.
El planteo de la serie es clásico, canónico: el regreso de la hija pródiga. Camille Preaker, una periodista rea y perturbada, es enviada a su pueblo natal para cubrir el asesinato de una niña. El valor diferencial de Sharp Objects es el tratamiento de esos materiales ya vistos, un tratamiento del extrañamiento y la anomalía.
Camille Preaker es interpretada por una Amy Adams perfecta que con su actuación precisa y obsesiva se convierte en una artista de la decadencia y la rebeldía. Adams expresa a un personaje desbordado con cada gesto de su cuerpo, con cada mirada en silencio, hasta en la forma de dormir. Sin Adams la serie perdería buena parte de su magnetismo.
Y quizás ahí se encuentre otra de las claves de Sharp Objects: su galería de personajes. Hay una trama dilatada, vencida, a la cual los ocho capítulos le quedan enormes, pero aún así se sostiene cierta tensión narrativa gracias a los personajes tan arquetípicos como facetados. En contra de los estereotipos, Sharp Objects propone personajes reconocibles (el jefe de policía local que no descubre ni una pista, el detective foráneo que parece hablar en otra lengua) pero siempre descentrados, con un doble fondo, donde el sentido es ambivalente.
En Sharp Objects las mujeres lo son todo. Víctimas y victimarias. Protagonistas excluyentes, emperatrices familiares y civiles. En rigor, la serie está dramatizada alrededor de tres mujeres. Camille, que ha logrado escapar de su familia y del pueblo; Adora, la madre de Camille, perversa protectora de débiles y desahuciados; y Amma (sutil anagrama de mamá), la joven y astuta media hermana de Camille. Todos los personajes se equivocan. Y ninguno tiene redención.
Puede encontrarse un personaje más: Wind Gap, el pueblo donde todo sucede. La serie propone una panorámica sobre este pueblo sureño y rural dedicado a la cría y engorde de cerdos (habría que hacer el mapa de los pueblos ficcionales de las series, el excéntrico Twin Peaks de Lynch, la planicie costera del sur de Luisiana de True Dectective) al mismo tiempo que convierte a Wind Gap en una fuerza extraña que devora a cada uno que se acerca, un espacio absoluto del que pareciera que no hay salida (y si se encuentra la forma de salir, como es el caso de Camille, el precio parece altísimo), una ciudad fantasma de la que no se desconoce su condicionamiento geográfico.
Si se le puede marcar un error es la hibridez. El hecho de quedarse a mitad de camino entre un producto de entrenamiento cerrado al vacío (esos que se han convertido en la moda por excelencia de la industria audiovisual) y la experimentación narrativa y formal, la puesta en crisis de la normativa dominante que apuesta todo a finales inevitables e imprevisibles –como termina siendo el caso–.
Musicalizada con un criterio de la oscuridad, que va desde Sylvia Esso hasta Led Zeppelin, y una cohesión propia de una obra conceptual, la serie consigue sus mejores momentos cuando se aleja de la representación de la historia para acercarse a conocer una forma de vida misteriosa y opresiva. Sharp Objetcs es sobre todo una atmósfera, un ruido.