Baila en el ondular oscuro por este monte
En libro de próxima aparición, el poeta Yaki Setton apuesta por una vuelta al poema de corte romántico y arriesga una escritura entre anacrónica y encendida.
“¿Vieron por ventura a quien ama mi alma?” El cantar de los cantares de Salomón
Dragona
El viento las mueve como si fueran hilos de plata que brillan a la luz de la luna pero no, son tus crines que se agitan al compás del silencio que menea nuestros cuerpos sin decir palabra. Dulce dragona que me abraza, me susurra y me resopla leve el cuello mientras tu desnudez de terso animal escamado, fulgente y confiado baila en el ondular oscuro por este monte que habita el pabellón de tu casa. Ahí me veo volando entre tus brazos, con tus alas abiertas y tu fuego que nos prende y apaga como si fuéramos destellos aislados en medio de la noche. Ahí, ¡en el aire está el riesgo! y suspendidos ambos y aferrados bebo tu rostro espigado, tu boca de ángulos cincelada por el tiempo, tus manos de membranas ásperas y lánguidas para que lentos, con cuidado y juntos reposemos en la hierba húmeda, sí, entre sueños.
Tus manos
Muerdo tus manos con ternura. La piel ahí es delicada y tirante, me cuesta hincar mis dientes sin lastimarla; fina lámina de arroz que cruje y parece a punto de quebrarse. Pero lo hago igual, las muerdo y estiro hasta el límite de lo posible, mientras los pequeños huesos del metacarpo que se adivinan rechinan o casi se rompen. Luego, veo tu rostro de entrega y goce, tus labios que se hinchan de a poco, que se hacen ovillo y se juntan, que se prenden de mis orejas con ardor. Ellos me extorsionan para que siga rasgando con mis dientes los pliegues tensos e infinitos de los dedos de tus manos y que por favor, no deje, no deje nunca, loca garza mía, de hacerlo.