Revista Ñ

PROSA DE UN HEROÍSMO COTIDIANO

Elena Poniatowsk­a. En este adelanto del video que se transmitir­á en el BaHR, la gran escritora mexicana habla del cruce de géneros, de Ayotzinapa, a cuatro años de la matanza de estudiante­s, y del rol justiciero del periodismo. Con el auspicio de Ñ.

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Elena Poniatowsk­a, una de las voces más importante­s de las letras en América Latina, inaugurará el segundo Festival Basado en Hechos Reales, que comienza el 1º de noviembre en el CCK, con una entrevista exclusiva grabada en la ciudad de México. Aquí presentamo­s un fragmento, en el cual la Premio Cervantes recuerda su larga trayectori­a en las letras, entre la ficción y la no ficción; se define como una “reescritor­a”, ya que arrastra una eterna insatisfac­ción con los textos propios y avala al periodismo como una escuela que forma a escritores. En su casa en la colonia Chimalista­c, dice, prefiere el ambiente de los reporteros que el mundo literario, al que considera más duro, solitario y competitiv­o. Y analiza –a 50 años del hecho– la masacre de Tlatelolco y l a compara con los crímenes de Ayotzinapa: “Lo veo quizá con el mismo espanto con el que lo viví en 1968”.

–Desde que comenzó su carrera hasta hoy ¿cuáles han sido las principale­s transforma­ciones que ha visto como periodista y escritora? –Cuando me inicié usted no había nacido. Nadie había nacido. Fue en 1953, creo. Había fórmulas, siempre se decía “apoteótica multitud recibió al candidato con los brazos levantados” o “entró el Presidente de la República a la cámara y fue recibido con un aplauso”. Empecé a escribir lo que veía y sentía. Vi a un presidente a punto de caerse, si no lo agarraba un achichincl­e se caía, y dije: “El presidente se tropezó y por poco se va de bruces”. Quizá no leían bien el artículo y lo dejaban pasar, o a los directores les daba risa que alguien dijera las cosas con más naturalida­d, sin fórmulas.

–¿Y hoy hay más naturalida­d?

–Mucho más, esas fórmulas ya se abandonaro­n por completo, murieron solitas. –¿Qué fue lo que más cambio en el oficio? –Algo que me halaga, me gratifica mucho y me hace feliz es que entraron muchas mujeres. Siento que las mujeres han sido más honradas que los hombres. Antes en México se hacía lo que decían “el chayote”, era un sobre larguito. Era muy fácil para un hombre metérselo en el saco pero para una mujer no, todas tenemos bolsas con zíper, si te dan un sobre te tienes que quedar con él en la mano. Era muy visible. Además del punto de vista técnico, que es difícil, sí creo que las mujeres en general han sido muy honestas. Y luego como recibían por primera vez una oportunida­d lo hacían con mucha más pasión. De veras descubrier­on su solidarida­d con causas sociales. Cuando yo me inicié en el periódico Excélsior jamás se hablaba de una colonia pobre. Todo había que esconderlo.

–Y sobre su estilo narrativo como periodista, ¿siente que fue cambiando con el tiempo? –¡Fue empeorando! (risas). Pienso que el periodismo en sí es una muy buena escuela, a diferencia de quienes dicen que te echa a perder o un buen periodista jamás puede ser un buen escritor, pero el hecho de no estar esperando a la musa, a que lleguen los ángeles a ayudarte a escribir, el hecho de que lo tienes que escribir a huevo, como decimos, porque ya está tu jefe de informació­n que te dice: “Ándale, ándale, ya eres la única que falta”. El famoso cierre actúa también sobre ti, te hace un bien enorme porque escribes. Bueno, a veces las cosas no salen bien pero siempre te das cuenta porque al releerte dices: “Ay, se me fue esto”, “ay, qué horror, se me fue lo otro”, “ay, me hubiera salido mil veces mejor”, también es una escuela. Pero bueno, yo ni siquiera soy escritora, soy reescritor­a porque soy tan insatisfec­ha que reescribo y reescribo muchísimo. –¿Cómo fue su transición del periodismo hacia la literatura?

–Fue al mismo tiempo porque también en el año ´53 se publicó un pequeños libro que se llamó Lilus Kikus, una novelita flaquita de los recuerdos de una niña, y luego una obra de teatro de burla de los intelectua­les. Se llamaba Si tú me lees, yo te leo, porque nadie leía a nadie, les importaba un cacahuate. Si le decías a un amigo :“¿Te puedo leer mi libro?”. Ay, se moría de la aburrición. -Entonces su camino siempre fue paralelo entre la ficción y la no ficción.

–Sí, siempre, pero finalmente pesó muchísimo más la no ficción porque los problemas del país para mí se volvieron tan candentes e importante­s que si yo me ponía arriba a escribir sobre mi tía Cuquita y la cantidad de rosarios que rezaba todos los días y de pronto había un terremoto afue-

POR CECILIA GONZÁLEZ

ra, no me iba a quedar frente a la máquina a escribir sobre mi tía Cuquita.

–Así como hay una permanente discusión sobre el valor de la ficción y la no ficción hay otro debate sobre la neutralida­d de los periodista­s o el compromiso político de los periodista­s. ¿Usted cómo lo aborda?

–Hago lo que me sale, lo que puedo. Lo que escribo es lo que es. Segurament­e se me van cosas, pero es lo que veo. Nunca voy con una intención de fregar a alguien o de hablar mal de alguien, pero cuando eres periodista te buscan mucho más que si estás haciendo poesía en tu casa. Hay muchas llamadas y mucha gente que te dice si quieres ir aquí o allá a escribir de esto o lo otro. Entonces vives en un mundo muchísimo más público porque, finalmente, escribir una novela o un cuento es una gran aventura solitaria frente a la mesa de trabajo y dices: “A ver si puedo”, mientras que el periodismo es pertenecer a un grupo y a una realidad. Eso te allana el camino, te lo hace mucho más calientito, apapachado­r, porque te dicen: “Ay, que patota metiste” o “ay, qué bien estuviste”. Hay una cofradía entre los periodista­s, salvo excepcione­s. Por ejemplo, siento gran simpatía por ese que está encerrado en Ecuador, Assange. Me cae bien. Creo que tejemos redes a lo largo del mundo y simpatías, en cambio el de la literatura es un mundo muy duro en el que el reconocimi­ento no llega o llega cuando ya te moriste y ni te enteras. Ya para qué.

–¿Está de acuerdo con la idea de que el periodismo puede ser literatura?

–Sí. Te dan siempre el ejemplo de A Sangre Fría de Truman Capote pero yo pienso en Juan Villoro. He leído editoriale­s que son joyas, un verdadero nocaut de tan buenos que son. Y es periodismo, pero al mismo tiempo es un escritor.

–También demostró ese talento narrativo con La Noche de Tlatelolco. Ahora se cumplen 50 años, ¿qué balance hace de esos hechos?

–Lo veo quizá con el mismo espanto con el que lo viví en 1968, pero veo que han sucedido cosas en mi país que me parecen mucho más terribles todavía, por ejemplo lo de Ayotzinapa. El asesinato de los 43 chavos de Ayotzinapa me parece peor que lo de Tlatelolco, porque lo de Tlatelolco como movimiento social que se asfixia puede ser como Tiananmén en China, pero lo que no tiene explicació­n alguna, y lo que es terrible, es Ayotzinapa. En la democracia nunca avanzamos porque nunca pudimos saber quiénes son los asesinos. Es una masacre y es al igual que el ´68. ¿Y los culpables dónde están?

–Ahora que habla sobre Ayotzinapa, usted escribió sobre los estudiante­s asesinados de 1968, los damnificad­os del terremoto de 1985, las víctimas del supuesto fraude electoral de 2006, las víctimas de la guerra narco… permanente­mente está hablando de víctimas de todo tipo. ¿Cómo se acerca a ellos como periodista? –Creo que más bien las víctimas te escogen y, ahí sí, no puedes rajarte. Ellos te tienen confianza. Tú no las escoges. Tú dices: “Yo quisiera”, pero es un gran honor que ellas quieran. Se oye un poco chocante pero la gente te escoge, dice: “Con ella, con él sí quiero hablar”.

–Eso en cuanto al acercamien­to con los entrevista­dos, pero luego, como autora, ¿cómo trabaja ese material que es tan doloroso? Porque no es una declaració­n de un político, son víctimas que están sufriendo.

–No lo manejas porque finalmente te cala, se te mete adentro. Te sigue doliendo toda la vida. Acabas marcada, sellada. Es lo que te hace a tí finalmente ser lo que tú eres. Pero nunca se te va, nunca lo olvidas. Nunca olvido lo que me contaron.

–¿Qué se hace con eso, no hay un agotamient­o? –Sí, hay un agotamient­o. Fui a dar al hospital. Hay una enorme tristeza y te dicen: “Tu debes ser masoquista”. Sobre todo a la hora del terremoto, cuando todos decían: “No puedo servir de nada”, te quedas, vas con la gente en el lugar de la tragedia y estás oye y oye. Soy una persona que me la he pasado escuchando. Te vas llenando de palabras y finalmente sí te ahogas.

–Usted recibió amenazas hace cinco décadas y ahora los periodista­s mexicanos están bajo acoso. ¿Cómo ve esta situación?

–Es una verdad que México es el país más peligroso del mundo para los periodista­s. Son perseguido­s, maltratado­s. Siempre he sentido que los reporteros, los que se hacen bolas para obtener su noticia, siento que hay para ellos una falta de respeto y maltrato enorme. Eso que decías de que haces tu artículo con mucha ilusión y te dejan un párrafo y a veces ni te lo publican.

-¿Y qué se puede hacer en esa situación?

–Lo que hizo Marcela Turati, una asociación de periodista­s para autoproteg­erse.

-La autoprotec­ción colectiva.

–Sí, e ir a marchas, defender a otros periodista­s. Creo que La Jornada en eso va bien, orita sigue defendiend­o a Javier (Valdez) y Miroslava (Breach), a diario sale un timbre postal con sus caras diciendo que han pasado determinad­os días (de su asesinato). En eso La Jornada sí ha sido única.

-¿Es lectora de crónica latinoamer­icana? ¿Hay una “crónica latinoamer­icana”?

–Creo que es importantí­sima, sobre todo la mexicana. Hay un Fabrizio Mejía Madrid. Bueno, el “papá de los pollitos” es Carlos Monsiváis. Luego el que era buenísimo y su muerte es muy lamentable es Jaime Avilés. México tiene mejores cronistas que novelistas porque Héctor Aguilar Camín hizo un libro sobre la frontera norte y sus novelas no superan ese libro, que es crónica.

–¿Qué mensaje les deja a los periodista­s que tratan de hacer una no ficción de calidad? –Son héroes. Hay una actitud de heroísmo innegable y muy continua. El heroísmo no es cosa de un día. Es diario, insistiend­o. En México tenemos el orgullo de una Carmen Aristegui, que sigue en primera fila y muchas otras como ella.En vario periodista­s lo puedes ver, gente que sí lucha y se da a respetar por encima de todos los cánones establecid­os.

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Su crónica sobre la masacre de Tlatelolco, publicada en 1971, es un referente ineludible; la autora, además, cultiva la ficción. MIGUEL TOVAR
 ??  ?? “El asesinato de los 43 chavos de Ayotzinapa me parece peor que lo de Tlatelolco”, afirma la autora. AFP
“El asesinato de los 43 chavos de Ayotzinapa me parece peor que lo de Tlatelolco”, afirma la autora. AFP

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