El estoicismo como virtud suprema
Narrativa. El amor entre dos hombres, registrado de modo sobrio y preciso, es también un retrato impiadoso del ambiente médico.
Un hombre sentado en una reposera de playa acompaña a su pareja internada en una sala aislada del Hospital Francés, casi siempre en silencio, cuidando la provisión de oxígeno de la que
el enfermo depende para sobrevivir.
Esta escena digna de una puesta de Samuel Beckett es el núcleo a partir del cual la narración se abre, teniendo como marco un ve-
rano porteño avanzados los años noventa, época de atentados terroristas, crisis económicas, y cuando todavía un diagnóstico de HIV significaba un pasaje sin retorno.
Entre la narración sobria, precisa, y la implicancia visceral, Daniel Gigena escribe en Hospital Francés una especie de diario, de autoficción, sobre el amor entre dos hombres, que es también una catarsis contra la institución médica y su –entonces más que ahora– poco disimulada homofobia.
Los días del narrador transcurren entre los trámites ante el sindicato para renovar la internación, acompañar a Jorge, y los viajes al departamento de la calle Terrero a ducharse y descansar.
La asociación de varios elementos (el verano, la reposera, el aislamiento) remarcan la excepcionalidad de un tiempo, especie de pasaje, de detención, que implica entrar en otra lógica, otra rutina, que es también la conciencia de estar entre la vida y la muerte. Poco a poco, se nos van reponiendo piezas de la historia: las ex parejas de ambos, la reserva sobre la relación ante los padres de Jorge, vacaciones, familia, amigos que hacen bromas más o menos pesadas.
La furia y el humor sarcástico del protagonista no ocultan el reclamo de afecto, la falibilidad y las dudas; por el contrario, reinventan el resentimiento como pulsión vital, como forma de enfrentar el derrumbe.
Marcas autobiográficas, referencias al ámbito universitario, al circuito cultural porteño de esos años, al mundo editorial al que, en carácter de trabajador, el narrador pertenece; eso, y la literatura como modeladora de la subjetividad (“como nunca había estado allá, mientras él hablaba yo reemplazaba la imaginación con escenas de novelas”).
La última parte del libro, la más breve, es un anecdotario de las andanzas sexuales y demás peripecias del protagonista veinte años después, en las que siempre asoma algún aspecto de la soledad y lo efímero como componentes inevitables de lo humano.