NEGOCIACIONES DE UNA ARTISTA CON EL TIEMPO
En una antigua casona de Tigre convertida en espacio de exposición, Silvia Rivas muestra nuevas obras que marcan la temporalidad en suspenso.
Combinando el movimiento y su demora, espacios detenidos en pantallas diversificadas, jugando con tiempos en suspenso, las obras de Silvia Rivas vienen armando discursos en torno a la temporalidad y sus derivas. Tanto que el tiempo activo pero ralentizado, juega a ser metáfora de una singularidad, un microinstante capaz de cambiarlo todo, de fragilizar lo sólido.
Algo así se percibe en la nueva exhibición de cuatro videoinstalaciones Esculpir el tiempo, de la artista Silvia Rivas en la Casa de las Culturas de Tigre. Se trata de una casa especial, la antigua Villa Carmen, que también ejemplifica y mantiene una negociación con el tiempo: no fue demolida por un proceso judicial, pero convive con un espacio reciclado para alojar arte contemporáneo. Por eso Silvia se entusiasmó con la posibilidad de instalar obra allí. Dice la artista al respecto: “Tomé la casa como una especie de cápsula de tiempo suspendida en el presente”. En una de las salas se exhibe “Villa Carmen”, 2018. Es una video-instalación para televisores de tubo, diez canales de video, varias pantallas de viejos televisores y monitores que mantienen una serie de capturas de eso que el público no puede ver: la casa con los restos de sus otros usos, en planos recortados que parecen estar fijos pero son videos en capturas que multiplican los frames por segundo.
Se puede percibir un recorrido planteado para ir despuntando en los distintos tiempos. Comienza con una gran pieza de marcada temporalidad en suspenso, “Demora”, serie Momentum, 2015, instalación con video de un canal, piezas de porcelana Limo- ges y papel vegetal. “Demora” es definida como el retraso o la detención de una cosa por algún tiempo. En este caso el tiempo mismo se visibiliza al inscribirse sobre los seres y las cosas y conjuga muy bien con el espacio de la planta baja, donde lo arquitectónico se impondría. Jugando a calibrar con un difusor de papel la atenuación de la luz de día que entra por las ventanas, la imagen suspendida de la performer se vuelve tenue e ingrávida, mientras el piso se fragmenta en esas delicadas y finas piezas de porcelana, impedimento que cancela cualquier irrupción, haciendo que la fragilidad sea la clave de su belleza, puramente visual e instaladas en claro contraste sobre la madera histórica.
En el piso superior, las tres videoinstalaciones que componen “Niña”, serie Momentum, 2015, esos 9 segundos en loop conforman un instante irreversible, un componente mágico del tiempo, como si “el instante fuese lo que terminaría una duración si se detuviese, pero no se detiene” decía en un texto crítico sobre su obra el filósofo Rodolfo Biscia. Silvia Rivas consigue detenerlo en cada una de las tres secciones de la niña performer: en la mano que busca cargar el líquido para hacer la burbuja; en el soplido que infla la pompa que crece y se desprende y, finalmente, en la instantánea destrucción de la espuma cuando ya no puede flotar en el aire. Usando tecnología capaz de grabar 16.000 imágenes por segundo en
alta definición, como hipnóticas ficciones del tiempo suspendido.
En la inauguración de la muestra hubo un plus: una performance de música de cuerdas y coro de niños en vivo. Se trabajó previamente con Lucía Patiño Mayer, directora de la Orquesta infanto-juvenil de Benavídez. Todos menores de 18 años, hicieron un workshop trabajando con las imágenes de esta muestra con el músico francés Philippe Pannier y la propia Rivas.
“Delicadeza”, serie Sobre lo inminente, 2017, es otra instalación con video de un canal y porcelana. La imagen de la pantalla contiene un plato de porcelana de canto, una microvisión previa a su caída. Mientras la pantalla descansa sobre el plato verdadero dispuesto sobre un pedestal. Vemos el ritmo visual de esta pieza, con el aplazamiento como la “contracara dialéctica de la acción clausurada en el arcón de los eventos definitivos”, tal como comentaba Biscia en un texto. Podríamos coincidir también con Albertina Klitenik si creemos que “las imágenes tienen poderes de transformación en el yo individual, que el arte puede articular un proceso de curación, de crecimiento y de plenitud”. Entonces sucede algo en particular cuando “se combinan la mística y la tecnología, cuando lo que aparece es la lucha contra el sistema de alineación colectiva” que intenta un espacio de tiempo reflexivo, subjetivizado por ese relato lento de un micro suceso.