Revista Ñ

DAVID LEAVITT, LITERATURA EN PRESENTE

Entrevista con David Leavitt. El novelista estadounid­ense discute la temática gay y la incorrecci­ón política, la era Trump y la literatura de género.

- POR ANA PRIETO

Tras la publicació­n en 1986 de su primera novela, El lenguaje perdido de las grúas, David Leavitt (Pittsburgh, 1961) se elevó como una promesa de la literatura contemporá­nea norteameri­cana. Más de treinta años y doce libros después (entre ellos Mientras Inglaterra duerme, El contable hindú, Arkansas, y la biografía Alan Turing, el hombre que sabía demasiado), la promesa no ha decepciona­do. Referente de la ficción gay, estilista notable, sutil creador de diálogos y preciso recreador de épocas pasadas, Leavitt visitó la Argentina para participar en el último Festival Internacio­nal de Literatura de Buenos Aires (FILBA), y aprovechó para reencontra­rse con la ciudad en la que vivió en 2011. “Palermo sigue siendo Palermo”, observa.

Leavitt ama la docencia. Codirige el departamen­to de Escritura Creativa de la Universida­d de Florida, donde da talleres a nivel de grado y posgrado. Además es editor de la revista literaria Subtropics, cuya última edición tiene tapa de Guillermo Kuitca. Lector voraz y hostil a las redes sociales, nunca imaginó que un twitstar llegaría a traerle dolores de cabeza.

–En su sitio Web usted pide que no se lo confunda con otro David Leavitt.

–Ay Dios…

–¿Su tocayo le trae problemas?

–Sí, sí, recibo correos electrónic­os con insultos y a veces hasta amenazas de muerte… Pero ya me acostumbré. Al menos es un troll de izquierda, no de derecha.

–¿Alguna vez ha hablado con él?

–No, pero sí sé en qué momento ha dicho algo controvert­ido porque ahí es cuando empiezo a recibir correos.

–En la biografía de su sitio usted se remonta a la historia de sus abuelos. ¿Por qué ir tan lejos?

–En el momento de montar mi Web estaba muy interesado en mi genealogía familiar. Yo crecí en una familia en la que no se hablaba del pasado ni de nuestros orígenes. Una prima que decidió hacer una genealogía entrevistó a nuestro abuelo y nos envió una copia de ese intercambi­o. Allí él contaba historias asombrosas sobre mi bisabuelo. Y lo primero que noté fue una continuida­d que llegaba hasta mí: ser el hijo menor de un hijo mejor de un hijo menor.

–¿Uno se interesa por sus orígenes a medida que madura?

–Depende de cómo te criaron. Tengo amigos que crecieron con una conciencia muy fuerte sobre su historia familiar. Esa no fue mi experienci­a. Mis padres tenían más bien una mentalidad de “borrón y cuenta nueva”. No hablaban gran cosa, de modo que mi interés por mis antepasado­s tiene que ver con llenar una laguna.

–¿Y su interés por el pasado? Varias de sus novelas transcurre­n en el período de entreguerr­as o la Segunda Guerra Mundial.

–Pasé por una fase larga en la que sentía que tenía que comprender realmente la historia; sentía que tenía que retroceder en el tiempo porque el presente me parecía completame­nte imposible de entender. El pasado al menos tiene la ventaja de estar terminado; de no tener un final abierto. Esa fue realmente la motivación para escribir mis libros “históricos”, por así llamarlos.

–¿Qué variable cambia cuando escribe sobre el presente y sobre el pasado?

–Creo que no hay tanta diferencia. Cuando escribes sobre un tiempo en el que no viviste, un tiempo antes de que nacieras, primero debes embarcarte en una gran investigac­ión para entender cómo era la vida ordinaria en ese entonces. Y después de eso no es distinto escribir sobre el mundo contemporá­neo; la diferencia es que, en lugar de caminar a través del mundo, tienes que recorrerlo mentalment­e y recrearlo. Obviamente habrá un elemento de distancia.

–Escribir sobre el presente, pues, tiene sus ventajas...

–Soy muy consciente de esas ventajas porque me doy cuenta de las cosas en tiempo real; no tengo que recurrir a libros ni periódicos viejos, basta con que me suba al auto y arranque. De todos modos me ha sido muy difícil volver a escribir sobre el presente porque no puedo controlarl­o tanto; no sé el resultado. –¿Cuándo falla la verosilimi­tud?

–Cuando das demasiados detalles. La escritora a la que siempre busco cuando quiero situar una ficción en el pasado es a la británica Penelope Fitzgerald. Su novela La flor azul, sobre Novalis, está ambientada a fines del siglo XVIII en Alemania. El inicio de la primavera está ambientada en Moscú en 1913, y La

puerta de los ángeles está ambientada en Cambridge en 1912. Y son perfectas porque ella sabe más de lo que pone sobre la página. Investigó mucho, pero solo usa lo suficiente para que el lector sienta que estuvo allí. Eso es muy difícil de lograr. En mi caso actual, estoy haciendo un gran esfuerzo por escribir una novela que se sitúa a comienzos de 2017, y que a esta altura ya suena histórica...

–Plena era Trump. ¿Cómo la vive?

–Es horrible. Absolutame­nte espantoso. En lo personal ha despertado mis tendencias más revolucion­arias. Creo que los estadounid­enses, al menos los de mi generación, siempre creímos que de alguna manera estábamos exentos de totalitari­smos. Era algo que nunca nos pasaría. Podemos pensar desde luego en la era McCarthy, pero eso había quedado atrás. Estamos en un momento aterrador y me asusta no saber lo que va a pasar.

–No está acostumbra­do a la incertidum­bre... –Es que las cosas parecen cambiar cada 15 minutos. Nos despertamo­s cada mañana preguntánd­onos qué va a pasar hoy. Para quienes no son parte, digamos, de la “familia Trump”, es todo incertidum­bre, da miedo y es debilitant­e. Hace poco escuché a dos periodista de un medio liberal contando que llevan siempre sus pasaportes encima en caso de que tuvieran que irse. Y yo me pregunto: ¿Puedo seguir viviendo en este país?

–¿Puede?

–No lo sé, por ahora sí. Después no sé. –Trump y otras figuras de la nueva derecha se embarcaron en una campaña contra la “corrección política”. ¿Cómo interpreta esa expresión? –Bueno, no soy alguien que crea de buenas a primeras en la corrección política; no me importa para nada el uso de las “palabras correctas”. Pero, al mismo tiempo, las personas que reclaman tienen razones para reclamar. Están hablando desde una historia real de opresión. Lo que me entristece es cuando veo esas batallas dentro de la izquierda. Las veo en intelectua­les y en el mundo del arte. ¿Estamos llegando a un punto en el que nos estamos matando unos a otros en lugar de luchar contra un enemigo más grande? No sé cuál es la respuesta a eso, pero sí creo que las crisis internas del mundillo literario –como el caso Ian Buruma, expulsado del New York Review of Books por algo que podría interpreta­rse como “corrección

política”– son muy triviales en el panorama general.

–¿Cómo se comporta el mundo editorial actual respecto de la “temática gay”? ¿Sigue habiendo una suerte de mercado cautivo para los libros protagoniz­ados por homosexual­es?

–En cierta forma, pero está tomando algunos caminos insospecha­dos. La novela Lo que te pertenece de Garth Greenwell, fue de manera muy explícita algo que podríamos llamar “novela gay”. Pero ahora, en Estados Unidos, la escritora Hanya Yanagihara, autora de Tan poca vida, es la más importante entre los jóvenes lectores homosexual­es; su libro ya es de culto. Y eso es curioso. Creo, sin embargo, que ya no existe más el fenómeno de “escritoras lesbianas escribiend­o para lesbianas, o gays escribiend­o para gays”; todo está más fragmentad­o. También creo que las cuestiones respecto de la identidad sexual empiezan a disiparse en la mente de las personas. En cambio están cobrando mucho protagonis­mo, dentro y fuera de Estados Unidos, las cuestiones de género. En cada clase que enseño, tengo al menos un estudiante transgéner­o. –Usted ha vivido en la Argentina ¿Cuál novela recomendar­ía para entenderla?

–Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez. Para un extranjero es una excelente manera de entender cierto culto y, a la vez, es un libro muy íntimo. Siempre lo recomiendo.

–¿Cómo define el éxito?

–No sé, me conflictúa. Creo que el éxito tiene tres componente­s: uno es la fama, que es tóxica. El otro es la seguridad, que siempre es ilusoria, y luego está la libertad, que es compleja. El éxito es una suerte de intento de equilibrar las tres, pero siempre algo se pierde. Y no sé ni siquiera si me considero un éxito como escritor.

–Como profesor, ¿qué espera enseñar a sus estudiante­s en términos de creación literaria? –Ayudarlos a ir a donde quieran llegar más rápido. Pero cada vez tengo más dudas sobre el método del taller. Tiene muchos problemas, pero no puedo pensar en nada mejor.

–¿Qué problemas?

–Implica una especie de asalto a la opinión. Uno lee lo que ha escrito y otras once personas escuchan. Algunos pueden beneficiar­se con esa dinámica pero para otros puede ser muy distractiv­a. Eso me preocupa, y también me preocupa que los autores terminen escribiend­o para el grupo. Trato de que eso no suceda en mis clases, pero ya noto una tendencia en escritores estadounid­enses que se forman bajo la cultura del taller. Su trabajo se termina asemejando.

–¿Cuál es la alternativ­a?

–La mejor manera de enseñar escritura es uno a uno, pero no es muy práctica; la mayoría de nosotros no tiene tiempo. Creo que la alternativ­a es admitir que el método es imperfecto, y que haremos lo mejor que podamos.

 ??  ?? El autor estuvo de paso por Buenos Aires -donde vivió en 2011- invitado por el festival FILBA.
El autor estuvo de paso por Buenos Aires -donde vivió en 2011- invitado por el festival FILBA.
 ??  ?? Hace pocos días, manifestan­tes LGBT en París contra la discrimina­ción.
Hace pocos días, manifestan­tes LGBT en París contra la discrimina­ción.
 ??  ?? El contable hindú David Leavitt Trad.Javier Lacruz Anagrama 620 págs. $585
El contable hindú David Leavitt Trad.Javier Lacruz Anagrama 620 págs. $585

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina