Cuando Hollywood y el franquismo fueron socios
“¿Esto está pasando de verdad?”, parece preguntarse el verdulero, mientras anota el pedido de la señora y la mira de reojo: después de desayunar en Tiffany’s, una de la mujeres más bellas del mundo compra víveres en su tienda, en pleno barrio de Salamanca en Madrid, y los curiosos se arremolinan boquiabiertos para verla pasar. Robada a la cotidianidad de la estrella de cine en 1966, la serie de fotos en blanco y negro que retrata a Audrey Hepburn entrando a las Mantequerías Leonesas sintetiza con picardía y precisión el empeño de la muestra MAD about Hollywood: compartir con espectadores del siglo XXI, situaciones inesperadas, anécdotas desconocidas y huellas que dejaron en la ciudad los divos que trabajaron allí en las décadas de 1950 y 60 (especialmente a partir de la instalación de Samuel Bronston Productions en 1958).
Organizada en dos secciones –Off the Set y On the Set– la exhibición reúne 148 fotografías, en su mayoría inéditas, publicaciones y material de archivo que deparan visiones casi oníricas. Estampas de Orson Welles en familia; Rock Hudson en la Plaza de Toros de Las Ventas; Rita Hayworth jugando al golf y Yul Brynner caracterizado para su papel de Salomon y la reina de Saba (que coprotagonizó con Gina Lollobrigida en 1959) montando su Mercedes Benz, entre otras.
Fue una relación win-win. Eran tiempos para los cuales el ministro de información y turismo, Manuel Fraga, había acuñado el eslogan “Spain is different!” y como recuerda Esperanza García Claver, curadora de la exposición, en uno de los ensayos del magnífico catálogo, “estas espectaculares producciones contribuían a dulcificar la opinión internacional que se tenía sobre la España del régimen de Franco”. Visto desde las empresas, tras la Guerra Civil, las multinacionales que habían invertido en la península tenían congeladas sus ganancias y sólo podían sacarlas en forma de películas. Las excelentes condiciones del país (largas horas de sol, locaciones privilegiadas, técnicos formados y a bajo costo), lo convertían además en un lugar ideal para filmar. Las anécdotas de ciertos rodajes revelan, no obstante, la tensión subterránea. Ejemplo de ello es la filmación de Doctor Zhivago, de David Lean, basada en la novela de Boris Pasternak, que narra las primeras décadas del siglo XX hasta el establecimiento de la URSS. La superproducción recreó las calles de Moscú en el barrio de Canillas (con nieve artificial incluida) y mudó a la Estación Delicias (a tres cuadras de la muestra) las trepidaciones de los trenes moscovitas. Geraldine Chaplin, una de las protagonistas, recuerda en el making of: “Filmábamos de noche y los extras cantaron La Internacional. Todos la sabían”. La Guardia Civil sorprendida y atenta a la “caza de rojos” se plantó en el set para ver quién cantaba el himno comunista. Debieron desalojar a la policía para poder terminar la escena. Los vecinos, cuenta la actriz, también acusaron el golpe: “Descorcharon botellas para brindar porque al escuchar La Internacional ¡pensaron que Franco había muerto!”.
De todas las estrellas que pasaron por Madrid, una se aquerenció como para afincarse. Ava Gardner vivió en la ciudad entre 1955 y 1968 y MAD about Hollywood le dedica un apartado especial a sus tardes en Las Ventas, su amistad con Lola Flores y a uno de sus amores: el torero Luis Miguel Dominguín (padre del cantante Miguel Bosé). Sus memorias, Ava Gardner. Con su propia voz, reservan una sorpresa para los argentinos: Ava alquiló un departamento en el número 11 de la avenida Doctor Arce y tuvo por vecino a Juan Domingo Perón, ya exiliado. “Perón tenía un rasgo muy perturbador. De vez en cuando salía a su balcón, que era contiguo al mío, y hacía largos, ruidosos y gesticulantes discursos dirigidos a la calle vacía. Nadie le hacía caso... Pero los discursos me molestaban a mí”, cuenta la diva. ¿Qué hacía la chica de Mogambo entonces? Montaba su “propio partido de oposición” y cuando el líder “empezaba a arengar a sus seguidores invisibles” ella y quien tuviera cerca cantaban al unísono “¡Perón es un maricón! ¡Perón es un maricón!”.
Más allá de la incorrección política del estribillo y del duelo de egos que lo auspiciaba, la puesta en escena que involucra siempre la política es subrayada por Gardner en el remate de la anécdota: si “quería establecerse como dictador de Argentina, que fuera a ensayar a un estudio, como cualquier otro artista”.