Revista Ñ

La extrema derecha llenó las urnas en Brasil

Jair Bolsonaro no ganó por casualidad, sostiene la autora de esta nota: en la mira está la cuestionab­le gestión del PT y las izquierdas regionales.

- Filóloga, política y periodista española. Pilar Rahola

Cada vez que la extrema derecha da un susto electoral en algún país, la reacción es la misma: expresar el horror de tal subida, mostrar las barbaridad­es que ha dicho el candidato de turno y lamentarse del alarmante cambio de paradigma del panorama electoral internacio­nal. El foco, pues, siempre se sitúa sobre el personaje, con su verbo airado, sus recetas todo a cien y su populismo xenófobo. Sin embargo, cabe preguntars­e si el tipo en cuestión es el problema o el síntoma de la enfermedad.

La respuesta es irrefutabl­e: la extrema derecha es el síntoma. Lo vimos en el reciente caso sueco y en otros países europeos, y ahora lo vemos con el estallido electoral de Bolsonaro en Brasil. ¿Cómo es posible que un país tan abierto, con una mezcla racial tan luminosa, pueda elegir a un candidato con un discurso xenófobo? ¿Los brasileños se han vuelto, de golpe, extremista­s, racistas? En absoluto. Lo que ha ocurrido ha sido lo mismo que pasó en otros casos recientes: una reacción social en cadena a favor de un discurso populista, motivado por una conjugació­n de crisis que desatan la tormenta política perfecta. En realidad, salvando diferencia­s, es lo mismo que pasó en Estados Unidos con la elección de Trump.

En el caso de Brasil, hay tres causas que han acelerado su deterioro político: por un lado, la brutal corrupción de la izquierda brasileña, cuyos escándalos han disparado el voto a la contra, una especie de voto útil más movilizado para evitar el triunfo del Partido de los Trabajador­es que para otorgarlo al contrario. A la vez, la corrosiva actuación de los gobiernos de izquierdas vecinos, desde el papel del bolivarism­o en la destrucció­n económica, política y social de Venezuela y de su entorno (que ha motivado una emigración masiva de venezolano­s al resto de países del continente), hasta el escándalo del robo masivo de dinero público del kircherism­o. Es un hecho que la esperanza de las izquierdas sudamerica­nas de otras décadas han dado paso a una destrucció­n masiva de su credibilid­ad, y hoy son muchos los ciudadanos que no los creen aptos para resolver sus problemas más acuciantes.

Finalmente, consolidad­a la decepción de las promesas de la izquierda, y con la derecha igualmente desacredit­ada, los populismos extremos encuentran su caldo de cultivo, porque el caos que representa­n es, para mucha gente, una catarsis que lo puede limpiar todo. Finalmente, y no ha sido menor (además de las fake news), el papel de los movimiento­s evangélico­s, decididos a influir políticame­nte a favor de lo que ellos llaman “políticos cristianos”, con la idea de garantizar la prohibició­n del aborto y otras leyes sensibles. De ello me hablaron profusamen­te en Miami, y hoy estalla en Brasil.

Como conclusión: la extrema derecha no llega por generación espontánea, sino por acumulació­n de errores de los partidos del sistema que han gobernado siempre. Ojo al dato.

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Crisis y decepción política explican a Bolsorano.
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