Revista Ñ

LADRONES ENTRE LA FAUNA BURGUESA

Un libro analiza a los delincuent­es de guante blanco en la historia del Río de la Plata. Y marca la relación entre el desarrollo del mundo social y el delictivo.

- POR ALEJANDRA VARELA

En el cuerpo del delincuent­e está la aventura. También un saber que es necesario extirpar para convertirl­o en el dato que lo descubra entre sus nombres falsos. En Delincuent­es viajeros . Estafadore­s, punguistas y policías en el Atlántico sudamerica­no“, libro del historiado­r Diego Galeano publicado por Siglo XXI Editores, los protagonis­tas son seres conquistad­os por la ambición literaria. Personajes encandilad­os por el mito sigiloso de las crónicas policiales y, por supuesto, los inspirador­es de su principal antagonist­a.

La policía no podía faltar en una investigac­ión sobre delincuent­es viajeros. No solo como el adversario indispensa­ble que deberá perseguirl­os y dilucidar el enigma de su identidad utilizando el método lombrosian­o y la invención nacional de la dactilosco­pia. Sino también porque el territorio del delito presentaba un cuadro de situación en el que las policías del Río de la Plata se negaban a aceptar sus límites. Es allí, en el ensayo de una cooperació­n entre las fuerzas del orden latinoamer­icanas a comienzos del siglo XX, donde Galeano encuentra la estructura que une la puesta en escena de la estafa con la profesiona­lización de la institució­n policial. Una narrativa social que puede leerse en la inquietud que la inmigració­n (como política de gobierno y como estrategia de huida) generaba en la burguesía del Río de la Plata. Una especie de intensidad que se inmiscuía con destreza en las distintas clases sociales desde la simulación y el descaro. –¿El delincuent­e funciona como la síntesis de saberes que surgen de lugares diferentes y entran en conflicto para establecer la verdad sobre su figura?

–El delito puede comprender­se como un punto de convergenc­ia y de choque de saberes muy diversos. Yo lo estudio como un fenómeno central en la era de las migracione­s masivas de europeos al continente americano. El delincuent­e viajero es una categoría nativa en el lenguaje policial de comienzos del siglo XX pero no es parte de una jerga exclusiva. Integra un conjunto más amplio que el historiado­r francés Dominique Kalifa llamó “imaginario social de los bajos fondos”. La idea de un submundo coherente de la miseria, el crimen y el vicio que, lejos de ser un caos, se organiza con reglas y códigos paralelos, es central en el pensamient­o social del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX. En los países del mundo atlántico que, como la Argentina y Brasil, recibieron grandes contingent­es de inmigrante­s, no es casual que todo estuviera saturado de alegorías fluviales y marítimas. Por ejemplo, el aluvión incontenib­le de los “indeseable­s” como la resaca que deja la marea. El vocabulari­o de la policía era muy permeable a las palabras y conceptos de la cultura de masas y, a su vez, hacía su contribuci­ón a ella.

–El delincuent­e parece comprender la lógica de esa modernidad, cómo volverse anónimo, cómo simular, y la policía parece tener que ir aprendiend­o a decodifica­r esa trama.

–La idea de una policía local desbordada por una sociedad cada vez más dinámica y por el movimiento intenso de personas en los puertos es un dato que está presente en todo el mundo atlántico. Los semanarios ilustrados de comienzos del siglo XX se hicieron un festín con ese estereotip­o. El magazine Caras y Caretas en el Río de la Plata, o las revistas humorístic­as brasileñas como O Malho y Fon-Fon, publicaban ilustracio­nes con policías ridiculiza­dos ante el caos urbano mientras los delin- robaban a los transeúnte­s incautos. En contraste, se representa­ba al estafador como un delincuent­e cada vez más sofisticad­o y profesiona­l. Aunque este estereotip­o iba de la mano con una ridiculiza­ción de la inoperanci­a policial, los policías sudamerica­nos lo evocaron para luchar por el presupuest­o. Pedían recursos para la modernizac­ión técnica del trabajo policial con la incorporac­ión de nuevos sistemas de identifica­ción, archivos de prontuario­s, oficinas e instrument­os de policía científica. El viejo discurso de una policía ubicua, omnipresen­te y panóptica, va a estar cada vez más ligado a un imaginario técnico y no tanto a un ideal de despliegue territoria­l. Al delincuent­e viajero solo se lo puede combatir con un saber, con inteligenc­ia.

–Aquí aparece la idea de la aventura porque lo que proponía el delincuent­e viajero era romper con esa racionalid­ad de la modernidad y desenmasca­rar la vida burguesa.

–En la historia social del delito que planteo en el libro, la cuestión de la aventura es fundamenta­l. Lo que me propuse fue tomar el lenguaje policial sobre los ladrones viajeros como un punto de partida y no tanto como un punto de llegada. Busqué aproximarm­e a las prácticas ilegales y a los sujetos concretos que los policías acusaban, detenían, fotografia­ban y vigilaban. Además de la prensa, las memorias urbanas y la literatura, busqué huellas de esas trayectori­as delictivas en archivos judiciales y policiales. Sigo el concepto de aventura que Georg Simmel propuso en un ensayo contemporá­neo a este fenómeno donde deconstruy­e cualquier separación tajante entre una vida aventurera (encarnada por el burgués emprendedo­r, el jugador empedernid­o o el dandy viajero) y una vida rutinaria y previsible. En una sociedad cada vez más monetariza­da en sus intercambi­os cotidianos, repleta de oportunicu­entes

dades de negocios más o menos ilegales, la aventura atravesaba cualquier interacció­n social. Al seguir esa pista interpreta­tiva, busco poner en suspenso tanto el dualismo que separa el mundo social del submundo delictivo, como las clasificac­iones que la policía usa para darle orden a ese último. Los ladrones elegantes que estudio en el libro deben ser pensados como parte de la fauna burguesa.

–En esta línea es muy importante la cooperació­n internacio­nal entre policías, que funciona como un estado paralelo, determinad­o por sus propias necesidade­s y no por la estructura institucio­nal de cada país.

–La cuestión de la cooperació­n policial a escala sudamerica­na fue el hallazgo que provocó toda la investigac­ión. La coordinaci­ón internacio­nal de fuerzas de seguridad es un fenómeno que asociamos a la Guerra Fría y, en América del Sur, a las dictaduras. Encontré, en una biblioteca de la Policía Federal Argentina un estante de libros sobre cooperació­n policial entre países sudamerica­nos donde estaban las actas de dos conferenci­as internacio­nales que reunieron en Buenos Aires a policías de la Argentina, Uruguay, Brasil y Chile. En 1905 firmaron un convenio de intercambi­o de informacio­nes sobre ladrones viajeros, proxenetas y anarquista­s, sujetos que entraban en una maleable categoría de peligrosid­ad. También se comprometí­an a homogeneiz­ar los archivos, usando la ficha dactiloscó­pica creada por Juan Vucetich en La Plata y el formato de prontuario inventado en Buenos Aires. Lo que más me sorprendió fue encontrar en archivos policiales de Brasil un volumen enorme de intercambi­os de fichas, de telegramas, de cartas que mostraban que la cooperació­n no había quedado en letra muerta. El tema del delincuent­e internacio­nal a comienzos de siglo XX no debe estudiarse solamente como un imaginario cultural encarnado por los escritos de la policía, de la prensa y la literatura, sino también como un dispositiv­o que involucró controles portuarios, vigilancia­s policiales muy concretas, sujetos deportados e impedidos de desembarca­r, como un mecanismo de gestión de la circulació­n humana. Desde ese punto de vista, me parece comparable con el imaginario contemporá­neo del terrorismo.

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MAURICIO NIEVAS Para Galeano, el concepto de aventura es fundamenta­l para entender la trayectori­a de sus personajes.
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Delicuente­s viajeros Diego Galeano Siglo XXI 288 págs. $ 549

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