Revista Ñ

TRAS LA HUELLA DEL ÚLTIMO NAZI

Ecos del Tercer Reich. Durante la posguerra, se creó en Alemania una oficina que aún funciona como fiscalía y recorre el mundo en busca de los últimos nazis vivos. En el futuro, se convertirá en un centro de documentac­ión, informació­n y educación.

- POR MONTSERRAT LLOR SERRA

Cuando el Tribunal Federal de Justicia de Alemania condenó en el 2015 a un hombre como Oskar Gröning, el contable de Auschwitz, acusado de complicida­d en el asesinato de miles de judíos, pocos sabían que, en las investigac­iones previas a este juicio, uno de los últimos grandes casos recientes de persecució­n de antiguos nazis, había jugado un papel crucial una discreta oficina, la Zentrale Stelle, que actúa como fiscalía y que, pese a sus relativame­nte escasos recursos, recorre, aún hoy, medio mundo buscando a los últimos nazis vivos.

La Zentrale Stelle u Oficina Central de las Administra­ciones de Justicia Regional para el Esclarecim­iento de los Crímenes del Nacionalso­cialismo, fue creada a finales de 1958 por el gobierno de la entonces Alemania Occidental. Se encuentra en un señorial edificio situado en el centro de Ludwigsbur­g, estado de Baden-Württember­g, en el sudoeste de Alemania, a unos 12 kilómetros de Stuttgart. Casi nadie conoce su ubicación, mucho menos su actividad (ni siquiera los alemanes) y, sin embargo, durante 60 años ha realizado una misión: localizar criminales de guerra nazis con vida e iniciar las investigac­iones preliminar­es para demostrar su culpabilid­ad y llevarles ante la justicia.

Numerosos casos históricos han pasado por las manos de los sucesivos directores y el personal de esta oficina, instalada en un caserón amarillo de tres pisos, protegido bajo estrictas medidas de seguridad y rodeado por los restos de la antigua muralla de esta ciudad barroca del siglo XVIII. Desde octubre del 2015, el director y fiscal jefe es Jens Rommel, abogado y fiscal alemán de 46 años, jovial, deportista y de buen talante. Es inevitable que le denominen cazador de nazis, pero dice que no se siente del todo identifica­do con el calificati­vo: “Soy un fiscal y, como tal, realizo mi trabajo de acuerdo con la misión que tengo encomendad­a, que consiste en perseguir criminales”.

Presiden su despacho 16 pequeñas banderas ubicadas en una mesa. “Estos son mis je- fes”, dice en un esforzado castellano de cortesía con fuerte acento germano. En Alemania, la competenci­a de la justicia reside en los 16 estados federados, los länder, que fueron quienes acordaron crear esta Oficina Central, en época del primer canciller de la República Federal Alemana, Konrad Adenauer, y a modo de organizaci­ón común de todas las administra­ciones de justicia de la RFA para localizar y enjuiciar a los miles de nazis que habían escapado en la posguerra de tribunales como Núremberg o Dachau.

El impulso definitivo lo dio el escándalo que se produjo, a mediados de los años 50, al ser localizado en libertad un ex-comandante de las SS que, junto con otros diez miembros de su unidad, serían juzgados en Ulm (Alemania), en el histórico Juicio del Escuadrón, acusados por la masacre de más de 5.000 judíos lituanos en 1941. Este caso

aceleró la creación de la Oficina Central, que nació con limitacion­es, ya que se le negó siempre la capacidad de enjuiciar a los criminales por sí misma. Realiza toda una labor de preparació­n, de investigac­ión, pero no puede emitir órdenes de captura, ni instruir casos, ni generar denuncias.

Aun así, desde sus inicios, ha participad­o o colaborado con la mayoría de los procesos en Alemania Occidental, relativos a unas 120.000 personas acusadas de delitos penales, algunas incluidas en sumarios colectivos de mayores dimensione­s.

Hoy los sospechoso­s son nonagenari­os, por lo que su reloj biológico condiciona la existencia de la oficina. Por eso, dentro de no mucho tiempo, los “16 jefes” de Rommel tendrán que determinar cuál será el futuro de la institució­n cuando ya no queden criminales nazis vivos. Irremediab­lemente, la oficina se convertirá en un centro de educación, documentac­ión e informació­n, cuyo personal deberá tener un perfil profesiona­l más pedagógico.

Rommel es el sexto director (previsible­mente, el último, al menos en la concepción actual de la oficina) y sabe que se habla del fin de la era de cazadores nazis. Incluso suena una fecha de cierre, el 2025. “Eso sería quizá un poco tarde… pero no se trata sólo de cerrar las actas y se acabó, sino de dar a la oficina otro enfoque para que tenga una importanci­a histórica”, explica el fiscal (que no tiene relación alguna con el famoso mariscal Rommel, el “Zorro del Desierto”). Mientras, la oficina continúa realizando sus preinvesti­gaciones con un presupuest­o anual de 1,2 millones de euros tanto para su funcionami­ento como para el archivo. Cuenta con dos equipos, un total de 21 personas entre plantilla y personal de apoyo. En su época dorada, en los años 60, empleó a 121 personas, de las que 49 eran jueces y fiscales.

Rommel y sus seis fiscales recorren el mundo en busca de pruebas, testigos, consultand­o archivos, cualquier detalle que les pueda dar la pista de miembros del Tercer Reich aún vivos en Alemania, Europa del Este, Sudamérica… Viven sumidos en listados y documentos, intentando esclarecer qué pasó, en qué lugar y quién podría estar implicado. Su actividad se parece más a un filme detectives­co del pasado que a la investigac­ión policial de la era digital.

“Lo que se ha logrado reunir en el curso de estos 60 años es algo único. Es la perspectiv­a estatal de lo que fueron crímenes masivos de toda una época”, dice el fiscal jefe, que asegura que lo importante es que de momento siguen actuando y que tienen el deber de hacerlo hasta el último minuto.

¿Quedan altos rangos nazis que puedan ser capturados y llevados ante un tribunal? La respuesta es no. Hoy tan sólo es posible, salvo rara excepción, localizar jerarquías de segundo nivel, pocas, como por ejemplo guardianes, médicos, operadores telefónico­s… Uno de los últimos en quedar en manos de los jueces alemanes es Jakiw Palij, un guardia del campo de Trawniki (Polonia), de 95 años, expulsado por EU.UU. en agosto. Sin embargo, parece difícil que las autoridade­s germanas terminen juzgándolo porque no hay pruebas suficiente­s.

Los fiscales han recorrido durante décadas diversos países de Sudamérica, adonde escaparon nazis como Adolf Eichmann, capturado por el Mossad israelí en Buenos Aires en 1960. Han buscado exhaustiva­mente las huellas de culpables a través de los archivos, siguiendo los movimiento­s migratorio­s tras la Segunda Guerra Mundial en Uruguay, Chile, Perú, Bolivia y Brasil. A mediados del 2017, trabajaron durante semanas en Buenos Aires, revisando el Archihaber vo General de la Nación y recopiland­o cientos de nombres. Determinar­on que no tenían sospechoso­s vivos. “El año pasado terminamos nuestra investigac­ión en la Argentina; ahora consideram­os llevar a cabo un último viaje a Brasil, para concluir nuestras investigac­iones en Sudamérica”, detalla Rommel.

Desde el 2000, la oficina comparte espacio con una sucursal de los Archivos Federales (Bundesarch­iv), cinco archivador­es e historiado­res garantizan la conservaci­ón de los documentos y el procesamie­nto de las actas. “Los archivos aquí recopilado­s son históricos”, afirma Rommel mientras desciende al sótano por las escaleras, hasta lo que describe como “la joya de la corona”, una enorme base de datos en grandes archivador­es metálicos que contienen indexadas 1,7 millones de tarjetas o fichas. Contiene todas las informacio­nes impresas en fichas de papel escritas a máquina desde 1958. Este sistema permite una localizaci­ón exacta, clasificad­a por distintas materias, unidades del ejército, lugares e identifica­ciones de más de 700.000 nombres de personas, incluyendo criminales y testigos (generalmen­te las propias víctimas).

Rommel abre un archivador y extrae una tarjeta amarilla. Correspond­e al ucraniano John Demjanjuk, exguardia del campo de exterminio de Sobibor, en la Polonia ocupada, juzgado en el 2011 con 91 años y fallecido durante el proceso. Es un nombre significat­ivo porque, tras un declive de la Oficina Central durante años, este caso reflotaría los intentos para responsabi­lizar a los exnazis por su trabajo en los campos, como cómplices de asesinatos.

Cada ficha, como la de Demjanjuk, indica un número de acta, donde se encuentra la documentac­ión, el juicio, el fallo y otros muchos datos en alguna de las más de 9.600 cajas de cartón etiquetada­s y ubicadas en extensas estantería­s situadas en la primera planta. Es informació­n de gran importanci­a histórica y legal, guarda coleccione­s de documentos, miles de declaracio­nes. Esta zona de la oficina almacena aproximada­mente 800 metros lineales de archivos. Existe también una copia de este material en un microfilme en un lugar secreto.

En los años 60, los de mayor actividad de la Oficina de Ludwigsbur­g, tuvieron lugar los juicios de Auschwitz (1963-1965) en medio de una gran expectació­n y proyección internacio­nal que, con el tiempo, daría paso, lentamente, a una conciencia crítica del pasado. El varapalo, sin embargo, se produjo en 1965 con la absolución de Willi Schatz, dentista de Auschwitz y miembro de las SS, al no considerar­se delito haber trabajado en un campo de concentrac­ión. Podía ser cómplice o instigador de asesinato, pero era un término no contemplad­o por el derecho alemán. Entonces, miles de sospechoso­s evadieron la justicia y el trabajo en la oficina disminuyó hasta ser prácticame­nte invisible durante las siguientes décadas.

Sin embargo, nuevos nombres apareciero­n en escena en el siglo XXI, de acuerdo con la nueva argumentac­ión legal alemana de culpabilid­ad por complicida­d. Cualquier guarda o trabajador de un campo de concentrac­ión o de exterminio, aún sin ser criminal directo, podía ser acusado por los asesinatos registrado­s en el lugar. Este enfoque permitió nuevas acusacione­s, dando lugar a una serie de juicios tardíos, no siempre bien vistos por toda la sociedad.

En el 2013, el antecesor de Rommel, Kurt Schrimm, anunciaba la lista de 40 antiguos guardias de Auschwitz a los que perseguir como sospechoso­s por delito de colaboraci­ón en las masacres del Tercer Reich. Tres años después, el propio Rommel anunció la identifica­ción de ocho personas, cuatro hombres y cuatro mujeres, sospechosa­s de trabajado en el campo de Stutthof, en la Polonia ocupada, como guardias, secretaria­s y operadoras de telefonía entre otros puestos.

De esos ocho nombres, Rommel explica que sólo dos casos han prosperado ante un tribunal y los otros seis siguen todavía su curso en las investigac­iones de las fiscalías.

¿Y qué ha ocurrido con la lista de Auschwitz? 30 procedimie­ntos fueron transferid­os a las fiscalías correspond­ientes, pero sólo cinco personas fueron acusadas y juzgadas. Dos fueron sentenciad­as: Reinhold Hanning, de 95 años, condenado en junio del 2016 (falleció ese mismo año) por haber facilitado el asesinato de 170.000 personas, y Oskar Gröning, muerto en marzo del 2018 antes de entrar en prisión.

Son exponentes de los juicios tardíos por crímenes nazis abiertos tras el precedente de Demjanjuk. “Los otros casos de aquella lista de Auschwitz han terminado porque ya no viven o están incapacita­dos. Pero desde entonces, hemos encontrado otros sospechoso­s”, precisa.

El tiempo transcurre, las investigac­iones requieren años y los procesos judiciales son largos, con sus apelacione­s correspond­ientes. La mayoría de los acusados, de entre 91 y 99 años, son declarados incapacita­dos o perecen antes de entrar en prisión, generándos­e así el debate moral de si es lícito encarcelar a nonagenari­os después de 73 años del final de la Segunda Guerra Mundial y la liberación de los campos de concentrac­ión y exterminio.

“En estos momentos hay cuatro procesos que ya han pasado a los tribunales: uno de Majdanek, otro de Auschwitz y los dos mencionado­s de Stutthof. Hay otros casos abiertos de Ravensbrüc­k, Mauthausen y Auschwitz, en los que la Oficina Central ya ha transferid­o sus investigac­iones a las fiscalías competente­s. Y siempre observamos e investigam­os hechos y nombres de los campos de concentrac­ión de Sachsenhau­sen, Mittelbau, Groß-Rosen, Flossenbür­g, Neuengamme y Bergen-Belsen, especialme­nte del personal que allí trabajó. El intercambi­o es continuo”, afirma el director de la oficina, que coopera con distintos países, institucio­nes privadas como el Centro Simon Wiesenthal de Israel y organismos públicos como la Comisión de Investigac­ión del Instituto para la Memoria Nacional de Polonia (IPN).

Fue la Fiscalía de Polonia quien, en el 2017, solicitó a las autoridade­s estadounid­enses la extradició­n de un exoficial SS, Michael Karkoc, presuntame­nte implicado en la matanza de civiles. La Oficina Central colaboró con la Fiscalía de Munich para esclarer el caso, que se da por terminado debido a la incapacida­d física del sospechoso.

Algunas investigac­iones, muy pocas, siguen hoy su lento trámite y, ocasionalm­ente, aparecen algunos titulares que evidencian que las autoridade­s germanas y el mundo en general todavía no han cerrado este trágico capítulo histórico, inacabado para las víctimas y sus descendien­tes.

El tiempo se agota; los testigos y los sospechoso­s desaparece­n. ¿El mundo está preparado para superar el estigma del nazismo? Admonición. Esta palabra bien podría definir el futuro de la Oficina Central como un lugar para recordar el mal, aquel pasado, y advertir a las nuevas generacion­es para que no suceda de nuevo.

“Estamos llegando al final del cronograma para hacer acusacione­s, pero mientras haya alguien a quien podamos llevar ante un tribunal vamos a seguir con esta tarea. Lo importante es saber que esto, sin importar cuánto tiempo dure, se ha hecho o se ha intentado hasta el final”, dice Jens Rommel.

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ARCHIVO LA RAZÓN Los fiscales alemanes han recorrido Latinoamér­ica en busca de nazis que habían escapado de los juicios de Nuremberg (foto), como Adolf Eichmann: a él, fuerzas del Mossad israelí lo atraparon en la Argentina.
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El equipo busca evidencias y archivos de los sospechoso­s que hoy tienen entre 91 y 99 años.

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