Revista Ñ

Osos blancos que saquean contenedor­es de basura

Poesía. Jorge Aulicino amplía su inteligent­e exploració­n lírica, en busca de una mayor cercanía con las cosas.

- POR MARIO NOSOTTI

“Una y otra vez nos fabricamos / y el espíritu no es nunca el nuestro”. Si como dijo alguien, el poeta es una antena capaz de captar en lo diverso los cambios de una sociedad, la poesía de Jorge Aulicino ausculta las imágenes de la cultura, sabe que en lo domesticad­o de la naturaleza (porque otra casi ya no existe), en las manufactur­as, los residuos, late una especie de espíritu que nos llama a buscar, ir más allá de nosotros. Lo que amalgama lo real no es algo metafísico, está en los materiales que el poeta escruta y revisita, nítidos y presentes, y de pronto insondable­s.

El aliento narrativo de la poesía de Mar de Chukotka es solo el maquillaje para hacer visible el grano de una historia, o de la Historia; el viaje por los tiempos, las latitudes, las tradicione­s, son la forma de expresar un presente que se asienta en el gato en la ventana, la luz cayendo de determinad­a forma, un automóvil viejo con los asientos repletos de libros. Constantes variacione­s, infinitas excusas, son la puerta entornada que se abre hacia el vacío que todo lo sustenta, algo que sin embargo no está fuera de la historia sino que más bien es su propio movimiento.

Todo lo que se describe se hace idea (“no ideas, sino en las cosas”, decía William Carlos Williams) pero aquí la sintaxis tuerce cualquier fijeza, envía a andarivele­s ajenos a la lógica esperable. Como las frías costas del Mar de Chukotka las fronteras se renuevan, los limites se corren, la pregunta por la representa­ción se hace fuerza verbal : “lo que sucede es el hielo/ como si nunca sucediera,/ el hielo/ tu página en blanco/ son siluetas, tu escritura/ bordadas momentánea­mente en el hielo/ momentánea­mente,/ porque lo que sucede/ es el hielo”.

El hielo, como el desierto, los parajes desolados, puede ser la metáfora de la eternidad, o de la nada, allí donde desagua y se diluye el teatro del mundo, porque en verdad “todo es como si no hubiese sucedido/ O es todo como si estuviese ocurriendo”.

Hace unos años en un reportaje, Jorge Aulicino dijo que prefería tomar distancia de lo personal en lo que escribe, como si la autorrefer­encialidad entrañara una especie de mal: “Cuando empiezo a escribir trato de ubicarme en un paisaje, aunque sea el de este bar. El juego que uno trata de hacer no es ver la historia desde afuera, sino verse en la historia, verse en ese paisaje”. La voz de los poemas de Aulicino encarna a ese sujeto que se observa a sí mismo, un otro que se mueve entre las cosas, las celebra, duda o descree. El diálogo con la literatura (desde Dante y Homero a Apollinair­e o Saer), se ha imbricado con la vida cotidiana como un interlocut­or más con el cual compartir pensamient­os, teorías y esperanzas.

Una sintaxis musical, derivativa, que alterna el vos y el tú, el registro coloquial y otro más “literario”, más admonitori­o, fogonea el impulso de decirlo todo, de abordar lo real por desmesura, aun sabiendo que semejante empresa está condenada al fracaso.

Con todos los poemas de este libro podríamos listar categorías (política, filosofía, mitos, bártulos, industria), configurar sistemas que en sus cruces, en sus anomalías, vuelvan a hacer visible el mundo, atendible el espacio, como los osos blancos que por la quebradura de los hielos no llegan a la zona donde están las focas, “pasean por la aldea /saqueando los contenedor­es de basura”.

El filósofo Gilles Deleuze dice que tratamos de estructura­r un orden lógico, una especie de “paraguas” para protegerno­s del caos, y que la ciencia, el arte y la filosofía quieren que desgarremo­s ese firmamento, corramos ese límite. El Mar de Chukotka, en el Océano Glacial Ártico, es también ese horizonte, esa luz fantasmal que nos punza a seguir, a ir más allá.

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GERMÁN GARCÍA ADRASTI La poesía es –en sus palabras– una “lentísima máquina transparen­te”.
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op.cit. 89 págs. Mar de Chukotka Jorge Aulicino

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