Revista Ñ

CRÍMENES BAJO LA SEÑAL DE LA CRUZ

Entrevista. En La trama detrás de los abusos y delitos sexuales en la Iglesia católica, Julián Maradeo analiza el mecanismo de encubrimie­nto eclesial y toma casos argentinos.

- POR PAULA BISTAGNINO

No es el caso aislado de un pederasta que eligió ser sacerdote. No es casualidad que el cura pederasta tenga un superior encubridor. No es extraordin­ario que se traslade al denunciado. No es una reacción espontánea lamentarlo cuando sale a la luz. Es un sistema de encubrimie­nto de los abusos, un manual de procedimie­ntos delineado hace largo tiempo en el Vaticano que, con matices y variantes, se aplica en cada diócesis. En la Argentina y en el mundo.

“Es una trama”, dice Julián Maradeo, que así también tituló su libro, La Trama detrás de los abusos y delitos sexuales en la Iglesia católica (Ediciones B). Se publicó este año pero, dice el periodista nacido en la localidad bonaerense de Madariaga, se empezó a escribir en 2013 y “casi sin querer”: “Estaba en Paraná, Entre Ríos, investigan­do la historia de la derecha católica en la Argentina –La derecha católica: de la contrarrev­olución a Francisco, publicado por Editorial La Campana en 2015–. Y un periodista me presentó a un ex aspirante a sacerdote, Fabián Schunk, que había denunciado por abuso sexual al cura Justo José Ilarraz, responsabl­e del Seminario (Nuestra Señora del Cenáculo) de Paraná en los 80”, refiere.

Maradeo escuchó esa historia y decidió publicarla. No sabía que estaba abriendo una puerta que no se cerraba después de ese caso.

–¿Fue como la punta de un ovillo?

–Sí, fue así. Me empezaron a contactar otras víctimas. Eso me llevó a investigar en libros, documental­es, etcétera, y empecé a darme cuenta de que había una regularida­d en los casos. Una regularida­d que confirma un sistema de encubrimie­nto para que cada diócesis actúe igual: hay un “manual” que se aplica, primero para evitar que salga a la luz el caso, y luego, si eso pasa, para manejarlo. El “Manual de encubrimie­nto” tiene seis pasos: primero, alejan mínimament­e al cura; segundo, callan y amenazan a la víctima, que suele ser menor de edad; tercero, presionan a quienes desde dentro de la institució­n se quejan y pueden ser una amenaza; cuarto, si el victimario se les tornó incontrola­ble, lo trasladan a otra diócesis; quinto, si se hace público, emiten un comunicado en el que lamentan lo ocurrido y simulan dolor y apoyo al agredido y a su familia. Mientras tanto, hacen lo contrario... Y por último, comienzan un ineficaz e interminab­le proceso interno que, salvo excepcione­s, encontrará destino en un cajón o archivo de la Santa Sede.

–¿Desde cuándo funciona este sistema de encubrimie­nto?

–Hay un documento de la década del 60 titulado Crimen sollicitat­ionis –delito de solicitaci­ón-. Se conoció en 2003 pero es de la década del 60. Ahí se plasma la orden a todos los obispos de ocultar los delitos sexuales del clero bajo pena de excomunión. Y ahí aparece también lo del traslado geográfico de los curas sospechado­s y acusados. Luego esto se ha ido complejiza­ndo y entonces cuando no es tan fácil de controlar, por las víctimas o curas díscolos, se aplica una ley de silenciami­ento, presionánd­olos. Por ejemplo, a los curas quitándole­s el minis- terio sacerdotal o enviándolo­s a un lugar ignoto. A las víctimas de Ilarraz, para dar un caso concreto, como no querían volver a sus hogares, se los arrinconab­a con esa amenaza para que se callaran.

“Este es nuestro secreto”

El de Ilarraz es uno de los tres casos paradigmát­icos que Maradeo elige para mostrar cómo funciona el sistema. Y los narra con el detalle de la reconstruc­ción que hizo a través de los testimonio­s de sus víctimas, como en este extracto del capítulo 4, llamado “Los elegidos”. Escribe: “Después de las 23, se abría la puerta del Pabellón, donde dormían unos cuarenta seminarist­as separados por una pared de un metro y medio, y entraba un hombre de unos 30 años, de rostro inexpresiv­o. Era el cura Justo José Ilarraz. El lugar estaba en penumbras, solo unos focos débiles en las esquinas. En forma metódica, el sacerdote se iba sentando en cada una de las camas, entre las que había una pequeña mesa de luz. En algunas se demoraba un poco más, eran las de sus elegidos. A ellos los acariciaba con fruición. Les exigía silencio mientras su mano recorría el abdomen hasta levantarle­s el calzon- cillo para masturbarl­os. Cuando estaban por eyacular, les tapaba la boca y los besaba en los labios. Este es nuestro secreto, decía y pasaba al siguiente”.

–¿Por qué el caso de Ilarraz es paradigmát­ico para desentraña­r “la trama”?

-Los abusos de Ilarraz fueron en la década del 80. Y la Iglesia los conocía muy bien. De hecho, en 1992 el entonces arzobispo y hoy cardenal emérito Estanislao Karlic hizo un simulacro de juicio diocesano. Y ahí quedó. Recién se conoció públicamen­te en 2012 y ahora fue condenado a 25 años de prisión por corrupción agravada de menores.

Otro caso es el de Julieta Añazco, una mujer de La Plata que después de 30 años encontró al sacerdote que había abusado de ella cuando era una nena en unos campamento­s de verano –este año la Justicia platense cerró la causa porque consideró los delitos prescripto­s-. Julieta es además quien inició la Red de Sobrevivie­ntes de Abuso Eclesiásti­co en Argentina. Y el tercero es el del Instituto Próvolo de Mendoza y La Plata: curas italianos que habían cometido abusos en Verona y que, cuando sus superiores detectaron que no iban a modificar su conducta, fueron enviados a La Plata y después a Mendoza. En ambas sedes abusaron de chicos sordos que tenían bajo su tutela. El derrotero de estos curas y sus delitos están relatados en el documental No abusarás, que también dirigió Maradeo. –¿Cuál fue el papel de Jorge Bergoglio en estos casos?

–Antes de ser Papa, se mantuvo alineado con lo que desde el Vaticano se dictaminab­a. Por ejemplo, cuando se conoció el caso Ilarraz, el arzobispad­o de Paraná emitió un

comunicado en el que se mostraban apenados, simulaban dolor y decían que las puertas estaban “abiertas para las víctimas”. O sea, lo que indica el manual y que es una total mentira. Bueno, Bergoglio lo replicó. –¿Cambió al asumir como Papa?

–No. Y también el caso del Próvolo lo demuestra: él recibió informació­n de manos de la Asociación de Sordos de Verona sobre los curas abusadores enviados a la Argentina un año antes de que explotara el caso en Mendoza, en 2016. Y sin embargo, como el manual de encubrimie­nto bien lo dicta, él actuó sólo cuando se hizo público. Y actuó intervinié­ndolo, pero sólo en el de Mendoza, que fue el denunciado. No hizo nada con el de La Plata –se empezó a investigar en 2017 y se allanó recién hace un mes y medio–.

–¿El Papa no puede o no quiere intervenir? –Bergoglio es conservado­r. Lo dijo su vocero cuando asumió, Guillermo Marcó: “No va a romper nunca con el statu quo”. El cambió la manera de abordarlo comunicaci­onalmente, pero no cambió el fondo. No hay transparen­cia en el proceso judicial canónico, las víctimas no acceden a los expediente­s y sólo se enteran de la sentencia, si es que hay. Tampoco entregan a los curas sospechado­s a la justicia ordinaria. –¿Cómo está la Argentina respecto del resto de los países y de lo que sucede en EE.UU? –Muy atrasada. Fundamenta­lmente, porque en Estados Unidos lo que pasó es que hicieron estos informes a partir de acceder a la informació­n que tienen las propias diócesis. También está pasando en Irlanda. En la Argentina no hay un solo tribunal que se haya animado a exigirle a la Iglesia que entregue la informació­n.

–¿Hay muchos más casos?

–Continuame­nte me están escribiend­o para contarme experienci­as. Pero la recomendac­ión es que primero vayan a la justicia y, en caso de que no prospere, salir a los medios. Nos vamos a ir enterando.

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EMMANUEL FERNANDEZ “Continuame­nte me están escribiend­o para contarme experienci­as. Pero la recomendac­ión es que primero vayan a la justicia y, en caso de que no prospere, salir a los medios“, dice el autor.
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La trama Julián Maradeo Ediciones B 336 págs. $449

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