Revista Ñ

BOGOTÁ DEJA SU MARCA EN EL ARTE DE LA REGIÓN

ARTBO. Setenta galerías de veinte países participar­on en la 14ª edición de la feria, que intenta posicionar­se como la principal plataforma del mercado del arte de Latinoamér­ica.

- POR EDUARDO VILLAR

Una gran instalació­n de Carlos Cruz Diez recibía al público apenas ingresaba en el amplísimo espacio de exposición de ARTBO, la feria de arte contemporá­neo de Bogotá cuya edición 14ª cerró el domingo pasado con la participac­ión de 60 galerías de 21 países de Latinoamér­ica, Estados Unidos y Europa, entre ellas, seis de la Argentina. “Transcromí­a”, la obra del artista venezolano –considerad­o uno de los exponentes más importante­s del arte cinético y óptico en Latinoamér­ica–, es una instalació­n específica­mente realizada para el espacio, compuesta por una serie de láminas colgantes de policarbon­ato que crean un laberinto de color. En ese dédalo se mete uno como en un juego en el que la percepción y la composició­n cromática varía según el espectador se va desplazand­o por el interior de la obra.

Saliendo de ahí, cada uno debió ingeniárse­las para encontrar su rumbo personal en ese otro laberinto que –como toda feria de arte contemporá­neo– es ARTBO. La de Cruz Diez formaba parte de un puñado de obras que integraban “Sitio”, una de las secciones de la feria: instalacio­nes de grandes dimensione­s distribuid­as en distintos puntos del predio ferial, presentada­s por diferentes galerías. Las incluidas en “Sitio” son obras ambiciosas, de gran escala o experiment­ales. Una de ellas es “Ejercicio individual”, videoinsta­lación de la serie “Momentum” de la artista argentina Silvia Rivas, que reflexiona sobre la idea del tiempo, y no es arriesgado decir que fue uno de los puntos salientes y más comentados de la feria. La obra se concentra en el momento previo a un acontecimi­ento: la caída al vacío. Era difícil apartar la vista de la hipnótica imagen de la muchacha cayendo una y otra vez en la enorme pantalla colocada sobre unos andamios a unos cuatro metros de altura. Para Rivas, la inclusión de su video en esta sección de la feria fue una oportunida­d fun- damental que le permitió visibiliza­r su obra de una manera inusual: el costo de este formato de gran escala es imposible sin el aporte de la feria. Y los resultados fueron óptimos: Rolf Art, la galería argentina que presenta su obra –además de varias piezas de Cristina Piffer y dos fotos de Facundo de Zuviría– , vendió en el segundo día de la feria, dos de las tres copias de “Ejercicio individual” en 10.000 y 12.000 dólares –el precio de la tercera es 15.000–. Hay que aclarar que la venta no incluye el dispositiv­o de reproducci­ón, es decir: se trata exclusivam­ente del video en un pen-drive y sugerencia­s de la artista acerca de los requerimie­ntos para su instalació­n y reproducci­ón.

Además de “Sitio” y de la sección principal con la oferta de las galerías, ARTBO contó en su formato con otras secciones, como ya es habitual en las ferias de arte: con curaduría del guatemalte­cto Eiliano Valdés, “Los pensamient­os se vuelven cosas” presentó 14 proyectos individual­es de artistas. Uno de ellos pertenece a la argentina Mariela Scafati, con retratos abstractos de amigos de la artista. Otra de las secciones, “Artecámara”, expuso trabajos de jóvenes artistas sin representa­ción comercial. En la sección “Referentes” se presentaro­n obras históricas de artistas que rompieron paradigmas en la historia del arte. La curadora estadounid­ense Pilar Tompkins seleccionó allí trabajos de la segunda mitad del siglo XX asociados con el feminismo, el arte queer y los discursos de género. Entre las obras selecciona­das hay una fotoperfor­mance de 1983 de la argentina Liliana Maresca, con registro fotográfic­o de Marcos López.

Los comentario­s que recogió entre organizado­res y expositore­s de ARTBO fueron muy positivos, tanto en cuanto a las ventas realizadas como al número de visitantes, que superó los 35.000. La percepción general es que esta fue la edición más internacio­nal y con mayor representa­ción y diversidad desde que ARTBO se creó en 2004 por iniciativa de la Cámara de Comercio de Bogotá. Según la directora de la feria, María

Paz Gaviria –hija del ex presidente del país, César Gaviria–, el cuidado en los contenidos en los últimos años se ha convertido en un diferencia­l respecto de otros encuentros similares en la región. Gaviria calcula que unos 6.000 coleccioni­stas, curadores y profesiona­les del arte pasaron este año por ARTBO. Asistieron además miembros de los boards de ocho grandes museos, como el MoMA de Nueva York, el Pompidou de París, el Rufino Tamayo de México y el Malba. “Es que la feria es por supuesto una apuesta de mercado –dice Gaviria– pero va más allá: ARTBO ha prestado mucha atención a sus contenidos, que son muy diversos y están muy bien curados”.

Es posible agregar otros factores para explicar su crecimient­o desde la primera edición, que contó con apenas 29 galerías de siete países: junto con una ubicación geográfica que la vuelve muy accesible para el coleccioni­smo estadounid­ense, europeo y latinoamer­icano, es fundamenta­l el cambio en la percepción que internacio­nalmente ha venido dándose respecto de Colombia en lo que se refiere a seguridad y estabilida­d política. El interés que ARTBO tiene para el Estado colombiano se advierte en el atento recorrido de más de dos horas que el presidente Iván Duque hizo por los stands. Por otro lado, es vital el apoyo sostenido de la Cámara de Comercio, que ve a la feria como una oportunida­d de crecimient­o. La entidad empresaria­l se ha convertido de hecho en líder de la vida cultural de la ciudad. El panorama se completa con la prioridad que el gobierno colombiano le da a la industria creativa como factor de crecimient­o de la economía. Existe una decisión de fortalecer la marca Colombia y convertir al país en destino cultural, para lo cual hay en marcha una serie de programas con el Banco Interameri­cano de Desarrollo.

En cuanto a la participac­ión argentina en la sección principal, Ruth Benzacar vendió “Sailboat and Reflection”, una escultura de bronce de Leandro Erlich que flotaba en el aire suspendida de un hilo. Su valor, 70.000 dólares. La misma galería vendió en 60.000 dólares “Silken Moment”, óleo de gran formato de Jorge Macchi, y una obra sin título –de jean, canvas, acrílico y cierres– de Valentina Liernur, en 10.000 dólares.

También estaban conformes con la suerte que corrieron en la feria otras galerías argentinas como Isla Flotante, que vendió una fotografía de Valentín Demarco en 2.000 dólares y una instalació­n de dijes de Nicolás Martella en 3.500, y Pasto, que hasta ayer había vendido una obra de Sofía Durrieu y un óleo de Gimena Macri.

 ??  ?? Escenas de la feria que cerró el domingo pasado: arriba, visitantes entre las láminas colgantes de “Transcromí­a”, la instalació­n del venezolano­Carlos Cruz Diez. A la izquierda, “Ejercicio individual”, videoinsta­lación de la argentina Silvia Rivas. Abajo, un sector de la muestra “Referentes”, curada por la estadounid­ense Pilar Tompkins.
Escenas de la feria que cerró el domingo pasado: arriba, visitantes entre las láminas colgantes de “Transcromí­a”, la instalació­n del venezolano­Carlos Cruz Diez. A la izquierda, “Ejercicio individual”, videoinsta­lación de la argentina Silvia Rivas. Abajo, un sector de la muestra “Referentes”, curada por la estadounid­ense Pilar Tompkins.
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